Para la mayoría de los habitantes de este planeta, si existe una profesión tipo que se caracteriza por su inmoralidad intrínseca e inevitable, es precisamente la de los abogados, como si un narcotraficante o un abusador, por citar algunos ejemplos de quienes cometen actos execrables, no tuvieran derecho a defensa alguna. Seguramente para estos criminales, la abogacía no se cimienta en la rectitud de conciencia, sino en la agudeza del ingenio y en el instinto de supervivencia.
Lo peor es que para el resto de los mortales, también.
—Una cagada tu hipótesis, la verdad —dijo Marcos—. Sería horrible que defendieras como moral lo que pienses que no lo es y, peor aún, te convencieras de lo contrario. Ahora, si pensás que el caso resulta infame, deberías rehusarlo. Si en cambio lo tomás, no hace falta que te diga que tenés que comprometerte a fondo con el juicio. Eso es lo único real.
—Supongo que tenés razón. Pero los defensores penales también somos humanos y no nos gustan todos nuestros prójimos. Sé que esto no debería afectar mi desempeño y toda esa perorata, pero hay casos en los que a uno le gustaría no tener nada que ver con el cliente. Sin eufemismos, siento que estoy perdiendo algo, no por la vida en general, sino por mi trabajo. Tampoco es por la clase de gente que defendemos en el estudio. Nadie contrata a un abogado penalista por una torta de plata a menos que esté complicado, y si está complicado generalmente es por algo. No hay nada folklórico ni romántico en esto; en las cárceles, por lo general, no hay muchos inocentes —terció ella con la experiencia que le daban tantos años de ejercicio profesional en un ambiente tan hostil.
—Sabés bien que esta es una profesión en la que a veces uno tiene que hacer cosas no del todo agradables para después, de algún modo, purificarse —acotó Marcos.
—Volviendo al tema del principio —agregó Desiree—, el límite entre el bien y el mal es muy difuso. La mayoría de los asuntos se han vuelto coyunturales y nos convencemos de que todo, absolutamente todo, en principio, es justificable. Incluso el homicidio.
Se conocieron a mediados de septiembre en Bariloche, durante la fiesta de cumpleaños de un psiquiatra al que el estudio jurídico en el cual ella trabaja contrataba a menudo como perito consultor. Durante horas los dos conversaron animadamente, al principio sobre diversos temas vinculados al ejercicio de la profesión y al funcionamiento del sistema judicial. En épocas de sobrecarga de procesos judiciales, el trámite de los juicios devenía lento e ineficiente y resultaba carne de cañón para anacrónicos debates entre los abogados y especies afines. Ambos coincidían en que no era menos cierto que la eficiencia no constituía una valoración a la que privilegiar, si con ello se pasaban por alto otras valoraciones durante la tramitación de un pleito. Un proceso legal podía ser eficiente y, sin embargo, la sentencia dictada ser tremendamente injusta y el sistema no podía darse el lujo de ser injusto.
En esencia, nada de aquello que hablaban era lo más importante que sucedía esa noche entre ellos. A veces, un mero roce, un simple gesto, la mirada que se descubría permitieron intuir que existiría la posibilidad de otra más adelante. Al rato, ya en confianza, hablaron de la vida, del futuro y de cuestiones sin duda más interesantes que los vaivenes del sistema judicial. Entrada la madrugada, intercambiaron los números de los teléfonos celulares y prometieron volver a verse.
Marcos pagó la cuenta y, una vez en la calle, pasó un brazo por los hombros de Desiree mientras caminaban hacia el Peugeot 207 de él. Cuando le sugirió que continuaran la noche en su casa, ella aceptó de inmediato. Mañana temprano por la mañana regresaría a la ciudad de Bariloche en ómnibus.
La pequeña y acogedora cabaña que Marcos alquilaba al pie de uno de los cerros limítrofes de la ciudad por un precio accesible, estaba construida con madera tratada de pino Oregón y ventanas de aluminio. Una vez en su interior, Marcos preparó café para él y té verde para ella. La suave música de Pat Metheny fluía del parlante de Apple, mientras el resplandor del fuego de la chimenea iluminaba las siluetas de los dos, dándole un aspecto tremendamente sensual al encuentro. Podía percibirse algo acogedor entre esas paredes, como también había en ambos rastros de ternura y vulnerabilidad expuestos, que enmascaraban la inhibición y el recato oculto de sus personalidades.
Parados frente al sofá, ella aspiró su perfume y se mareó; no necesitaba del alcohol, ya estaba excitada por su sola presencia y proximidad. Comenzaron besándose largo rato con la ropa puesta hasta que Marcos le quitó el sweater con sus dedos delgados. Él la observaba mientras Desiree se desnudaba sin pausa y sin prisa, la piel serena y suave como el resto del conjunto. Acostada en el sofá, él le besó cada centímetro del cuerpo, empezando por el cuello, siguiendo por los pezones largos y las grandes aréolas redondas, hasta detenerse unos segundos bordeando el ombligo. Luego, con la punta de la lengua recorrió salteadamente los muslos y la pelvis, al tiempo que la humedad en el interior de ella requería de una urgencia inmediata. Con un sollozo presuroso, lo atrajo dentro de ella y Marcos, con pujes largos y lentos, la penetraba una y otra vez mientras Desiree gemía contra su garganta, hasta llegar a un largo y sentido orgasmo encadenado por una serie de interminables espasmos. Él la siguió segundos después.
Más tarde, agotados por el placer y desnudos en la cama, descansaron abrazados, convencidos que a las tres de la mañana no hay disfraces y no hay máscaras, se es quien se es realmente y se aprende que el amor es eterno, mientras dura, como enseñara el Nobel colombiano.
—¿Quién de ustedes está a favor de la poligamia? —Se escucharon algunas risas en el auditorio entre los alumnos—. No se rían, todos saben que para ciertas culturas resulta legal y por lo tanto jurídicamente aceptada.
—En las ficciones uno puede acomodar todas las piezas como quiera, pero en la vida real occidental no se hace lo que siempre se quiere —dijo haciéndose el gracioso un pelirrojo sentado al fondo a la izquierda.
Marcos lo miró sorprendido.
—¿Acaso vos querrías tener varias mujeres en la vida real?
—Sí, pero me iría de viaje con la actual, jamás con la del año anterior —replicó el alumno con una sonrisa entre sobradora y canchera motivando las carcajadas de sus compañeros.
—Mirá que hablo de esposas y no de amantes —contestó rápido a su vez Marcos dando rienda suelta a más risas generales—. Hablando en serio, para la cultura occidental, cuya sociedad se basa en la familia sustentada en la institución del matrimonio, la poligamia no es aceptada porque violenta principios y valores de orden ético superior —dijo—. Entonces el Derecho, como conjunto de normas, principios y valores jurídicos que regulan las conductas de los individuos, se presenta como un concepto equívoco que responde en buena medida a la posición filosófica que se tenga. Explicar en qué consiste el elemento moral que lo integra es una cuestión que dividió profundamente a los filósofos a lo largo de los siglos. Por eso lo que sabemos del Derecho, lo sabemos por su historia.
Eran las nueve menos veinte de la noche del jueves y Marcos daba clases de Filosofía del Derecho en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Sur, en la ciudad de Bariloche. La universidad aspiraba a consolidarse como un centro de referencia académica de las provincias de la Patagonia haciendo de la excelencia docente un auténtico sello en la región. Para ello, contaba con una serie de recursos humanos y materiales que garantizaban el acercamiento con el entorno productivo. La sede de Bariloche tenía tres facultades, Derecho, Ciencias Naturales y Ciencias Económicas. Un año atrás se había anexado el Observatorio Astronómico y el Museo de la Patagonia.
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