Guillermo Baldomero Castro - 56

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Insertados por un designio inescrutable en un planeta al que llamamos Tierra –que surca las inmensidades siderales con sus habitantes al hombro, sin percibir siquiera que lo hacemos–, intentamos disfrutar en él lo más posible, nuestro paso fugaz de esta increíble experiencia.
Si nos preguntasen: ¿qué deseas de la vida?, la respuesta muy posiblemente sería «…realizar mis sueños y ser feliz…»
Y aunque ese deseo no llega a ser una meta inalcanzable, tampoco es un objetivo asequible a cualquiera que lo intente.
La vida es un transcurrir a la par misterioso e impredecible, que extiende sus manos colmadas de alegrías y sonrisas, y también de lágrimas y sorpresas no queridas.
Siempre en algún recodo se hará presente lo que podríamos llamar «la adversidad latente».
Y de ella, nadie está exento. Solamente diferido.
¿Cómo asumir entonces aquellas circunstancias que nos impactan día a día en forma inesperada y con distinta escala de adversidad, para que no
alejen de nuestro alcance la felicidad buscada?
Requiere de nosotros un deseo constante y decidido para lograr una transformación que implica un cambio de pensamiento, actitudes y una nueva forma de mirar la vida.
El contenido del libro intenta, con humildad y sencillez, poner al alcance del lector algunas herramientas y conceptos que, meditados con perseverancia y sentido crítico, pueden allanar el camino hacia esa búsqueda a la vez esquiva y profundamente ansiada.

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La puerta se abrió, sacándolo de su recuerdo, y apareció ante él, un hombre bastante mayor, ya entrado en años. Aunque solo abrió la puerta parcialmente, trascendía en él una estatura mediana, avanzada edad, el rostro grande, franco, coronado con abundante cabello cano, marcadamente blanco, y unos anteojos de montura oscura con gruesos cristales que agrandaban notoriamente sus ojos amigables de color celeste claro. Impactaba en él, su mirada profunda, pacífica, serena, casi ingenua.

AZ —¿Si?.. Inquirió.

T —¿Dr. ¿Zazar?

AZ —Si… soy yo. Usted es…

T —Tomás. Acordé por teléfono una cita…

AZ —Oh… sí. Adelante por favor…

—Abrió la puerta de par en par ‚ hizo un ademán de cortesía para que ingresara. Subió el pequeño escalón de mármol Travertino, atravesó una pequeña salita con algunos asientos sin respaldo e ingresó al interior del consultorio.

Le extrañó su sencillez. Un escritorio casi antiguo con cuatro libros apilados a un costado, algunos papeles sueltos, una lámpara encendida que alumbraba directamente sobre un folleto abierto.

Delante del escritorio dos sillones chicos pero de vista confortable y por detrás, uno mayor, giratorio, seguramente recién abandonado por su dueño. Sobre un costado, un sofá con dos almohadones y sobre el lado opuesto un modesto modular que mostraba numerosos volúmenes algunos visiblemente gastados por su uso. Sobre un rincón, una discreta y ordenada mesita, infundía un ambiente familiar, mostrando sobre una bandeja de bronce, un aparato eléctrico para café y cinco pocillos finamente decorados.

No había mucha luz y quizá aquello influyera en una primera sensación de paz que envolvía el ambiente y lo tornaba sensiblemente agradable. Tal vez el médico se percató de ello, pues se acercó a la ventana y levantó un poco más la celosía, lo que aumentó solo parcialmente, la luminosidad interior.

AZ —Acostumbro a bajar un poco la persiana, porque me resulta cómodo para leer y trabajar –dijo casi disculpándose–.

Por favor… tome asiento –le indicó– mientras colocaba casi paternalmente su mano, sobre la espalda de Tomas. Este corrió ligeramente el sillón y accedió al pedido. Esperó que el médico fuese a su lugar natural en el sillón giratorio, pero se sorprendió cuando éste desplazó lateralmente la butaca que estaba a su costado, y tomó asiento como si fuese un paciente más.

El médico se inclinó ligeramente hacia él. Lo miró de frente con rara benevolencia fijando sobre los suyos sus grandes ojos celestes agrandados por el aumento de sus gafas, y le dijo con voz suave:

¡Cuénteme!…

Algo se quebró en el interior de Tomas.

Hacia solo unos instantes, experimentaba en la profundidad de su alma una soledad angustiante mientras un mundo indiferente transitaba ante sus ojos ajeno a su presencia, y de pronto, muy cerca suyo... frente a si, alguien esperaba sus palabras con una desusada actitud de vieja amistad y paternal cariño.

Inspiró profundamente y como tomando fuerza, inclinó levemente su cabeza hacia abajo, cruzó sus manos sobre las piernas y comenzó a decir...

T —No ando bien doctor... No sé por dónde empezar…

No sé si es por el trabajo… o por el dinero… o soy yo mismo, pero lo cierto es que no me siento bien...

Tengo la sensación de que mi cuerpo no me pertenece, experimento contracciones en los músculos como si tuviera escalofríos… a veces como un hormigueo interno…

Es una sensación muy fea,… horrible.

Tampoco duermo bien… me despierto varias veces a media noche con una transpiración fría en todo el cuerpo y… sé que no es calor…

Pero lo más duro es en la mañana… cuando me levanto…

Quisiera taparme con las sábanas y no amanecer. No sé si llamarle miedo… pero es como una inseguridad… o temor… más fuerte que yo.

Quisiera seguir durmiendo… esconderme para no experimentar más esta sensación que me quema por dentro y me llena de angustia…

Si no fuera por mi familia… quizá no amanecería......

AZ —Está tomando algo?... ¿Alguna medicación…?

T —Si…

Tomo unas pastillas para dormir que me recetó un médico amigo.

En realidad he consultado dos médicos... y los dos coinciden en que estoy muy nervioso… que trate de no darme tanta cuerda…

Me han sugerido salir a caminar… o practicar algún deporte.

El último me recetó un tranquilizante…

—Tomás buscó en sus bolsillos y extrajo una tirilla de plástico con unos comprimidos pequeños de color rosado suave, y lo extendió a la vez que decía: tomo una y media todos los días…

El médico alargó su mano, tomó el medicamento y lo leyó pausadamente: Nervosedan, 5 miligramos… –dijo en voz baja–.

Sí. Un Psicofármaco muy recetado en estos días…

y guardó silencio.

T —Tomás continuó: he intentado no darle mucha importancia a las cosas como me han aconsejado… pero es una sensación que me domina…

Como si estuviera en un pozo del cual no puedo salir… no sé cuánto más voy a soportarlo…

—El médico lo miraba atentamente mientras Tomás hablaba, y muy discretamente ponía sus ojos en esas manos que frotaba nerviosamente, a la vez que agitaba su pierna derecha apoyada sobre la punta de su pié en un suave pero intermitente temblor.

AZ– Sin duda está muy estresado…–dijo con cierta seriedad– ¿Desde cuándo experimenta este malestar? –preguntó–

T– Hace varios meses que vengo mal… ocho… diez… ó más…

Me cuesta concentrarme… y ahora que más lo necesito…

AZ —Seguramente hay alguna causa que lo provoca –dijo el médico–

¿No lo cree así?

T —Son muchas cosas doctor, que han pasado… en realidad vengo pendiente abajo como si fuera un tobogán…

El año pasado, en Noviembre falleció mi madre…

No lo esperábamos… sucedió repentinamente… en una semana…

Fue un golpe muy grande porque éramos muy apegados.

Mis hijos…–su nietos– eran sus regalones… aun hoy no termino de aceptarlo.

Cada vez que lo recuerdo siento una opresión muy grande…

Después mi esposa tuvo un accidente muy grave con el coche y falleció como consecuencia de muchas quebraduras y golpes internos.

El coche no sirvió más, y me quedé sin movilidad… y ahora para rematar… quizá pierda mi empleo, porque se vende la empresa en que trabajo y seguro van a despedir a todo el personal…

-¡No sé de qué‚ vamos a vivir!

Conseguir trabajo nuevamente con 45 años es muy difícil… y con una familia atrás… tres niños… y como no le faltan pulgas al perro flaco… yo no sirvo para nada… y no puedo encontrar una salida… siento como si estuviera paralizado…

Pienso en el mañana que puedo perderlo todo… sin trabajo… sin dinero…

Toda mi vida he trabajado con honestidad, he buscado siempre el bien de mi familia… puse mis mejores años en la empresa… y ahora esto…

La vida es injusta… ¿no cree?..

AZ– Mi opinión Tomás… no va a cambiar la realidad del mundo… pero vamos a hablar de eso quizá más adelante...

¿Cómo está su relación familiar?... con sus hijos…

T– También se está deteriorando. Discutimos mucho últimamente...

Nos decimos palabras hirientes cosa que antes jamás sucedió.

Me preocupa mucho, porque nuestra relación ya no es como antes…

Y si le digo la verdad… tengo miedo. Miedo de perder lo único que poseo y que verdaderamente importa. La familia...

Las cosas no han salido bien...

He tratado por todos los medios de hacer algo sólido, asegurar un porvenir para mis hijos… mi esposa, tener una familia unida… y de pronto veo como si todo aquello por lo cual luché, se hubiese escurrido de las manos como arena. Creo que he fracasado en muchas cosas…

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