Guillermo Baldomero Castro - 56

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Insertados por un designio inescrutable en un planeta al que llamamos Tierra –que surca las inmensidades siderales con sus habitantes al hombro, sin percibir siquiera que lo hacemos–, intentamos disfrutar en él lo más posible, nuestro paso fugaz de esta increíble experiencia.
Si nos preguntasen: ¿qué deseas de la vida?, la respuesta muy posiblemente sería «…realizar mis sueños y ser feliz…»
Y aunque ese deseo no llega a ser una meta inalcanzable, tampoco es un objetivo asequible a cualquiera que lo intente.
La vida es un transcurrir a la par misterioso e impredecible, que extiende sus manos colmadas de alegrías y sonrisas, y también de lágrimas y sorpresas no queridas.
Siempre en algún recodo se hará presente lo que podríamos llamar «la adversidad latente».
Y de ella, nadie está exento. Solamente diferido.
¿Cómo asumir entonces aquellas circunstancias que nos impactan día a día en forma inesperada y con distinta escala de adversidad, para que no
alejen de nuestro alcance la felicidad buscada?
Requiere de nosotros un deseo constante y decidido para lograr una transformación que implica un cambio de pensamiento, actitudes y una nueva forma de mirar la vida.
El contenido del libro intenta, con humildad y sencillez, poner al alcance del lector algunas herramientas y conceptos que, meditados con perseverancia y sentido crítico, pueden allanar el camino hacia esa búsqueda a la vez esquiva y profundamente ansiada.

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Por cierto no hablamos de síntomas derivados de alcoholismo, Drogadicción, o algún factor genético.

Ahora bien Tomas, quiero que medite un poco sobre lo que hemos hablado. Lo que está pasando en su cuerpo.

Lo que usted ha hecho –por cierto involuntariamente– es activar mensajes durísimos, a lo que su organismo está respondiendo de la única forma que sabe y se lo trasmite a través de todos esos síntomas que percibe.

Pero desactivar esos mensajes enviados y restablecer el metabolismo normal en su interior… no es tarea sencilla, ni trabajo de un día.

T —¿Entonces me puede curar?…

AZ —No. Yo no lo puedo curar.

Podría indicarle algún psicofármaco más potente que quizá lo sedaría o indicarle largas caminatas para distraer su atención y fortalecer el tono muscular, o que practique alguna gimnasia que también ayudaría en la relajación muscular y aliviar esas contracciones que siente, pero eso no lo curaría.

Es como hacerle un sangrado a un hipertenso para bajar la tensión sanguínea…

No es curación. Serian sucedáneos que aliviarían un poco, pero no atacaríamos el mal de fondo...

T —Pero doctor, si usted que es el médico, no me puede Curar…

¿Entonces quién...?

AZ —Usted mismo Tomas. ¡Sólo usted!

T —¿Quiere decir que yo, debo ser mi Doctor?...

AZ —Así es Tomas. Así es…

Usted debe tomar la decisión de sanarse…

Usted debe dar los pasos en tal sentido…

Y nadie más puede hacerlo por usted.

Como nadie puede tomar por usted, los medicamentos que usted toma.

Ningún profesional puede obrar milagros de curación definitiva sin la total colaboración del paciente, es decir… si usted no predispone toda su voluntad y esfuerzo para conseguir ese propósito.

Los médicos no curamos. Solo estimulamos a través de fármacos o de otros medios para que el organismo reaccione favorablemente.

Cuando toma un antibiótico... no es el antibiótico el que cura... es el mismo organismo el que reacciona ante el antibiótico y juntos desencadenan los procesos que restauran la salud. Y en el caso del Stress o la Depresión es más necesaria aun esa actitud del paciente, ya que se trata particularmente de fenómenos subjetivos y preconceptos que valorizan hechos vividos.

¿Me comprende bien lo que quiero decir?

T —¡Pero doctor!... ¿Quién más que yo puede querer sanarse?

AZ —Tomas… no siempre lo que pensamos, es la “verdad” de lo que sentimos…

Sucede a menudo que a nivel inconsciente, no deseamos verdaderamente lo que manifestamos conscientemente.

Digamos que hay dos seres que coexisten en un mismo cuerpo al mismo tiempo y no van precisamente por caminos paralelos.

Y aquel hombrecito que maneja el inconsciente es sumamente poderoso porque actúa en función de la memoria. De todo aquello que escuchó, tocó, vio, de las sensaciones, recuerdos y experiencias vividas.

El hombre consciente en cambio proyecta hacia el futuro, lo que querría ser o hacer. Pero su conducta, casi siempre está condicionada por lo que ordena el inconsciente que es digamos… quien tiene la experiencia.

En su devenir, el hombre consciente va generando nuevas situaciones que alimentan continuamente la reserva histórica de su compañero oculto.

El primero analiza y genera. El segundo, sin discernir, guarda.

Pero ejercerá poderosamente su influencia en las acciones próximas.

Y entonces ¿qué pasará con aquellas circunstancias o conceptos que el consciente evaluó con criterio erróneo y así fueron almacenadas en la inmensa biblioteca de su amigo?

Pues, seguirán ejerciendo con aquel error, el peso de su influencia sobre las acciones venideras del primero.

Es por ello, que encontramos tan frecuentemente en nosotros mismos, una incoherencia manifiesta entre la prédica y la práctica. Entre el querer y el hacer. Entre lo que pensamos que fuimos y lo que realmente somos.

T —Doctor… a ver si lo entiendo…

¿Me está diciendo que mi inconsciente quiere estar enfermo y por eso estoy pasando todo lo que paso?...

AZ —No. No es que su inconsciente quiera estar enfermo, sino que la visión de su realidad, está influenciada por los mensajes que su inconsciente le trasmite.

Y estos mensajes, con toda seguridad, tienen algún vicio de error con el que fueron almacenados en su momento.

¿Y esto como se corrige?

Pues necesitamos reescribir el texto. O de otro modo… reemplazar el viejo libro de la biblioteca, con su código mal escrito, por uno nuevo, con la fórmula correcta.

T —Entiendo lo que me dice… pero no entiendo de que manera lo llevamos a cabo…

AZ —Todo a su tiempo Tomas… hay que darse tiempo… y dejar que trabajen los anticuerpos…

—Zazar torció ligeramente su brazo y miró su reloj…

Al ver el tiempo transcurrido levantó ligeramente las cejas y dijo:

Vamos a suspender Tomas, porque tengo otro paciente en este horario.

Pero deberíamos continuar esta charla –si a usted le parece–.

T —Sí. Por cierto que sí...

AZ —¿Le viene bien el martes ..?

T —¿A qué hora doctor?

AZ —Podría ser a esta misma hora… si le parece...

T —Sí… no tengo otro compromiso.

AZ —¿Cómo se siente en este momento Tomas?...

T —Bueno…

La charla me ha distendido un poco… hace bien tener una persona que lo escuche… pero… ¡-tengo tantas preguntas que me abruman!...

AZ —Seguro que sí. Todos las tenemos...

T– Doctor… no le he abonado la consulta…

¿Cuánto son sus honorarios?

AZ —No se preocupe por eso Tomas… en absoluto...

Usted está tensionado también por temas de dinero…

Lo que intentamos es bajar tensiones y no aumentarlas…

Ya habrá tiempo de hablar de ello cuando llegue el momento...

Por ahora quiero pedirle algo…

T —Si doctor… dígame…

AZ —Cuando salga por esa puerta Tomas… deténgase un momento…

Quiero que intente sentir sobre su rostro la frescura de la brisa… aunque sea muy leve…

Quiero que respire…

Respire hondo y goce con ese aire gratuito que llena sus pulmones…

Quiero que impregne sus retinas de esa variedad infinita de colores y formas que distinguen las cosas…

Quiero que llene sus oídos de sonidos… desde los más humildes que apenas se escuchan, hasta aquellos estentóreos que lo sobresaltan.

Que observe el vuelo de los pájaros que vuelven silenciosos al descanso para iniciar un nuevo día… y no se preocupan del mañana…

Quiero que observe que, todo es vida… vida cambiante, acción sin límite, diversidad plena…

Que contemple los árboles y admire su paciencia… su perseverancia... y su paz…

Y quiero que se diga a sí mismo:

Hoy he nacido... porque todo lo anterior… ha quedado atrás…

Y repítalo...

Hoy he nacido... porque todo lo anterior… ha quedado atrás…

—Tomas guardó silencio.

Sintió en sus pupilas la mirada franca y profunda de Zazar como si fuera el abrazo sincero de un amigo fiel, y mientras lo miraba, una humedad furtiva cobró brillo en sus ojos.

Bajó un poco la cabeza con un dejo de varonil pudor mientras estrechaba firmemente la mano del anciano.

Atravesó el vestíbulo. Descendió el escalón de mármol y se encontró de pronto en la vereda.

Recordó el pedido de Zazar y respiró pausada y profundamente…

No llovía.

Los densos nubarrones que le habían acompañado aquella tarde, se iban esfumando lentamente, dejando en su despedida suaves pinceladas de color gris blancuzco.

Dirigió su mirada hacia el poniente, al sol que ya ocultaba.

Y contempló extasiado los dorados rayos que, en ramillete brotaban de los celajes, tiñendo con tintes rojos el horizonte ya dormido.

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