Phyllis George McFarland
A menos que se especifique de otro modo, las citas bíblicas se han tomado de la Nueva Versión Internacional (NVI).
Otras versiones utilizadas: RVR 95, PTD, DHH, NTV.
Capítulo 1
La pequeña niña perdida
Los rayos deslumbrantes de sol danzaban por las paredes exteriores de nuestro hogar en Guadalajara, y unos loros chillones parloteaban mientras yo entraba a la casa dando saltitos. Desde la cocina llegaba el dulce aroma a canela. ¡Sí! Mamá estaba al lado de la cocina, revolviendo un arroz con leche con un palito de canela. ¡Mi boquita de niña de tres años quería inmediatamente probar un poco!
–Por favor, mamita, ¡quiero un poco ahora!
–No, Marlyn, esto es para el almuerzo. Tendrás que esperar hasta entonces.
Yo hice una mueca, pero no me duró mucho. La abuela Edith, con su cabello castaño lleno de rulos recogidos en una trenza enrollada en la nuca, entró deprisa en la cocina.
–Voy a Zapopan a darle un estudio bíblico a la señora Figueroa.
La abuela Edith era una colportora cristiana y también instructora bíblica.
–Ella tiene dos niños de las edades de Frank –mi hermano de 9 años– y de Wanda –mi hermana de 5 años–. ¿Crees que a los niños les gustaría venir conmigo y jugar mientras doy el estudio bíblico?
Antes de que mamá pudiera responder, yo comencé a saltar y a dar grititos de entusiasmo.
–¡Yo también quiero ir, mamita! Por favor, ¿puedo ir?
La abuela Edith estaba dispuesta a llevarme, pero mamá dudaba.
–¿Estás segura? No quiero que sea una molestia…
–No la molestaré; ¡seré buena! ¡Lo prometo! –rogué.
–Bueno, está bien –dijo mamá resignada–. ¡Doña Triné! –llamó. Un momento después, nuestra niñera entró a la cocina–. ¿Podría preparar a Marlyn para ir a Zapopan? Va a ir con la abuela Edith. Póngale su vestido rosado; se ve muy bonita en él. Y prepare a Wanda porque ella también irá, a menos que no quiera. Y dígale a Frank que se ponga ropa limpia y se peine.
¡Iba a ir! Doña Triné me llevó a la habitación que compartíamos con Wanda y comenzó a prepararme.
–Quédate quieta, Marlyn, y levanta los brazos.
Yo levanté los brazos, pero estaba demasiado entusiasmada como para quedarme quieta. Me puso el vestido, pero luego tenía que peinarme y sujetar mi cabello con una hebilla.
–Quédate quieta, Marlyn –me rogó.
Pero ¿cómo podía quedarse quieto alguien con tanto entusiasmo adentro?
Unos minutos más tarde, los cuatro estábamos subiendo al autobús. De alguna manera, la abuela Edith consiguió tres asientos juntos para que nos sentáramos en el autobús abarrotado, y nos acomodamos. Yo iba segura sobre su falda. Los árboles y las personas en bicicleta parecían pasar volando al lado del autobús, que zigzagueaba en medio del tráfico, y en muy poco tiempo paraba en el pueblo de Zapopan.
La señora Figueroa, alta y delgada, con el rostro encendido por el buen humor, nos saludó en la puerta de su casa mientras sus dos hijos espiaban detrás de ella.
–¡Entren, por favor! –nos invitó, y pasamos a una habitación repleta de chucherías e imágenes que podían mantener entretenido a un niño por horas. Sus hijos, José y Rosita, rápidamente corrieron al patio con nosotros tres para jugar. Los cuatro niños mayores encontraron muchas cosas divertidas para hacer, pero yo, por otro lado, era considerada una acompañante no deseada que debía ser ignorada. Era muy pequeña para entender sus juegos.
Pero no importaba: ese patio era un lugar fascinante. Enredaderas tachonadas de flores azules trepaban por los muros, un cantero de crisantemos rojos me sonreía tímidamente, y un grupo de pajaritos bajaba en picada para posarse en una estatua. Cuando traté de atrapar uno, volaron fuera de mi alcance en un santiamén. Pero entonces atisbé una sección del muro cubierta de mosaicos azules y blancos, con una fuente de agua que fluía del medio. Traté de alcanzarla y jugar en el desaguadero, pero estaba demasiado alto, así que me contenté con remojar mis manos en la pileta.
–¡Marlyn! ¡Sal del agua! –gritó Wanda. La miré no muy feliz. ¡Ella no era mi jefa! Pero de todas formas me levanté y me dirigí hacia la puerta que daba a la sala de estar de la casa. Sabía que la abuela Edith estaba en esa habitación llena de chucherías interesantes.
–¡No, Marlyn, ahí no! ¡No tenemos que molestar a la abuela Edith!
¡Ahora era Frank quien me gritaba! Quizá podía jugar con los niños más grandes, pero ellos me echaron y siguieron con su juego. Disgustada, me desplomé bajo una pequeña palmera en el centro del patio. Esto estaba tardando demasiado y yo estaba comenzando a tener hambre. Un poco de arroz con leche sabría muy bien en este momento. Lo mejor que podía hacer era caminar hacia casa y almorzar.
Encontré el portón que llevaba a la calle. El cerrojo estaba muy alto, así que me estiré todo lo que pude. Estaba a unos pocos centímetros de alcanzarlo. Encontré una piedra tirada por allí y la arrojé desde abajo para golpear el cerrojo. ¡El siguiente intento tuvo éxito! Pateé la piedra, abrí el portón y salí saltando hacia la calle.
La siguiente tarea era encontrar mi casa. No habíamos tardado mucho en llegar en autobús, así que probablemente estaba solo un poco más adelante. Caminando en sentido contrario por la calle polvorienta venía una niña adolescente con una pollera colorida. Cuando nos cruzamos, se agachó para hablar conmigo.
–Niñita, ¿a dónde vas? –me preguntó.
Confiando que ya casi llegaba a casa, respondí:
–Voy a casa.
Señalé hacia delante, al pueblito cercano. La niña se enderezó, me sonrió de nuevo y siguió su camino.
Yo seguí caminando. Parecía que estaba tardando en llegar a aquel poblado más de lo que había imaginado. Pero finalmente llegué. Miré a un lado de la calle y al otro. Ninguna de las calles se veían como la mía, pero con seguridad las personas que vivían en ellas sabrían dónde vivía mi familia. Elegí una gran casa blanca, me acerqué a la puerta y golpeé.
Una joven de mirada dulce abrió la puerta. Detrás de ella, un poco agachado, mirando desde atrás, estaba el hombre más desagradable que hubiera visto alguna vez, con un bigote sobre su labio superior. Así que me dirigí a la joven:
–Tengo hambre, y quiero un poco de arroz con leche. ¿Puedes llevarme donde está mi mamá y el arroz con leche?
–Entra, pequeña. ¿Cómo te llamas?
–Soy Marlyn.
–Bueno, Marlyn, no tenemos arroz con leche, pero sí un poco de frijoles y tortillas. ¿Qué tal suena eso?
Eso sonaba bien, y pronto estaba devorando frijoles y tortillas muy feliz. Cuando me llené, le dije a la mujer que estaba lista para ir a ver a mamá. Ella prometió llevarme, pero dijo que primero necesitaba dormir una siesta. Me llevó a una habitación y me ayudó a subir a la cama. Yo me acurruqué muy contenta para dormir una siesta.
Cuando me desperté, nuevamente anuncié que estaba lista para ir a ver a mamá. La mujer prometió llevarme pronto, pero no en ese momento. ¿Todavía no? ¿Por qué no?, me pregunté. Entonces me sentí muy somnolienta, y eso es lo último que recordé hasta mucho más tarde en el día.
El resto de la historia se desarrolló cuando yo no estaba, así que la contaré como me la contaron a mí.
Cuando la abuela Edith terminó el estudio bíblico, recogió sus cosas y salió al patio para llamar a los niños. Wanda y Frank acudieron corriendo. Pero ¿dónde estaba Marlyn? Wanda y Frank se miraron perplejos; sus rostros empalidecieron al darse cuenta de que no habían visto a su hermana desde hacía un buen rato. El rostro de la abuela Edith, al darse cuenta de que ellos no sabían dónde me encontraba, también empalideció. Todos, incluidos la señora Figueroa y sus dos hijos, comenzaron a buscarme por todas partes: en cada rincón de cada habitación de la casa, revisando varias veces el patio, y finalmente en la calle.
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