Herbert Edgar Douglass - Los que vieron... y creyeron

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Cada uno de los individuos involucrados en estas historias fue afectado directamente por Elena de White y sus visiones. Estuvieron allí, y vieron por sí mismos el poder de Dios que acompañó la labor de Elena de White mientras lidiaba con situaciones desconcertantes. Algunos continuaron resistiéndose; pero, para muchos, el resultado fue una confirmación poderosa de su fe en la vida y el ministerio de la mensajera del Señor. En cada caso, Elena de White, la constante ganadora de almas, apeló a las personas a caminar más cerca del Señor. Atesorarás este libro como un recurso, un lugar donde encontrar algunas de las historias más fascinantes sobre Elena de White. Pero también descubrirás que es un libro de «buena lectura». Al leerlo, te convencerás de que 2 Crónicas 20:20 es tan aplicable hoy como en cualquier otro momento de la historia: «Creed en Jehová vuestro Dios, y estaréis seguros; creed a sus profetas, y seréis prosperados».

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Ninguno de nosotros ha tenido el privilegio de conocer personalmente a esta intrépida dirigente de la iglesia. Nunca hemos escuchado a esta mujer de 1,57 metros de altura hablando en público, donde podían escucharla veinte mil personas sin la ayuda de un sistema de amplificación. Solo podemos leer de su devoción hacia sus cuatro hijos y su amado esposo, y de la devoción que ellos le tenían a ella. Pero estas historias nos dicen mucho acerca de la mujer que ayudó a formar un movimiento mundial.

Esperamos que en estas 24 historias podamos revivir algunas de las contribuciones extraordinarias de Elena de White que han cambiado la vida de millones de personas en el mundo, que se sienten cercanos a ella como la mensajera del Señor, en aquel entonces y ahora.

Herbert E. Douglass

Lincoln Hills, EE.UU.

Primera parte

Capítulo 1

Huevo en jugo de uva

Cómo se salvó el Dr. Daniel Kress

En la lejana Australia, el Dr. Daniel H. Kress estaba agonizando, y apenas tenía cuarenta años.

Después de unirse a la Iglesia Adventista, Kress y su esposa, Lauretta, hicieron juntos la carrera de Medicina en la Universidad de Míchigan. Trabajaron durante tres años con el Dr. John Harvey Kellogg en el Sanatorio de Battle Creek antes de recibir un llamado en 1898 para establecer la obra médica en Inglaterra.

En 1900 fueron enviados a Australia para fomentar la obra médica allí. Un año después, Kress se estaba muriendo. El problema: Kress defendía fervientemente la dieta vegetariana estricta. Anteriormente, en Battle Creek, había sido un fiel seguidor del Dr. John Harvey Kellog y sus colegas. En Inglaterra, y ahora en Australia, Kress enseñaba sistemáticamente que la manteca, la leche y los huevos deberían ser omitidos de la dieta. Posteriormente escribió: “Aspiraba a practicar lo que enseñaba. Se me hacía difícil conseguir alimentos apropiados al viajar de un lugar a otro y, como resultado, mi alimentación carecía de algunos elementos esenciales. Mi salud se debilitó casi hasta el punto de morir”.

Ahora de regreso en California después de sus nueve años en Australia, Elena de White vio en visión que el Dr. Kress estaba en los umbrales de la muerte. Con su acostumbrada franqueza, le ordenó que “hiciese cambios inmediatamente. Incorpore a su dieta algo que ha excluido”.

Ella le dijo: “Por el hecho de que hay quienes están muy rezagados, usted no debe, a fin de servir de ejemplo para ellos, ser extremista. [...] Su devoción a los buenos principios lo induce a someterse a un régimen que lo hace pasar por una experiencia que contraría la reforma pro salud”.

Esta es la prescripción de Elena de White, basada en una visión, para que Kress recuperara la salud:

Obtenga huevos de aves sanas. Consúmalos cocinados o crudos. Mézclelos con el mejor jugo de uva sin fermentar que pueda obtener. Esto suplirá lo que es necesario para su organismo. Ni por un instante piense usted que este proceder no sería correcto...

Apreciamos su experiencia como médico, y sin embargo digo que la leche y los huevos deben incluirse en su menú.

Luego añadió: “Vendrá el momento cuando no se podrá usar la leche con tanta abundancia como se la emplea ahora; pero actualmente no es el momento para suprimirla. Y los huevos contienen propiedades curativas que contrarrestan venenos”.

Lo que Elena no sabía en ese entonces –pero nosotros sí lo sabemos ahora– es que el Dr. Kress se estaba muriendo de anemia perniciosa, una enfermedad a menudo fatal. Su dieta, sin una amplia variedad de verduras y frutas, carecía de ácido fólico y de las vitaminas B6 y B12.

El Dr. Kress siguió inmediatamente el consejo de Elena de White de comer huevos y jugo de uva, y en pocas semanas logró una rápida recuperación. Vivió 55 años más, y falleció a los 94 años de edad. Regresó a Norteamérica con su esposa en 1907 para pasar a ser el primer director médico del Sanatorio y Hospital de Wáshington, en Takoma Park, Maryland.

Vivió 55 años más porque Elena de White intervino en su vida con un mensaje de Dios.

Kress fue uno de los tantos hombres y mujeres a quienes Dios dio consejos, ánimo o amonestaciones individuales a través de su mensajera, Elena de White. Antes de leer las historias de las demás personas que recibieron consejos personales específicos de la mensajera de Dios, repasaremos el hecho –una visión– que inició las siete décadas de servicio de Elena como mensajera de Dios.

Capítulo 2

La visión que dio inicio a un movimiento

El camino angosto

¡1844! ¡Qué año! Samuel F. B. Morse transmite el primer mensaje telegráfico (“Lo que ha hecho Dios”). Se inventa el proceso de pasta de celulosa a partir de la madera, con lo que se reduce el precio del papel prensa. Un odontólogo de Boston, pionero de la anestesiología con óxido nitroso, se extrae su propia muela. Brigham Young es elegido para liderar a los mormones después de que Smith es asesinado en Carthage, Illinois. Karl Marx, de 26 años, escribe: “La religión es el suspiro de la criatura oprimida... el opio de los pueblos”.

Y Dios se inclina para hablar con Elena Harmon, de 17 años, con una invalidez casi total, en Portland, Maine, durante la primera semana de diciembre.

Pocas semanas antes, Elena y aproximadamente otros cien mil metodistas, bautistas y presbiterianos sufrieron un triste chasco cuando, el 22 de octubre de 1844, Jesús no regresó como ellos esperaban. Ella recordó:

Fue un chasco muy amargo que sobrecogió al pequeño grupo cuya fe había sido tan fuerte y cuya esperanza había sido tan elevada. Pero quedamos sorprendidos al ver que nos sentíamos tan libres en el Señor y que éramos tan poderosamente sostenidos por su fortaleza y su gracia...

Aunque estábamos chasqueados no nos sentíamos desanimados.

La salud precaria de Elena empeoró rápidamente. Como apenas podía hablar con susurros, se le hacía difícil respirar acostada y a menudo se despertaba por la tos y las hemorragias pulmonares. Agonizante por la tuberculosis, Elena estaba tan debilitada que tenía que ser transportada en silla de ruedas y con frecuencia era alimentada por otros.

En esta condición, respondió a una invitación de una amiga íntima, la Sra. Elizabeth Haines, para que ella y otras tres mujeres la visitaran en su casa en Portland del Sur para una reunión de oración. Estas mujeres también estaban confundidas y desanimadas. Habían abandonado su confianza en la validez de la fecha de octubre, pero todavía esperaban que Jesús regresara en algún momento del futuro cercano.

Hoy podemos recordar un chasco amargo similar que afligió a los discípulos después de la crucifixión de su Señor. Cuán oprimido tenían el corazón cuando Jesús se les apareció a dos de ellos en el camino a Emaús, pocas horas después de su crucifixión. ¡Qué diferencia significó su presencia! ¡Qué manera totalmente nueva de ver el futuro!

Así es que, aquella mañana de diciembre de 1844, nuestro Señor visitó a esas creyentes turbadas con la misma clase de alimento que necesitaron aquellos turbados creyentes 18 siglos antes.

Más adelante, Elena recordó: “No había excitación... Mientras yo oraba, el poder de Dios descendió sobre mí como nunca lo había sentido. Quedé arrobada en una visión de la gloria de Dios. Me parecía estar elevándome cada vez más lejos de la Tierra, y se me mostró algo de la peregrinación del pueblo adventista hacia la Santa Ciudad”.1

Aunque Elena relató esta experiencia y la visión en forma oral, no la registró por escrito hasta más de un año después, porque no podía mantener la mano firme para sostener una pluma.

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