El envío de un héroe hacia lo que significaría su muerte fue un recurso extremadamente corriente, como lo fue el tema del padre que intenta evitar el matrimonio de su hija porque un oráculo le ha profetizado que su descendencia usurpará su trono, o el de los hermanos que se traicionarán, entre otros muchos que nos han alertado a lo largo de los siglos sobre los peligros que se ciernen sobre nosotros cuando somos confiados o ingenuos. No debemos dejar pasar la oportunidad de señalar que, a través de los relatos, ha permeado la idea de que el héroe no deja de ostentar un aspecto violento y destructivo, desde el momento en que generalmente es un guerrero, características que pasan inadvertidas, pues el héroe hace “justicia”. Esto no es menor, ya que este concepto se mantiene hasta nuestros días bajo el disfraz de los mitos modernos, que aparecen como ideologías. Así se nos trata de educar en la convicción de que las guerras son necesarias si sus motivaciones son justas; de tomar riesgos supererogatorios, pues nacimos para ser héroes; de sacrificarnos por una abstracción inasible como la patria o el bien común. A ningún otro ser vivo se le podría convencer de hacer algo cuyo beneficio o conveniencia no sea real, evidente e inmediata.
Basta con este pasaje de Geoffrey S. Kirk referido a los griegos para dimensionar la importancia de los mitos en la educación:
En cierto modo, la historia de la cultura griega es la historia de las actitudes que adoptó ante el mito; ninguna otra civilización occidental importante se ha visto tan controlada por una tradición mítica evolucionada. 2
Las formas en que se ha ejercido históricamente el control social también tiene su origen en nuestros parientes lejanos, los animales inferiores; si bien ellos no utilizan los sofisticados métodos de la argumentación y la retórica, sí utilizan la amenaza directa, que causa el mismo efecto persuasivo.
En todas las formas superiores de la vida animal ha existido una pronunciada tendencia en esta dirección: la del combate convertido en rito. La amenaza y la contraamenaza han sustituido en gran parte a la verdadera lucha física. Desde luego, hay luchas sangrientas de vez en cuando, pero solo como último recurso, cuando la disputa no ha podido solventarse con señales y contraseñales. 3
Como puede entrever el lector, nuestro recorrido en este mundo no es más que un permanente intento de dejar atrás nuestra animalidad ancestral; el problema es que demasiadas personas no luchan lo suficiente por distanciarse de este pasado.
Muy distinta es la postura del filósofo Francisco Romero, para quien el hombre se define como ente intencional, como el ser que es un sujeto y que tiene un mundo objetivado, en el cual su afectividad, sus emociones y su voluntad son específicamente humanos. De ahí que sostenga que ninguna agrupación animal puede equipararse a la sociedad humana y su vida en comunidad, pues solo en esta cada individuo participa con su mundo de objetos y es capaz de objetivar el grupo y de concebir objetivamente a cada uno de sus compañeros.
1. Yuval Noah Harari, Sapiens , Barcelona, Penguin Random House, 2014, p. 29.
2. Geoffrey S. Kirk, El mito , Barcelona, Paidós, 2006, p. 304.
3. Desmond Morris, El mono desnudo , Barcelona, Plaza & Janés, 1967, p. 72.
Sobreviviendo en la sociedad
Si tomamos los estudios del zoólogo y etólogo animal Konrad Lorenz y comparamos algunas de sus conclusiones con lo que ocurre en nuestra sociedad, veremos que muchas de nuestras conductas obedecen al criterio de supervivencia dentro de la especie. Lorenz sostiene que bajo todas las variaciones de la conducta individual subyace una estructura interna que puede caracterizar a miembros de un grupo taxonómico más grande que una especie; estos patrones de conducta forman indudablemente una unidad natural de herencia. La mayoría de ellos se transforman solo de manera muy lenta en el transcurso de la evolución de las especies y se resisten obstinadamente al aprendizaje individual; a causa de su estabilidad, constituyen un objeto ideal para los estudios comparativos que aspiran a aclarar la historia de las especies.
Muchos animales son sociables, pero solo el humano puede adoptar una posición única en la sociedad, al poseer una combinación de individualidad y sociabilidad que le permite, si lo desea, rebelarse contra la voluntad colectiva y ganar independencia interna, reaccionando sobre la comunidad.
Tenemos rasgos de primitivismo cuando nos comportamos como “muchedumbre”, pero somos capaces de separarnos de ella mediante nuestra percepción de nosotros mismos o autoconciencia, nuestro sentido de responsabilidad y de cuestionar los sentidos que nos han sido impuestos. Es propio de los escalones inferiores de la vida social priorizar a la sociedad por sobre el individuo; mientras los animales inferiores se subordinan, el hombre es capaz de integrar comunidades por sentimientos de fidelidad y solidaridad, los cuales es capaz de desarrollar desde su autopercepción de sujeto individual, claro y distinto del otro.
Para algunos autores la esencial peculiaridad de la agrupación humana radica en la capacidad de rebelarse contra las imposiciones comunitarias; sin embargo, creemos que el tema reviste mayor complejidad.
El ser humano posee una interioridad que puede ser comunicada a los demás; él crea y vive en un mundo cultural. Las demás especies carecen de la posibilidad de transmitir lo vivido, pues si bien son capaces de exteriorizar estados y expresarlos, quien los aprehenda lo hará como meras señales momentáneas, sin que pueda realizar una traducción y representación del fenómeno que las haya provocado. El único ser capaz de realizar lecturas competentes de las situaciones es el ser humano.
Nuestra especie es diferente, al ser capaz de mutar su conducta colectivamente en un breve lapso de tiempo. Esto sucede pues nuestro pensamiento es pasible de ser influido por otras personas mediante la comunicación, y hacer que nuestras conductas varíen.
Fue Aristóteles quien más nos enseñó sobre la utilidad de las técnicas de la argumentación y la persuasión, donde la metáfora era la forma para redescribir la realidad, pues el recurso metafórico oscilaba entre la sumisión a la realidad y la invención fabulosa, más allá de la arbitrariedad que pueda existir entre significante y significado, “pues en ninguna parte tiene escrito el ciprés que es un ciprés, por seguir con el conocido ejemplo orteguiano tomado de un poeta de Levante, el señor López Picó ”. 4
Es mediante el lenguaje y la comunicación como el ser humano piensa y revisa sus convicciones. Es así hoy, y ha sido así siempre. Tendemos a creer que nuestro pensamiento ha sido elaborado ex novo por nosotros mismos, pero en realidad todo pensamiento es producto de variadas influencias, de algunas tenemos registro; de la mayoría, no. Nadie genera convicciones de hoy para mañana, uno vive, convive, escucha, habla e intelige todas las vivencias, y un buen día nos damos cuenta de que sostenemos firmemente una idea, que creemos original y propia.
4. Alejandro Rodríguez Díaz del Real, “Metáfora en persona y democracia de María Zambrano”, Colindancias. Revista de la Red de Hispanistas de Europa Central , núm. 4, 2013, p. 258.
La referencia conceptual lingüística del término polis la encontramos en la Ilíada ( circa VII a. C.), donde es descripta como una forma adelantada de organización tribal, en la que había reyes que integraban un consejo en cuyos debates quien tenía el cetro era quien tenía la palabra y la autoridad en ese momento. Se cree también que hubo una asamblea del pueblo para consultas extraordinarias. Aquellas polis estaban atomizadas por todo el territorio y podían sufrir ataques de conquista en cualquier momento, por lo cual en la cima de alguna colina defendible se instalaba la acrópolis (ciudad alta), que era fortificada: allí vivía el rey, se reunía la asamblea y se profesaba la religión. La ciudad creció de la mano del comercio, alrededor del mercado central que se situaba al pie de la acrópolis; allí transcurría el centro de la vida comunal.
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