Mauro Vallejo - Nerviosos y neuróticos en Buenos Aires (1880-1900)

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Nerviosos y neuróticos en Buenos Aires (1880-1900): краткое содержание, описание и аннотация

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En 1892 una de las primeras médicas argentinas escribió que una mujer porteña no podía ser chic sin ser al mismo tiempo «exquisitamente nerviosa». Este volumen reconstruye la historia de esa alquimia enfermiza, merced a la cual la moda, la expansión del consumo y la metamorfosis de la vida urbana atizaron la irrupción de una nueva experiencia llamada neurosis. Durante las últimas dos décadas del siglo XIX, Buenos Aires se transformó en el hábitat hospitalario de unos sujetos que no parecían hechos para el manicomio, pero que vivían atormentados por el insomnio, el desasosiego o los dolores gástricos. La medicina teórica, que a duras penas había aprendido a reconocer delirios o impulsos ciegos, se mostró desconcertada ante la profusión de esos neuróticos, que no eran peligrosos y tenían hábitos de buenos cosmopolitas. En base al estudio de fuentes variadas (avisos publicitarios, tesis médicas, folletos olvidables y novelas casi canónicas) este libro reconstruye las superficies o tramas culturales en que esa novedad fue modulada. Un imaginativo mercado de remedios, los institutos médicos privados (de gimnasia mecánica, hipnosis o electroterapia) y unas desabridas salas hospitalarias conformaron el trípode parcial en que esa experiencia pudo alojarse y expandirse en la Capital por esos años. Con una mirada que imbrica la historia de las ideas y la historia cultural,
Nerviosos y neuróticos en Buenos Aires despliega con erudición una conjetura: mucho antes de la llegada de las psicoterapias y los freudismos, y a expensas de una medicina nerviosa que, de la mano de José María Ramos Mejía, se resistía a sancionar la legitimidad de las neurosis, el mercado de consumo devino el artefacto plebeyo más propicio para hacer lugar o acompañar esa experiencia patológica y esa sensibilidad.

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El mexicano era uno de los muchos ciudadanos neuróticos que, con sus angustias vagas y sus desdichas espirituales, se mostraban listos para zambullirse en un mercado de sanadores o remedios que prometieran algún alivio para esos malestares. No podía ser de otro modo en una ciudad que se mostraba tan atenta a las modas y a sus lógicas de consumo (ya en 1881 José Wilde había concluido: “Nuestros lectores bien saben que es y ha sido siempre inútil, la prédica contra ese déspota llamado la moda” [Wilde, 1881: 184]). En efecto, tal y como será desarrollado más adelante, para amplios sectores de la vida urbana, los recién estrenados epítetos que se usaban para nombrar esas afecciones (neurastenia, debilidad nerviosa, etc.) eran apenas algo más que pomposos sinónimos de modernidad o de cosmopolitismo (Forth, 2001). Hacían suya esa función no solamente por el imaginario que recubría la provocación de la enfermedad, sino también por la naturaleza atractiva y confortable de los productos y procedimientos con que ella quedaba asociada. En el mismo momento en que Gamboa formulaba su diagnóstico, una de las primeras médicas egresadas de la facultad local afirmaba lo siguiente:

El neurosismo, que tanto desarrollo ha adquirido en esta época, al extremo que es raro encontrar una mujer que no sea histérica, epiléptica o neurópata, producto muchas veces de la educación, los vicios, la herencia y hasta la moda; porque no se puede ser chic si no se es exquisitamente nerviosa. (Rawson de Dellepiane, 1892: 40).

El vagabundeo local de esas histéricas fue retratado más de una vez por los cronistas sociales de aquella época. Recordando la fauna humana que se hacía ver por los bosques de Palermo en el cambio de siglo, Manuel Castro se refirió a “las damiselas que pasean su ‘spleen’ por la aristocrática avenida de las Palmeras (…), reclinadas lánguidamente en cupés y landós que arrastran braceadores trotones” (Castro, 1949: 44).

En 1893, desde Madrid, un médico español que venía de dirigir en Buenos Aires un exitoso consultorio especializado en neurosis, esbozó un paisaje similar de la salud mental de sus pasados anfitriones: “Recientemente −pues de ella llego− hago idéntica observación en la República Argentina; todos, ó la mayor parte de los bonaerenses, padecen de la Neurastenia” (Díaz de la Quintana, 1893: 12). Igual de valiosa es la continuación de esa sentencia, pues allí se deja ver el motivo por el cual el diplomado extranjero se obstinó en permanecer cuanto pudo en una ciudad que había hecho todo para expulsarlo: “despachan el bromuro potásico por toneladas, el éter por cuarterolas y las tinturas madres y glóbulos de ignatia por litros, exagerada cantidad, tratándose de minisculez tan sobresaliente como lo son las dosis homeopáticas” (Díaz de la Quintana, 1893: 12). Haciendo eco a la reclamación de Gamboa, el español entendió de modo acabado que la profusión de neuróticos era equivalente a la implantación y desarrollo de un negocio lucrativo.

Este libro trata sobre la emergencia casi simultánea de una experiencia (o una sensibilidad) y de un mercado. En el tramo final del siglo XIX, Buenos Aires fue el escenario de la irrupción de un nuevo personaje, que también alteraba la fauna humana y patológica de otras grandes urbes del mundo moderno. Ese nuevo sujeto, el neurótico, era el punto de confluencia o el reflejo atribulado de múltiples transformaciones: nominaba una nueva forma de sentir el propio cuerpo y de relacionarse consigo mismo; pero mentaba al mismo tiempo la oportunidad de atizar un mercado de servicios profesionales y objetos de consumo, capaces de poner fin (o eternizar) la condición mórbida. Ese nuevo habitante constituía, en fin, el baluarte de la exigencia de alterar la presencia urbana y cotidiana de la medicina.

Estas páginas abordan algunas de las superficies o tramas culturales en que esa novedad fue modulada en la ciudad de Buenos Aires. El mercado de remedios (con sus avisos publicitarios, sus objetos y sus agentes), los institutos médicos privados (con sus afanes de lucro, sus escaleras de mármol y sus estrategias de marketing), y las salas hospitalarias o cátedras universitarias (donde algunos diplomados con ínfulas de investigadores decían mirar de reojo a sus colegas filisteos) conforman el trípode parcial en que aquella experiencia pudo alojarse y expandirse en la Capital durante los últimos años del siglo XIX. Monstruo híbrido, mezcla de un nuevo yo y de un hábito de consumo, la neurosis porteña estuvo también enhebrada de palabras y discursos; esa sensibilidad tuvo mucho que ver con los motes que las propagandas de aceite de bacalao querían dar al nuevo espécimen nosográfico, pero también con las figuraciones que esa condición proteica recibía en las páginas de una literatura ficcional que ya se mostraba hastiada de los locos degenerados. Artículos y tesis de los médicos también colaboraron en la forja de ese retrato esquivo. Ninguna de esas fuentes es capaz de recobrar en su plenitud aquello que podríamos colocar del lado de la experiencia vivida; de aquella época no han sobrevivido historiales clínicos o diarios íntimos de sujetos que hubieran hecho suya la aventura neurótica. Aun a pesar de sus limitaciones y cegueras, los documentos disponibles pueden ser usados para ensamblar una mirada alternativa y compensadora de esa experiencia perdida.

Los capítulos que componen este volumen exhuman las acciones curativas, los idearios, las disciplinas y los dispositivos de observación movilizados alrededor de una experiencia mórbida que hasta el momento ha merecido una atención muy dispar de parte de la historiografía local. Sin dejar de ser una contribución a la historia de la medicina mental rioplatense, este ensayo aprovecha la emergencia de un nuevo rostro en la cultura patológica para reconsiderar elementos que desbordan las fronteras de esa rama científica, y que tienen que ver en sentido más general con el mundo del mercado, la vida urbana y el universo letrado. El neurótico fin-de-siècle recogió su identidad en la estela de las acciones y discursos de boticarios, curanderos, magnetólogos, médicos inquietos y novelistas. Su hábitat natural fue algo muy distinto al asilo o al hospital; debe ser hallado, por el contrario, en la amalgama sincopada entre la farmacia, los centros de hidroterapia, los gabinetes de hipnosis y las marquesinas de los teatros de moda.

Esta obra resulta de una investigación acerca de la fragua de un nuevo sujeto, el neurótico, correlativo o envés de flamantes dispositivos curativos, nuevos lenguajes y circuitos comerciales. Estamos ante un (cuasi) enfermo cuyos malestares no eran traducibles al lenguaje de la locura o el delirio, y cuya visibilidad no se debía tanto a la versátil y escurridiza categoría de peligrosidad social, sino más bien a su forma de habitar un mercado pujante. Tercer rasgo del individuo neurótico, coextensivo al recién señalado: si el loco, en tanto que enajenado, nunca era del todo un yo, o no podía jamás responder del todo por sí mismo −y por ese motivo la necesidad de su tutela, su encierro, o de ahí la exigencia de quedar siempre en dependencia de otro que respondiera por él: policía, juez, psiquiatra−, el neurótico, por el contrario, era aquel que podía realizar constantemente un trabajo de repliegue sobre sí; trabajo que, amén de resaltar las virtudes auscultadoras o consumidoras de su yo, lo reforzaba y lo debilitaba al mismo tiempo. 1El neurótico sufre, de alguna forma, de una hipertrofia del yo, que opera en detrimento de una disminuida atención a su entorno. No puede dejar de sentir su cuerpo, las mínimas variaciones de su funcionamiento, siempre alerta a que algo anda mal. Para decirlo con los términos de una fuente que habremos de recuperar en esta obra, es posible afirmar que

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