Enrique Chaij - A pesar de todo... ¡No nos falta nada!

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En un tiempo como el actual, cuando los valores superiores del espíritu están tan postergados, este libro rescata dichos valores, y señala el camino hacia una vida próspera y saludable.

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Realmente, es mucho lo que una persona puede hacer para alcanzar sus anhelos e ideales. Lo primero, tal vez sería no quejarse ni compararse con los demás. Porque esta actitud es negativa, y no conduce a provecho alguno. Entonces, ¿cómo sería posible lograr un mayor éxito y una mayor prosperidad en todos los órdenes de la vida?

A continuación, te presento seis ideas que han dado excelente resultado para el logro de un mayor progreso personal y familiar. Cómo alcanzar esta sana aspiración:

1. Administrando mejor el tiempo y el dinero. El tiem­po bien aprovechado y el dinero bien invertido pueden lograr maravillas. No quemes los minutos y las horas que podrías utilizar provechosamente. No dilapides tu dinero en compras innecesarias o en actividades incorrectas. Si otros lo hacen, no los imites, porque no te conducirá a buen fin. ¡Tendrás más derrochando menos!

2. Cultivando buenos hábitos. Es increíble cuánta gen­te se arruina y se enferma por causa de hábitos declarada­mente perjudiciales. ¡Cuántos podrían vivir de modo más holgado, con más salud, y por más años, si dejaran de lado los vicios que consumen la vida! ¡Realmente tendrían mucho más!

3. Siendo más esforzados y diligentes. Esto significa trabajo, empeño, constancia y voluntad. Estas cualidades siempre aumentan el capital de la vida. Nos llevan más lejos y más alto. Observa a tu alrededor, y verás que los esforzados no suelen quejarse de mala suerte.

4. Aprovechando mejor las oportunidades. Un curso de perfeccionamiento en el trabajo, una materia adicional en el estudio, la aceptación de una tarea difícil, una idea profesional, o una relación laboral bien aprovechada, ¡cuán­to pueden significar para el desarrollo personal! ¡Opor­tunidades que se buscan y se convierten en bendición!

5. Mejorando las relaciones humanas. El llevarse bien con los demás, y mantener con ellos una relación inteligente y respetuosa, siempre genera bienestar y progreso indivi­dual. Un estudiante universitario golpeó brutalmente a uno de sus profesores, y fue despedido de todas las univer­sidades públicas del país. Hoy es un hombre fracasado, que todavía no ha aprendido a gobernar su temperamento indócil. Otro estudiante tenía tan buena relación con sus compañeros, que cada año lo elegían como el mejor com­pañero del curso. ¡Cuán buenos dividendos paga la co­rrecta convivencia con el prójimo!

6. Pidiendo la sabiduría divina. A veces nos falta la salud, la paz del hogar, o algún bien material que desearía­mos poseer. Pero no sabemos de qué manera suplir tales necesidades. Carecemos de capacidad y de inteligencia para ello. Somos como la indefensa oveja que necesita la ayuda del pastor. Por lo tanto, se hace necesario recurrir al divi­no Pastor. La promesa de la Escritura afirma: “Si alguno necesita sabiduría, pídala a Dios, quien da a todo s gene­rosamente, y sin reprochar. Y le será dada” (Santiago 1:5).

¡Cuánto más tendríamos y cuánto mejor nos iría en la vida si recurriéramos habitualmente a Dios, en busca de su sabiduría, su fuerza y su bendición divina! ¿Es ésta tu buena costumbre?

Repasa los seis puntos mencionados. Y al ponerlos en práctica con la dirección del Altísimo, confiadamente po­drás decir con el salmista: Nada me faltará”.

NO NOS FA LTARÁ SU COMPAÑÍA

En medio de los numerosos peligros y dificultades que David Livingstone debió enfrentar en el corazón del África, como incansable explorador y misionero cristiano, siempre recordaba la animadora promesa de Jesús: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (S. Mateo 28:20). Y esta seguridad de la compañía divina lo sostuvo aun en las peores circunstancias.

Y hoy, sea que vivamos en la densa selva ciudadana –donde abunda la inseguridad–, o que habitemos en el tranquilo paraje rural, podemos recordar la misma promesa del Pastor: él e stará cada día a nuestro lado, y ahuyentará de nosotros toda forma de soledad.

Cuando en 1915 Ernesto Shackleton y sus hombres rea­lizaron su viaje a la Antártida, debieron padecer las peores contrariedades. Perdieron el “Endurance”, el barco en que viajaban. Quedaron sin provisiones. Sufrieron toda clase de dificultades. El hielo se les partía debajo de sus pies; y el frío tan intenso de aquellas soledades era una permanente amenaza de muerte.

Y al fin de ese viaje tan peligroso y agotador, Shackle­ton destacó la sensación de haber estado acompañados por Dios. En todo momento parecieron verlo junto a ellos. ¿No es éste otro ejemplo de la compañía alentadora del Pastor en medio de la soledad? Y en el viaje de nuestra vida, por accidentado que sea, tú y yo podemos tener igual compañía y bendición.

Existe lo que podríamos llamar “soledad social”, que consiste en no tener la compañía física de nadie. Y tam­bién existe la llamada “soledad emocional” o psicológica, que es la orfandad interior, con gente afuera y con soledad adentro. Pero además está la “soledad espiritual”, que bási­camente consiste en la falta de compañerismo con Dios, y en la ausencia de diálogo con él. Ésta es la peor clase de soledad, porque a menudo es causa de las otras soledades. Allí está la raíz, y allí también está la solución: nuestra r elación de fe con Dios .

NO NOS FALTARÁ SU CUIDADO

Un chico deambulaba desesperado por la calle pidiendo ayuda. Y entre la gente que detuvo, dio por fin con el Sr. Salazar. Éste, en un primer momento decidió no ayudar al niño. Pero había algo en ese rostro infantil que lo hizo vacilar.

–Si te doy dinero, ¿qué harás con él? –le preguntó el hombre.

–Comprar pan, señor –respondió el niño.

–¿No has comido nada hoy?

–No, nada, señor.

–Pero, ¿me dices la verdad? –preguntó el Sr. Salazar, mirando fijamente a los ojos del niño.

–Sí, señor, le digo la verdad.

–Pero, ¿acaso no tienes padres? –volvió a preguntar el hombre, quien ya comenzaba a interesarse vivamente en el chico.

–No, señor, mi papá murió. Y mi mamá murió anoche. Venga conmigo, y le mostraré dónde está.

Y tomando la mano del niño, el Sr. Salazar lo acom­pañó por una estrecha calle de la ciudad, hasta que llega­ron a una miserable vivienda. Entraron en ella, y el niño señaló hacia su madre muerta.

–¿Quién estaba a su lado cuando ella murió?

–Solamente yo, señor –balbuceó el niño inundado en lágrimas.

–¿Y te dijo algo tu mamá antes de morir?

–Sí, me dijo: “Dios cuidará de ti, hijo mío”.

Y maravillosa providencia, en ese instante se cumplía la palabra de la madre, pues el Sr. Salazar, cristiano de buen corazón y de buena posición económica, decidía hacerse cargo del niño y de su educación.

Tal como el niño recibió providencialmente el cuidado que necesitaba, así Dios nos cuida y ampara en la hora de necesidad. El mismo Dios que da de comer a las aves, que embellece de color y perfume a las flores, y que viste de mil matices la hierba del campo, ¿cómo no hará mucho más por nosotros? (S. Mateo 6:26-30). El rey David escribió: “Fui joven, y he envejecido, y no he visto justo desamparad o, ni a sus hijos mendigar el pan” (Salmo 37:25).

¿Sientes a veces que nadie cuida de ti? Recuerda que en el caso extremo, aunque una madre se olvide de sus hijos, “yo nunca te olvidaré” , dice Dios (Isaías 49:15). ¿Cómo el Pastor habría de olvidarse de sus ovejas, siendo que las ama con ternura y solicitud? Podemos descansar en esta seguridad: Di os nunca nos hará faltar su cuidado paternal. Y con su cuidado vendrá también su infaltable protección.

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