Realmente tenía miedo. Mis ancestros, a través de hologramas me habían enseñado que una de las debilidades que teníamos como raza era el miedo.
El miedo como activador de la parálisis de nuestras asociaciones concretas, llevándonos a un desequilibrio, dejando como consecuencia la repetición. Ellos decían que debíamos encontrar el miedo estructura de nuestro ser.
Estuve examinando el árbol azul y el arbusto rojizo, con sus inminentes cambios, hasta el final de los días de astroide.
Poco a poco, con precaución, algunos regresaban comprendiendo este insólito e inesperado proceso.
Medité y, luego de repasar mis anotaciones, descubrí que solo algunos escuchaban y veían lo que ofrecían el árbol azul y el arbusto rojizo. Y yo no era uno de ellos. Tal vez, lo hallaron, pensé.
Seguí examinando. Me pregunté: ¿cuál sería el primer miedo que había invadido a mi mente, psiquis? y ¿qué estaría encubriendo? ¿Derivaba este de escenas ocultas, de silencios no olvidados? ¿Cuál era mi esencia?
Cuboide completó la vuelta al Giro, y esta fue más pequeña que la anterior, encontrándose en el mismo lugar del nacimiento del arbusto rojizo. Aquellos cuboideanos ya no estaban allí. Pero, el resto, tras un velo de olvido, debían volver a enfrentarse, estimulados por lo absurdo, con el fin de progresar a través de repeticiones, al ser Cuboide el escondite de los miedos.
Cuando comprendí, me sumergí en mi miedo estructura, desarmándolo cada vez, hasta llegar, como algunos, a ver y escuchar más allá de lo absurdo.
Encrucijada: reunión de puntos que se unen en una sola forma para dar sentido al vivir.
Siento el tibio sol que aparece por entre las ramas ennegrecidas. Mis ropas húmedas por el pasto fresco de la mañana delatan mi presencia desde horas tempranas. Es como despertar sin haber dormido, es decir, haber soñado sin dormir. Todo está en calma.
Escucho una voz a lo lejos, la necesidad de sobrevivir hace que la escuche a menudo y muy cerca de mí.
Una parte de mi cuerpo la persigue, marchando siempre a su lado, miro hoja por hoja y no la encuentro.
Encontré una flor marchita arrancada de la tierra. La tomé entre mis manos y sus pétalos fueron cayendo uno por uno. El viento expandía sus sonidos dando a la vida colores inesperados.
Uno de los pétalos parecía revivir, no creí estar despierto.
Este que dibujaba un ocho comenzó a bailar y su danza me atrapaba, era sensual. Silenciaba, como una dulce brisa que acaricia impetuosamente. Embriagaba, como uno de los mejores vinos, lentamente tiñendo de rojo vivo los pétalos del jardín. Apasionaba, como un rito antiguo a cuya seducción nos entregamos para ser parte de un todo.
Símbolos de emociones fuertes cuyas consecuencias son secuelas imborrables en nuestra mente.
Detrás de este, comenzaban a verse el cuatro y el cinco que se escuchaban conversando con entusiasmo:
¿Qué me dice usted del libro más antiguo de este planeta? ¿Será este el responsable de una gran revolución que terminaría por hacer desaparecer toda religión existente?
Palabras erróneas que se balancean en nuestras vidas como juegos de niños.
No tardó en aparecer el tres contando una pequeña historia:
Una fugaz melodía interrumpía aquella, a la que llamaban la cátedra del doctor B… Para él era ya una costumbre que se confundía con lo cotidiano. Sin emprender la búsqueda de ese misterio, el doctor B… seguía su vida.
Pero esta se hacía cada vez más y más intensa y era él el único que la percibía.
Sus palabras solo daban teorías y conceptos equivocados y un asombro y un murmullo invadieron el silencio de los presentes.
Luego, el doctor B… cuestionándose, logró a través de un retroceso encontrar la respuesta.
Poco a poco, quedando solo, la fugaz melodía se hizo dueña de su mente.
Sabiendo lo que le ocurría el doctor B… pudo librarse de esa fuerza que lo condujo a una clave.
Situación pasajera e inconsciente que nos envuelve cada vez más, sin siquiera sospechar que, poco a poco, nos convertimos en sus víctimas voluntarias.
Pude observar el uno vestido en un tono rojizo. Él también conversaba con el siete, que lo escuchaba atentamente.
Decía: Sin saberlo estábamos envueltos en una fantasía, como un gran circo, nos reíamos y disfrutábamos sin ver más allá lo que pasaba. Éramos espejos de falsas realidades que nos hundían cada día más. Un grito de incertidumbre nos condujo a la desesperación. Y pronto, una combinación armónica de preguntas y respuestas nos daba el tono de un sonido inalterable sobre la Tierra.
Cada toque del clarín de insaciables ambiciosos llegaba como una bala, hiriendo una vez más las entrañas de nuestra gente.
Espejo de un sinfín de caminos adversos, razonables por nuestros sentimientos, infieles a la realidad.
El seis en cuclillas dio un salto y miró el cielo. De sus pensamientos rescaté algunas ideas:
La luna, testigo de nuestros sueños, es un libro abierto colmado de deseos. En ella está la clave de un laberinto con puertas del pasado y presente. La luna, venerada por antiguas civilizaciones, es ahora un objeto de admiración y de investigación para los sedientos sabios
.
Centro reflejo indeleble que respira intoxicando cuerpos ajenos.
El cero, casi sin forma, con miedo, leía en voz alta:
Muertas estaban las campanas, aquella noche todo era temeroso, el cielo se quejaba con imponentes truenos, la maldición caía sobre esas almas que inmóviles y exhaustas se veían con un brillo inexpresivo. ¿Por qué tenía que suceder allí? En donde la alegría reinaba sin que nadie ni nada pudiera dominarla. Un rayo del firmamento cruzó el horizonte y una gran masa de fuego iluminó lo estático y diminuto que allí se encontraba. Un minuto más tuvieron de vida, porque luego, todos conscientes fueron cayendo, uno por uno al suelo, en donde los esperaba este para tragárselos. Y en ese momento fue cuando un infierno brotaba sin límite.
Poder terrestre que nuestras almas penetran indeseables en busca de una verdad sublime.
Los demás números, el dos y el diez narraban en coro:
“Mis ideas no florecen, mi mente está ocupada
el tiempo sigue su camino, pero yo no puedo alcanzarlo,
como un túnel profundo, mi mente perturbada.
Así fueron pasando los días y la gente no ayudaba
así, fui agonizando y el tiempo fue pasando,
como un mar enfurecido, mi mente ocupada.
Y así fue como un día, la muerte me llegaba
como la sabia respuesta, al dolor de las ideas,
fui a morir a la tumba y el silencio me ayudaba.
Con la mente despejada, la calma interna me invadió
y se adueñó de mis ojos, cerrándolos para siempre.
Y ya en paz me encontraba”.
Escape de traidores, que se alimentan de la débil cubierta de radiaciones espontáneas.
El nueve apareció detrás de un sauce, su mirada era triste. Me acerqué y le pregunté qué le sucedía. Comenzó a relatarme su vivencia:
Al despertar en una fría mañana, me di cuenta de que el otoño había invadido el melancólico pueblecillo, en donde he permanecido desde el comienzo de la primavera, sin poder concretar mi único objetivo para el cual he nacido.
Recorriendo el pueblo encontré solo puertas cerradas y calles desoladas. Al dirigir mis ojos hacia la pradera, un suave blanco tapizaba los sembrados de la temporada. Entonces decidí partir, porque todo había sido en vano allí.
Siempre trataba de que mi vida tuviera un aroma a flores, por eso, perseguía la primavera, para ello debía recorrer largos caminos y soportar las decisiones del poderoso Dios del Tiempo.
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