Harry aborrecía las sociedades del bienestar basadas en la igualdad, típicas de los países nórdicos de Europa, en las cuales todo pensamiento fuera del consenso general era considerado reaccionario o extremista. A su manera, dignificaba el linaje cultural irlandés, aún en la anomia y en la despersonalización contemporánea. Percibía una etapa de transición antes de las grandes transformaciones en las sociedades contemporáneas, para lo cual proponía una movilización general en todo el mundo, una gigantesca red multinacional y transversal de protesta que uniera a todos los ciudadanos.
Más allá de la originalidad de ese pensamiento, Harry estaba medio loco.
—Cambiando de tema, ¿cómo anda tu libro? —le preguntó Marcos.
Publicado dos meses atrás, Noviembre astillado era una colección de diez cuentos más o menos cortos, que transcurrían en atmósferas fantásticas e irreales, que narraban sórdidas historias, no exentas de dosis de terror. Misceláneo, huidizo del rótulo estricto de libro de cuentos, era una clara demostración de la exhaustividad en la descripción de los personajes y de las situaciones. A la par, el libro revelaba cierta inmadurez en la pretensión narrativa pese a su dúctil prosa. Los epígrafes que encabezaban cada uno de los cuentos eran señales de alerta para quien se insinuara por esos senderos ambiguos, llenos de sombras sugerentes.
Admirador de la literatura rusa del siglo diecinueve y de su preocupación filosófica —el príncipe Myshkin de El idiota de Dostoyevski era uno de sus personajes de ficción preferidos— Harry concebía la literatura como un arte en el que la mayor intensidad se lograba con la menor cantidad de recursos. Escribir representaba para él un delicado mecanismo de enfrentar un pasado que, si bien no podía cambiar, al menos sí sobrellevar decorosamente. La literatura germina y fluye mejor en la zona de la pérdida, de la frustración y su historia personal siempre tuvo más de fracasos que de triunfos. Pese a la heterogeneidad de los cuentos, el libro fraguaba su unidad a partir de la misma sensación de perplejidad y de incertidumbre, por momentos acuciante, que la dominaba.
—El libro ha tenido buena recepción por parte de la crítica, sobre todo en Buenos Aires. En la editorial calculan que la primera edición se agotará más rápido de lo previsto. Es más, me han citado para conversar sobre un nuevo libro a publicar a fines del año que viene, o a principios de 2012.
—Entonces quiere decir que sos bastante optimista acerca del futuro del pesimismo que te caracteriza.
Harry bufó.
—Publicar no me desvela en absoluto, aunque uno se convenza de que las cosas que escribe son infinitamente mejor que muchas de las pavadas que lee. La pura verdad es que a mí lo que me gusta es escribir. Se supone que el sufrimiento es la materia prima de cualquier tipo de arte, y en mi caso es un buen mecanismo para darles forma a los desastres en cadena que voy imaginando.
—O una forma de revancha, de contar tu vida desde tu versión, una especie de biografía propia encubierta.
—Querido amigo, la literatura es algo intuitivamente ligado a la moralidad de cada uno de nosotros. Esa es la razón por la que hay pocos abogados escritores de novelas. Y esos pocos son decididamente malos —indicó perentorio el irlandés.
—O la razón por la cual algunos inventan su propia ficción, convencidos de que la novela que relatan ocurrió realmente —acotó el abogado.
—Quizás fue esa una de las razones por las que recurrí al uso de fantasmagorías en los cuentos, que por supuesto nacen de mi propio contenido emocional. Pero, la verdad, no me había puesto a pensar tanto sobre las pavadas que escribo. Cuando leas detenidamente mi libro, vas a ver que mi prosa ancla en una ficción imaginaria de la cual extrae su luminosidad más profunda —dijo Harry meneando la cabeza.
—Entonces para leerte seguro que voy a necesitar un faro.
Harry hizo caso omiso del comentario.
—Se necesita una sobredosis de amor y de sensibilidad para escribir un libro como este, como el que se le profesa a una mujer deslumbrante y dañina a la vez. No creo que lo entiendas, da igual. En el futuro imagino escribir sobre los sueños y fundamentos de la ciencia ficción clásica basada en la cultura del movimiento maker , relatos sobre androides y personajes épicos ciberpunks , esas cosas.
—Interesante.
—Otra vez con la misma pelotudez de interesante . By the way , recordá que el viernes que viene a las ocho de la noche hago la presentación formal del libro en el centro de convenciones y que seguramente necesite que esté presente uno de los dos abogados con experiencia de la ciudad. Como el lúcido está muerto, tendrás que venir irremediablemente —concluyó Harry.
La charla continuó de manera intrascendente por espacio de media hora más, al cabo del cual cada uno partió a sus respectivos destinos. Harry hacia al diario local y Marcos a su estudio jurídico.
Horas más tarde, a solas en su despacho, Marcos revisó las carpetas apiladas sobre el escritorio y separó aquellas que demandaban una atención inmediata. Tenía tres mensajes en el contestador automático del teléfono de línea. El primero era de uno de sus primeros clientes en San Martín de los Andes, una inmobiliaria que lo consultaba por una comisión que no le habían pagado pese a que las partes acordaron el alquiler de una casa fastuosa con vista al lago Lácar. El segundo mensaje era de Carlos Veracruz, director de Asuntos Jurídicos de CESA, que lo llamaba desde Buenos Aires para interiorizarse sobre los pormenores de la reunión habida por la mañana con el juez Díaz Garmendia en el tribunal. El tercero era de Desiree Lage, una abogada penalista de treinta y ocho años que trabajaba en el estudio jurídico más importante de la ciudad de Bariloche. Nada fuera de lo común, a no ser que habían dormido juntos por primera vez el pasado viernes, cuando ella viajó a San Martín de los Andes por cuestiones laborales. La llamaría más tarde, una vez que hubiera terminado su día de trabajo.
Luego de consultar los correos electrónicos, Marcos se concentró en el caso Alonso. Pablo Alonso era un brillante economista que trabajaba en una compañía financiera de la ciudad de Neuquén, piloteando una unidad de negocios generadora de pingües resultados económicos. Su trabajo básicamente consistía en intermediar productos financieros. El generoso salario de Alonso estaba integrado por un sueldo mensual, más un bono anual, porcentajes sobre las ganancias y demás beneficios adicionales como tarjetas de crédito corporativas, telefonía celular y automóvil.
El problema fue que a mediados de 2009, luego de una feroz discusión con uno de los dueños de la financiera por unas comisiones adeudadas, Alonso le propinó una furibunda trompada que encaminó al jefe al hospital con pérdida de conocimiento y al economista directamente a la calle. La sentencia de primera instancia dictada por el Tribunal del Trabajo de la Ciudad de Neuquén rechazó la demanda, ya que consideró que tanto los insultos como las agresiones físicas constituyeron motivos por demás justificables para echar a un empleado.
El abogado que representó a Alonso durante el juicio sufrió un accidente cerebrovascular días antes del dictado de la sentencia y por lo tanto se encontraba imposibilitado de continuar con el caso. Un amigo en común le recomendó al pobre de Alonso que consultara a Demaría dada su experiencia en temas laborales empresariales. Marcos tenía diez días para interponer un recurso extraordinario ante el Tribunal Superior de la Provincia del Neuquén a fin de intentar dar vuelta el fallo, tarea para nada sencilla teniendo en cuenta la solidez de los fundamentos de la sentencia del tribunal de origen. Y en especial, la de la piña que tumbó a quien no debía.
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