Hilda Laffitte - Collar de perlas

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"Cuando comencé a leer este libro me atrapó de tal manera que en algo más de tres horas ¡lo había leído todo! Es que Hilda escribe con simpleza y sin rodeos. Conociéndola bien como la conozco, veo que vuelca sus propias experiencias, pero no solo sus éxitos o sus logros, también sus tropiezos y debilidades. Me bendijo mucho, pues me sentí muy identificada. Otro libro de enorme éxito editorial" (Prólogo de Liliana Radi, administradora de la Región Sudamericana de la Iglesia del Nazareno).

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Copyright 2011 Hilda Laffitte Por comentarios hildadecogmailcom Editorial - фото 1

Copyright © 2011 Hilda Laffitte

Por comentarios: hildadeco@gmail.com

Editorial Amplitud

Primera edición: Año 2006

Buenos Aires, Argentina.

Todos los derechos reservados conforme a la ley.

Prohibida la reproducción de esta obra,

salvo en segmentos pequeños,

sin la debida autorización de la autora o la editorial.

ISBN 978-987-4435-82-8 (ePub)

Diseño & Diagramación

Estudio Qaio. DG. Pablo Gallo

Corrección

Dr. Jorge Julca

Dedicatoria

Al Señor, sin él mi vida no hubiese tenido sentido.

A Marcelo, el hombre que me hace feliz. Y a todas las hermanas en Cristo con las cuales me une el fuerte vínculo de la fe.

Prólogos

En todo tiempo ama al amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia.

Proverbios. 17:17

Por María Rosa Loguzzo

El collar de perlas de mi querida amiga Hilda Laffitte reúne las más emotivas experiencias de una mujer que ejemplifica el caminar diario con Dios y el propósito de ser de bendición a todos los que la rodean. Conozco a Hilda desde que ambas éramos muy jóvenes y ella era la “reina de belleza” de nuestra ciudad y todos los muchachos morían por ella. Por designios de Dios, un príncipe que no era de nuestros lares pasó por nuestra querida San Nicolás y se enamoró perdidamente de ella. Hizo lo posible y lo imposible por conquistar su corazón y con persistencia Marcelo lo logró. Ese precioso amor culminó en una boda que despertó tanto alegrías como algunas envidias entre “las” y “los no elegidos”.

Hilda era mi amiga y compañera de trabajo y Marcelo era amigo y compañero de trabajo de Ricardo, mi esposo. Nos casamos casi al mismo tiempo y nuestra amistad se solidificó cuando Hilda y Marcelo, recién casados, recibieron al Señor y esta“preciosa reina” tuvo su belleza completa: la exterior y la interior.

Innumerables recuerdos vienen a mi mente en muchos años de compartir lindos momentos con matecitos, asaditos y alguna pizza de por medio. Uno de los más preciosos es del día en el que Hilda apoyó a su esposo, un exitoso periodista secular, a tomar la decisión de servir al Señor a tiempo completo.

Nunca olvidaré cuando juntas oramos por la salud de mi esposo desahuciado por los médicos y Dios le dio a Hilda la promesa de Jeremías 33:6 que se cumplió ampliamente con la salud restaurada de Ricardo. En ese año de recuperación, Hilda fue la incondicional amiga con la que se puede contar a cualquier hora y para cualquier pedido y que responde con una disposición y energía increíbles pero con una sonrisa permanente en la cara.

Cuando tuvo que tomar la decisión de mudarse a Buenos Aires lo hizo con oración y con sus preguntas típicas al Señor pero una vez decidida, no volvió atrás. Sólo quienes hemos hecho tal cambio sabemos lo díficil que es dejar la casa tan linda y decorada a nuestro gusto, las amistades, la iglesia donde dimos los primeros pasos, la familia, la escuela de nuestros hijos y tantos otros detalles insignificantes para los hombres pero valiosos para la mujer. En esto Hilda fue un ejemplo para mí y para muchos otros. Como un mimo especial del Señor, fue panelista del programa “20 mujeres”, que marcó un hito en la televisión argentina. Allí pudo impartir la luz de Jesús a quienes fueron sus compañeras en una época en la cual los evangélicos teníamos el acceso vedado a los medios de comunicación.

Como esposa también ha sido de inspiración a mi vida. Hilda es de esas mujeres inquietas, profesionales, que tienen energía para rato pero que no dejan de guardar el lugar especial para su querido esposo, Chelo. Ni qué decir de su rol de mamá: cuando sus hijas eran pequeñas, Hilda las tenía siempre de “punta en blanco” y es de esas mamás con una oreja más grande que ellas para escucharlas. Y si pienso en el ama de casa “me saco el sombrero”. Nunca vi su casa desordenada y mucho menos la heladera vacía, aún en algunas épocas de escasez pues sus manos diestras nunca están ociosas. En su jardín nunca faltan las flores y las plantas. Otra de sus facetas que pocos conocen es su don de ayuda. Cuando sabe de una novia que no tiene para comprar un vestido, Hilda se las ingenia para coser o arreglar uno. Y ni hablar de la decoración de la iglesia o del banquete: viene con canastas y cajas y como un hada madrina, empieza a cambiar el ambiente. En una oportunidad una parejita de pastores recién casados amuebló su pequeño departamento pero no tenía para las cortinas. Cuando ella se enteró, les cosió las cortinas y se las colocó y lo hizo como dice la Biblia, “que no sepa tu izquierda, lo que hace tu derecha”, sin esperar reconocimientos.

Su natural virtud de cuidar enfermos fue desafiada cuando Juliana, su hija mayor, tuvo un accidente automovilístico. La mamá enfermera jugó su rol más importante se “internó” junto a ella. Y cuando Marcelo sufrió un problema cardíaco y estuvo internado en estado crítico, Hilda no sólo estuvo a su lado para cuidarlo sino para contener a los cientos de personas que querían verlo, algo contraproducente en su estado. Más de uno quiso pasar por encima de esta “leona”, no lo logró. La pronta recuperación de Marcelo le dio la razón a ella.

Hilda fue motivada y, en algunas oportunidades, “obligada” por su esposo a escribir. Sin embargo, a pesar de sí misma, que no se veía la vena intelectual que posee, las experiencias enriquecedoras que había vivido podían ser contadas para edificación de los demás y por años esas preciosas “perlas” salieron a la luz.

Muchos disfrutamos esas “perlas” y las esperábamos mes a mes. Ahora podemos tenerlas todas juntas en este volumen, como en un collar, donde se enlazan vivencias y testimonios de la autora que tocan de cerca a cada lector. Algunas te harán llorar y otras, te harán reir. Hilda tiene un estilo fresco, directo, reflexivo, franco que te lleva a identificarte con los problemas que ella plantea y a seguir su ejemplo de cómo resolverlos de la manera bíblica.

Entre las notas que me han bendecido de manera especial están “Señor, ¡esto no es lo que yo te pedí!” en relación con la partida de ese siervo tan querido, Rubén del Re; “No pongamos los ojos en los hombres”, que habla sobre Jimmy Sweggart; “¿Quién ministra a las esposas de los pastores?”, donde pone en evidencia una necesidad muy real entre ellas; y “Hoy doy gracias por lo que ayer sufría”, que simplemente refresca el alma. Los hombres no se quedan sin su parte en “Pero... ¿qué hiciste hoy en todo el día?”. Hilda demuestra allí la sabiduría que Dios le ha dado en materia de consejería cristiana y de manera práctica propone los pasos a seguir para hacer cambios saludables que mejorarán el matrimonio.

La amistad tiene un valor especial en la vida de Hilda y lo refleja en “Los amigos no se gastan... a menos que se los use”. Todos los cinco pasos que ella enumera los ha cumplido a cabalidad. Mientras repasaba nuestra vida en común me asombré al darme cuenta de que nunca discutimos (y eso que somos de carácter fuerte las dos) y que cada charla nuestra ha sido por cosas que nos han inquietado a ambas pero no acerca de terceros (llámese “chusmerío”). A pesar de la distancia que nos separa, la amistad y el cariño que nos une no han menguado.

Es mi anhelo que Dios bendiga tu vida al leer estas páginas y que puedas hacer de la autora esa amiga que con estas perlas te abre su corazón, que se muestra tal como es, que está a tu lado compartiendo con sinceridad todas sus vivencias y sobre todo animándote hacia una relación más plena con el creador de la amistad, con el mejor amigo de todos, Jesucristo.

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