Mi sobrino, cariñoso como pocos, dándose cuenta de mi pena me consoló: “No te preocupes tía... tan sólo debes esperar hasta la primavera”. Y para mi asombro, agregó: “Se veía verde por fuera, pero por abajo tenía todas las ramas secas”.
Querida amiga: esta sencilla vivencia me hizo pensar en todas las veces que he cuestionado al Podador Divino. Al que sabe. Lo he hecho porque ha podado y cortado situaciones que parecían “verse bien”. Pero en realidad, estaban secas por debajo. Y Él lo sabía.
Quiero aprender a no quejarme más cada vez que siento el dolor de la tijera. A soportar si Él decide quitar algunas ramas. A no entristecerme si alguna vez me veo como un tronco retorcido y desnudo.
Estoy segura que si le preguntara:
¿Por qué, Señor? ¿No ves que me duele?
Él, con su sonrisa me diría:
“Tan solo debes esperar la primavera”.
¡Y la primavera llegó!
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Sí, al fin llegó la primavera, y junto a ella, esa fascinante explosión de colores, y de verdes y de flores, y más flores. ¡Qué belleza! Se me ocurre que es como ver al mismo Señor pintando personalmente a cada una. Y con ese estallido de vida, brotó mi enredadera. Aquella de la cual les hablé.
Aquella enredadera que la mano del podador había dejado tan desnuda, tan mustia, tan gris. Cuántas mañanas miré esos troncos retorcidos como queriéndoles dar fuerza para que brotaran.
Pero recuerdo las palabras de mi sobrino, del podador: “Tan sólo debes esperar hasta la primavera”.
¡Cuántas cosas me ayudó a aprender esa espera, esa poda! Aprendí que el Señor quiere desarrollar en nosotros la virtud y el don de la paciencia. (“Tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto...” Santiago 5.7)
Aprendí que la vista tiene poca importancia en los propósitos de Dios. Romanos 8.25 lo dice así: “Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia aguardamos”.
La enredadera había quedado igual que si estuviese seca. A simple vista parecía muerta. Sin embargo, aunque yo no lograba ver en ella ningún signo de vida, por sus tallos corrían ríos de savia con fuerza y vigor.
Isaías 40.31, explica esto con belleza y esperanza: “Pero los que esperan en Dios tendrán nuevas fuerzas, levantarán alas como águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán”.
Aprendí que el silencio es muchas veces una actitud sabia. Cuando la espera se hace larga, cuando castiga “la lluvia de la angustia”, cuando la ansiedad nos carcome, cuando no entendemos, lo mejor es esperar en silencio. Las palabras están de más. “Bueno es esperar en silencio...” dice Lamentaciones 3.26.
En definitiva, entendí que si aprendemos a esperar “la primavera” (el obrar de Dios en su tiempo), veremos con alegría los frutos. Entonces allí podremos levantar los brazos y gritar: “¡Gracias, Divino Podador! Porque aunque experimenté dolor cuando cortaste mis ramas; aunque no entendía el motivo por el cual las tijeras se ensañaban contra mí; aunque me costó mucho seguir tu consejo y esperar –y por eso regué ese tiempo con muchas lágrimas-; aunque mis ojos sólo veían la sequedad y el gris de los troncos anudados; aunque me flaqueó la fe, tu Palabra se cumplió y a su debido tiempo la primavera llegó. Y junto con ella los frutos apacibles que sólo Tú sabes dar.”
Querida amiga: No todas las primaveras (respuestas) han llegado a mi vida. Todavía hay en mi jardín ramas grises que están esperando su tiempo, el tiempo de Dios.
Pero Él me ha dado fe y puedo “ver
cómo corre la savia de su amor...
y tener la certeza que la primavera llegará.
¡Gracias, Divino Podador!
Creí que ya lo había aprendido…
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Nunca fue mi problema “cumplir años”, aunque ¡cada vez son más!…Todo lo contrario, siempre creí que con el paso de la vida vamos acopiando más y más sabiduría.
Esto tiene también su contratara porque algunas mujeres que conozco y que rondan mi edad, creen saberlo todo y eso las barniza con una capa de soberbia que, sabemos, no es buena.
Estoy segura que no es mi caso. Pero igualmente hoy titulo esta reflexión con un contundente: “Creí que ya lo había aprendido”… Pero la realidad es que no…
Si después de 37 años de conocer al Señor y 59 vividos actué como les voy a contar, es evidente que a esa materia no la he aprobado todavía y deberé trabajar en esa área.
Hace poco, una situación no provocada ni deseada me confrontó con una persona que sin escatimar ofensas me lastimó mucho. Pero eso no es lo más grave, según mi modo de ver. Lo más lamentable es que sus agravios e injurias me sacaron de mi habitual serenidad y le respondí de una manera inadecuada. Es que, dicho en criollo, ¡me sacó de las casillas!
Sabiendo mi condición de cristiana no dudó en burlarse de mi fe, del Señor y de mis intentos por llevarla a Cristo.
No le dije ninguna grosería (confieso que me pasaron por la cabeza) pero asumí un rol realmente inadecuado levantándole la voz.
Arrepentida de lo sucedido fui al Señor como una niña a reclamarle “justicia” y a mostrarle (como si El no lo supiera) lo mal que había actuado esta persona olvidando todo el tiempo que invertí tratando de compartirle mi fe y las tantas oraciones que levanté a su favor pidiendo por su bendición.
Y allí vino mi sorpresa cuando con la paz, autoridad y amor que caracteriza a nuestro Papá, muy suavemente me susurró: “Ámala”, “perdónala”.
Intenté convencerlo al Señor que no lo merecía, que no serviría, que yo no podría…en fin, una montaña de excusas propias del dolor de la ofensa. Pero Él me repitió: “Ámala”…”perdónala”.
Hace mucho tiempo que vengo “practicando” perdonar a las personas que se levantan contra mi. Hace años que me esfuerzo para agradar y hacer la voluntad de Dios, pero acababa de dar un examen y, a pesar de mis 37 años de creyente, no había logrado aprobarlo. Aquellas palabras altisonantes con que le respondí a esa persona habían dejado muy pobre mi testimonio…
Pensé para mis adentros: “No lo aprendí todavía Señor”. Pero al mismo tiempo recordé que hace años, un maestro me enseñó: “Si pides paciencia, te lloverán situaciones que la exijan para que aprendas. Si pedimos fe, surgirán episodios que harán brotar tu más oscura incredulidad. Si le clamamos por ser cada día mas como Él, entonces permitirá que pasen cosas como la relatada para que aprendas a no ser tan sensible.
Los sensibles y los que fácilmente se enojan no aportan demasiado para el Reino. Eso sí lo se.
Tengo en casa una célula de discipulado de mujeres cada semana, y cuando me pasó esto, me asaltaron las palabras de una experimentada hermana en Cristo que una vez dijo esta frase tan radical como verdadera: “El liderazgo de personas es para gente muerta a los pies del Señor. Si alguien aún va camino al monte cargando la cruz, no califica para la tarea de discipulador porque ante el primer traspié querrá abandonarlo todo”
Isaías 53 nos enseña que la mejor manera de defendernos en esas situaciones es:… “no abriendo la boca”
Seguiré ensayando. Seguiré intentando.
Seguiré clamando ayuda del Cielo para obedecer
a Pablo quien grita en Hebreos 5:
“¡Vayamos hacia la perfección!”
Señor, quiero agradarte…pero a veces no me sale.
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