Enrique Chaij - A pesar de todo... ¡No nos falta nada!
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¿Qué “manchas” eran ésas? Eran la gran riqueza que, junto con el petróleo allí existente, hacen tan atractivo y codiciable a ese extremo final del continente. Eran las ovejas que abundan tanto en la zona: miles y millones de ellas, en lento movimiento pastando sin cesar.
Lo que recuerdo de manera especial es el trayecto que hicimos por tierra entre las ciudades de Río Gallegos, capital de Santa Cruz, y Río Turbio, la pequeña ciudad minera recostada en la cordillera austral. Una distancia de unos 300 kilómetros sobre camino pedregoso. Y durante las horas de ida y vuelta del viaje, tuvimos de nuevo como compañeras a las infaltables ovejas. Pero esta vez estaban bien cerca del camino, casi al alcance de la mano.
Y a medida que avanzábamos, íbamos espantando a los rebaños junto a la ruta. ¡Cómo huían despavoridas esas ovejas al escuchar la bocina del auto! Corrían todas juntas, unas detrás de las otras, aun bastante después de haberlas pasado. Los corderitos, más asustadizos y temerosos, seguían a sus mayores tan rápidamente como podían.
Al observar repetidamente ese mismo cuadro, vino a mi pensamiento el brillante Salmo 23 del rey David, que destaca la obra del divino Pastor en favor de sus ovejas. Y como resultado, nacieron allí las primeras ideas que dieron origen a esta obra.
ELLAS Y NOSOTROS
David empieza diciendo: “El Señor es mi Pastor ”. Es nuestro Pastor. Por lo tanto, somos sus ovejas. Le pertenecemos. No somos huérfanos ni estamos abandonados. Él se ocupa de nosotros. Somos valiosos para él.
¿Existe alguna semejanza entre las ovejas y los seres humanos? Ellas no son fuertes como el león, ágiles como la gacela, o astutas como la serpiente. Son indefensas, frágiles, y se extravían fácilmente. Tienen poco desarrollado el sentido de orientación. Unas siguen a las otras, aunque a veces esto les cueste la vida. Imitan sin criterio lo que hacen las demás.
Cierto obrero ferroviario, encargado de embarcar animales, les comentó a sus compañeros de trabajo: “Miren cómo cada oveja hace exactamente lo mismo que la que tiene delante”. Y para demostrarlo, colgó un palo atravesado en el angosto desfiladero por donde pasaban los corderos. Como era natural, el primer animal debió dar un salto al pasar. Y lo mismo hizo el siguiente, y muchos más que vinieron detrás de él.
Pero luego el obrero fue sacando lentamente el palo, y todas las ovejas restantes, al llegar a ese lugar, seguían saltando como si el palo estuviese todavía allí. Cada una de ellas saltaba sin necesidad, como lo había hecho la anterior.
¿No ocurre algo parecido con los seres humanos? ¡Cuántas veces imitamos a los demás sin saber por qué motivo! Desarrollamos una mentalidad de rebaño, y nos quedamos sin ideas propias. Seguimos ciegamente los dictados de ciertas modas, y hasta adoptamos costumbres que arruinan nuestro bienestar. Esto explica por qué muchos incurren en ciertos vicios, llámense tabaquismo, drogadicción u otros. Porque, según ellos, “todos los demás lo hacen”.
Y aunque sufran un terrible deterioro en su salud, y acorten innecesariamente sus días, igualmente siguen con su enviciamiento, porque no piensan ni deciden con cabeza propia. Se limitan a imitar a los demás, quienes a su vez imitan a otros, y éstos a otros. Y así, la negra cadena de sucesiva imitación convierte en víctimas a millones de personas. Inconcebible: ¡mentalidad de re baño entre seres racio nales!
Y pensar que a menudo hacemos gala de inteligencia y buen criterio. ¡Nos creemos tan listos, tan fuertes, tan dueños de nosotros mismos!... Pero en el fondo, ¿no nos parecemos bastante a las ovejas? Y como ellas, somos con frecuencia frágiles y temerosos. Fácilmente nos confundimos y nos desorientamos; no sabemos qué hacer, adónde ir, o para qué luchar... ¿No te ha pasado esto más de una vez? ¡Así somos lo s humanos! Como ovejas necesitadas en el gran rebaño de la vida.
EL PE LIGRO DE AISLARSE
Normalmente, las ovejas se mantienen cerca la una de la otra. Se llevan bien entre sí. Pero a veces una de ellas se aleja. Y sola, corre el riesgo de extraviarse y ser atacada por alguna fiera enemiga. Algo semejante le pasa a la persona que se aísla y se distancia de los demás. Y en su soledad, puede perder la protección del grupo y el afecto de sus allegados.
¡Cuántos cortan deliberadamente su conexión con el prójimo, pensando que de esa manera se sentirán mejor y tendrán más libertad de acción! Y los tales, ¡cuánto se equivocan! Son los hijos que se rebelan contra sus padres, y deciden alejarse de ellos. Son los amigos que una vez se ofenden, y se separan para siempre. Son los esposos que, en lugar de mejorar su convivencia, acentúan de tal modo sus desavenencias que por fin rompen su vínculo matrimonial.
En la mayoría de los casos, estos seres terminan distanciados y resentidos debido a su inmadurez y al amor propio de sus corazones. Podrían haber conservado en buen estado sus lazos afectivos, pero prefirieron tomar el camino del enojo y del alejamiento. Son personas obstinadas, emocionalmente desvalidas. Tan necesitadas como la oveja extraviada, porque quedaron a merced de su propio aislamiento.
Pero “el Señor es mi Pastor”, declara el salmista David. Por lo tanto, no necesitamos sentirnos solos o permanecer aislados. Le pertenecemos a Alguien, quien vela por nuestro bien, y quien nos guía con su mano. Tú y yo somos l a oveja, pero el Señor es el Pastor . Mientras abundan los seres sueltos, como pequeñas islas olvidadas del mundo, tú y yo podemos sentir el amor de Dios y su fuerte brazo sustentador.
UN PASTOR COMPASIVO
El Salmo no presenta al Señor como Maestro, Líder, Creador o Redentor. Lo presenta como el divino Pastor, que atiende con solicitud a cada oveja del rebaño. Él es el Padre que ama a sus hijos. Es el Dios todopoderoso en quien podemos confiar, y de quien podemos depender en la hora de nuestra mayor necesidad. Nunca nos abandona; se coloca a nuestro lado para asegurar nuestro éxito personal. Estamos siempre bajo su mirada paternal. Así lo declara otro salmo del mismo autor:
“¿Adó nde me iré de tu Espírit u? ¿Y adónde
huiré de tu p resencia? Si subiera a lo s
cielos, allí estás tú; si en el sepulcro
hicier a mi lecho, también estás a llí.
Si tomara las alas del alba, y habitara en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano,
y me sostendrá tu diestra .
“Si dijera: De seguro las tinieblas me encubrirán, h asta la noche resplandecerá sobre mí.
Ni aun las tinieb las me encubren de ti ,
y la noche es tan luminos a como el día;
lo mismo te son las tinieblas que l a luz”
(Salmo 139:7-12).
La mirada y el amor de Dios siempre nos acompañan. Aun los que huyen de él, corren inútilmente; porque Dios los sigue con paciencia y ternura. Tal es el amor que nos profesa. Él ocupa el papel protagónico del Salmo; y también quiere ocupar el primer lugar en nuestra vida. Porque sólo así podemos sentirnos bien, y alcanzar nuestros más altos ideales.
El Señor nos ama a todos por igual. Es Pastor de los buenos que él bendice, y de los malos, a los cuales él perdona... Es el Padre de todos; y en él todos somos hechos hermanos. Él no hace acepción de personas. Sólo considera nuestras necesidades, y actúa para suplirlas. ¿Te acordabas que tenemos un Padre-Pastor tan admirable y poderoso?
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