Todas las culturas consideran repugnantes en alto grado las heces humanas y las de los carnívoros, no así las de los herbívoros, e igualmente repugnantes son los productos orgánicos descompuestos —la carne en especial—, el vómito, el sudor, las escupas, la sangre, el pus y los fluidos sexuales. También existe cierta repugnancia natural por algunos animales: ratas, cucarachas, lombrices, gusanos, piojos y moscas.
Por ser el lenguaje la característica que más nos separa de los otros primates, es normal que abunden los universales relacionados con él: el uso de metáforas, sinécdoques y metonimias, la polisemia, la elaboración de proverbios. Es curioso que en todas las lenguas en que existe una palabra para bueno, su opuesto puede decirse de dos maneras: no bueno o malo. En unas lenguas se usa una de las dos anteriores, en otras ambas, pero en ninguna lengua existen las palabras malo y no malo, sin que exista bueno.
Las respuestas al humor son universales en todas las culturas estudiadas, y los chistes son de naturaleza parecida. En los argumentos, el uso de la lógica y el silogismo y el manejo del método de contradicción son de ocurrencia universal. También lo son la tendencia a simplificar y a extrapolar, el humor verbal y el humor por medio de insultos, las formas poéticas en el uso del lenguaje y la narración de historias.
La clasificación de los colores en categorías fijas es igual en todas las culturas, aunque algunas de ellas no tengan nombres para ciertos colores poco comunes en sus entornos. En lenguaje simple, las áreas cerebrales destinadas a la visión tienen un diseño único, para todos los humanos, del cual nace la clasificación de los colores en once categorías discretas básicas, a pesar de que el espectro luminoso es continuo (durante buena parte del siglo xx, algunos antropólogos sostuvieron la idea absurda de que aun los colores y sus fronteras eran un asunto cultural).
Todos los humanos portamos sentimientos morales ligados a la reciprocidad, y nos sentimos culpables en circunstancias parecidas, porque tenemos un profundo sentido de justicia, de tal modo que el dicho hoy por ti, mañana por mí es algo en que todos los humanos coincidimos. Todas las culturas distinguen el bien del mal, imponen derechos y obligaciones, reconocen que el mal debe ser castigado y el bien debe ser recompensado, amén de poseer un conjunto de normas morales. El gusto por los rituales, en especial los de la muerte, se da en todos los rincones del planeta. E igual ocurre con los sentimientos de compasión con el débil y el caído, el respeto por los viejos, el remordimiento tras las malas acciones, la obediencia ciega a los jefes reconocidos, la envidia, la doble moral, el intercambio de regalos.
En todos los grupos humanos se observan las mismas diferencias relacionadas con el sexo y la reproducción: mayor sexualidad y dominación entre los varones, mayor recato y selectividad entre las hembras. La evitación del incesto es universal, sobre todo el de madre e hijo. Los celos son diferentes entre los sexos: los varones cuidan con mayor celo que sus parejas no se vayan a aparear con otros; las hembras cuidan que sus parejas no se involucren sentimentalmente con otras. Cualesquiera sean las reglas del matrimonio, y sin importar lo severas que sean las sanciones, la infidelidad y los celos sexuales parecen ser elementos universales del comportamiento humano. Es universal que la infidelidad femenina sea castigada con mayor intensidad que la masculina, y hasta hay sociedades en las que la masculina es estimulada.
Es común que el matrimonio se encuentre institucionalizado, en el sentido de ser reconocido públicamente el derecho sexual a la mujer elegida para tener con ella la familia. Lo más común en todas las sociedades es que las parejas estén formadas por hombres de mayor edad que sus respectivas mujeres. Cabe mencionar aquí una curiosa regla de origen chino sobre las edades apropiadas para el matrimonio: la de la mujer debe ser la mitad de la del hombre más siete años, regla que tiende a aumentar la diferencia de edades al envejecer el hombre. Los roles sexuales muestran pocas variaciones de una cultura a otra, y en todas ellas los hombres son mayoría en los cargos más cotizados, a la vez que tienden a tener una prevalencia desproporcionada en el liderazgo político de los grupos. Se observa, también, mayor agresividad y violencia por parte de los varones.
Es universal que el macho sea quien seduzca, proponga, corteje, busque, dé regalos a cambio de sexo y utilice el servicio de prostitutas. Asimismo, que busque un gran número de apareamientos con diferentes parejas sexuales, que sea menos exigente en la elección de sus parejas a corto plazo y sea cliente fiel de la pornografía. En un gran número de sociedades el sexo se considera algo sucio, se hace en privado, se pondera con obsesión, se regula por costumbres y tabúes, es motivo de chismes y chistes y desencadena celos y violencia.
Se ha encontrado en todos los grupos humanos que cuando alguien forma parte de un grupo, tiende a dejarle el esfuerzo a los demás, “tira con menos fuerza de la cuerda, aplaude con menos entusiasmo, y aporta menos ideas en una sesión de tormenta de ideas, a menos que sus contribuciones al grupo sean registradas”, agrega Pinker, el sabio. También se encuentran, donde quiera que haya seres humanos, la xenofobia, el racismo, las venganzas, la hostilidad hacia otros grupos, incluyendo violencia y asesinatos; asimismo, la formación de coaliciones violentas entre varones. Son también universales la prohibición del asesinato y la violación, así como las sanciones severas para los que infrinjan tales mandatos. El localismo y su ampliación, el nacionalismo, tan importantes para el éxito de los juegos olímpicos y los deportes profesionales, son epidemias de cubrimiento planetario. Albert Einstein diagnosticaba: “El nacionalismo es una enfermedad infantil. El sarampión de la humanidad”.
La corrupción
Miguel Nule ha recibido multitud de ataques porque dijo una verdad incómoda: “La corrupción es inherente al ser humano”. Una verdad, porque la corrupción en su forma de malversaciones y robos al Estado, apenas una de sus múltiples facetas, todas oscuras y engañosas, tiene carácter universal, la llevamos metida en el alma, lista a sacar sus afiladas uñas. La prueba: se ha dado en todos los pueblos que la historia registra, en todas las épocas; en los bajos fondos, en las calles, en las oficinas, pero también en las cortes y en las familias ilustres, tramposos de club social. Y para muestra, un botón bien sobresaliente: en Colombia se acusa al director de la Unidad Anticorrupción de la Fiscalía de cometer el mismo pecado que controla.
A pesar de su ubicuidad, conocemos apenas la punta del iceberg, porque la corrupción se mueve a escondidas, en silencio y refugiada en la penumbra. Y es variada en sus presentaciones. La corrupción la entendemos generalmente como un acto ilegal que cometemos abusando del poder o de nuestra situación, con el fin de obtener un beneficio propio, o para un amigo, o para un pariente (nepotismo). Requiere, por lo regular, un actor que usa el poder y otro que está dispuesto a pagar la “mordida” o el soborno para obtener el favor. Se da en todos los ámbitos de nuestra sociedad, casi sin excepción. Algunos, con cierta razón, la defienden alegando que puede justificarse allí donde hay excesos de trabas inútiles; sin embargo, a largo plazo perjudica al colectivo.
En un sentido clásico, relacionado con la política, la corrupción es el abuso autoritario del poder. El político inglés Lord Acton lo dijo de una manera contundente: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Hay corrupción por el enriquecimiento ilegal de los políticos o de las autoridades (corrupción personal), gracias a los cargos que se desempeñan o sus conexiones con quienes poseen el poder.
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