Es el aspecto que más ha influido en mi destino intelectual como médico y como psicoterapeuta, y es también, por lo tanto, el que mejor conozco. Los conceptos de Weizsäcker que afectan a la concepción de la medicina con una trascendencia que, a primera vista, no se sospecha, son muchos y debo limitarme a señalar algunos. A partir de sus experiencias en neurofisiología, formula su tesis acerca del “cambio funcional” (la función es función de la función) y sostiene que la interrelación recíproca entre percepción y movimiento forma, en el acto biológico, una unidad indisoluble. Estas ideas lo conducen a afirmar que los enfermos son “objetos que contienen un sujeto” y a insistir, más tarde, en que el acto médico debe ser entendido como un “trato recíproco”, como una “camaradería itinerante” con el paciente. No sólo la física, como dije antes, sino también la psicología, habrían de reconocer de manera creciente la importancia de incluir al observador en el campo de estudio; hasta el punto en que la interrelación, primero, y la red interpersonal y “ecosistémica”, después, llegaron a ser la meta privilegiada de la investigación psicológica actual. En la concepción clásica de la medicina, la realidad del enfermo es una realidad fundamentalmente física. Una realidad que admite cuestiones acerca de los mecanismos que constituyen las relaciones de causaefecto y que nos permite interrogarnos acerca de su naturaleza, de su peculiar modo de ser; en otras palabras, una realidad ontológica. En la concepción de Weizsäcker, la realidad del enfermo es siempre, además, una realidad psíquica tan primaria como la realidad física. Una realidad que nos permite interrogarnos acerca de su sentido, de su peculiar modo de manifestarse como pathos en su doble connotación de padecimiento y de pasión. Por este motivo, Weizsäcker hablará de una realidad pática y de un pentagrama pático, formados por las categorías “querer”, “poder”, “deber”, “estar obligado” y “tener permiso”. Si cabe decir, en modo metafórico, que el pensamiento causal empuja al enfermo “desde atrás”, desde el antecedente, hacia el presente, las categorías páticas de Weizsäcker, obrando como un sentido de la vida, lo traccionan “hacia adelante”, desde el presente hacia la meta. No es difícil homologar este planteo con el concepto de “atractor”, figura clave en los modelos teóricos que acerca de las realidades “complejas” se han desarrollado en nuestra época. En este punto inserta Weizsäcker lo que denomina su “pequeña filosofía de la historia”: posible es lo no realizado, lo ya realizado es ahora imposible. Weizsäcker dirá también que una parte de la vida no puede ser representada de un modo lógico, que la vida se expresa tanto lógica cuanto antilógicamente. El concepto que Weizsäcker considera más peculiarmente suyo, entre los que constituyen su antropología médica, es lo que denomina “formación del ello”. Se refiere, de este modo, a un suceso por mediación del cual se produce al mismo tiempo una realidad objetiva y una idea. Una idea realmente nueva, sostiene, es sólo aquella con la que tiene lugar también un suceso realmente nuevo, ya que ambas cosas vienen a ser lo mismo. Volvemos así, luego de un largo periplo, a la tesis de la unidad psicofísica indisoluble de todo acontecimiento biológico. Se impone, por fin, una breve referencia a la dimensión espiritual de la obra de Weizsäcker, dimensión que impregna todas sus ideas, y que se evidencia claramente en sus conceptos de “reciprocidad en la vida” y “solidaridad en la muerte”.
La influencia del pensamiento de Weizsäcker en nuestra labor y en la evolución de nuestras ideas ha sido, y continuará siendo, de una importancia fundamental. Su obra consolidó nuestro convencimiento de que las enfermedades que se manifiestan como trastornos en la estructura o en el funcionamiento del cuerpo no solamente revelan una alteración del hombre entero, que incluye su alma y su espíritu, sino que cada una de ellas corresponde a una particular y específica perturbación anímica, distinguible de todas las demás. En la medida en que se acrecentaba nuestra necesidad de encontrar un lenguaje capaz de producir un cambio en la enfermedad del cuerpo, fuimos descubriendo que, cuando comprendemos el significado biográfico de una enfermedad que la medicina considera incurable o grave (sea porque su evolución es tórpida o porque conduce a la muerte), el drama con el cual nos encontramos posee una gravedad semejante. En estas circunstancia, nos vimos forzados a distinguir entre un primer conocimiento, intelectual, de los significados inconcientes de cada enfermedad somática, y una segunda instancia, mejor elaborada en el lenguaje cotidiano de la vida, que deriva de la capacidad del terapeuta para mantener abierto el camino por el cual, desde su propio inconciente, nace una interpretación impregnada de empatía y convicción. Esto nos condujo hacia nuevas exigencias en lo que respecta al contenido vivencial, la formulación verbal y la autenticidad contratransferencial durante la comunicación de nuestras interpretaciones. A partir de este punto, nos hemos encontrado muchas veces con una mejoría somática que adquiere la apariencia de la prosecución de un diálogo simbólico inconciente similar, aunque distinto, de aquel que la psicoterapia habitual de los conflictos neuróticos nos ha acostumbrado a presenciar. No cabe duda de que el camino recorrido prosigue la tarea en la dirección que Weizsäcker fue capaz de prever cuando señalara que futuros investigadores interpretarían cada historial clínico como la historia de una vida, logrando traducir el lenguaje de la enfermedad al lenguaje de la biografía.
Tal como lo señala Spinsanti en su libro, a pesar de la enorme importancia que posee la obra de Weizsäcker, la influencia que ha tenido sobre la medicina que habitualmente se practica, ha sido, ciertamente, escasa. En una época como la nuestra, en que los logros de la técnica nos conmueven cotidianamente con sus contribuciones asombrosas, no parece haber lugar ni disposición para reflexiones profundas que se alejen del mundo simplificado de los “hechos objetivos”. Sin embargo, la crisis nos rodea por doquier. No sólo en el ámbito de la medicina en tanto procedimiento concreto, sea diagnóstico o terapéutico, sino también en el terreno ubicuo de la ética, de la convivencia humana, de la solidaridad y de la responsabilidad. En otras palabras: crisis en el establecimiento de valores y creencias. Es cierto que los importantes problemas, políticos, económicos, sociales, alimentarios o epidemiológicos que nos aquejan, tan urgentes como los generados por la violencia, por la agresión, por el desorden ecológico, por la incomunicación o por la superpoblación, se nos presentan como acuciantes e impostergables, pero es difícil creer que lograremos algo mientras vivamos en un mundo que carece de creencias y valores universalmente compartidos que funcionen a la altura de nuestra actual necesidad. Ordenar el caos dentro del cual transcurren hoy nuestros valores requiere una sabiduría que sea algo más que erudición, algo más que “saber cómo” producir, algo más que una mera y desjerarquizada información.
La Patosofía de Weizsäcker, la obra con la cual culmina su madurez intelectual, constituye una contribución trascendental en la tarea de otorgar significado a la caótica realidad que nos rodea. Hemos dicho que su lectura es difícil, pero el lector que no se desanime en su primer intento no quedará defraudado con lo que el libro le aporta, ya que Weizsäcker aborda, de manera original y profunda, las cuestiones de la enfermedad y de la vida que más nos importan, nos conmueven y nos intrigan. Debo añadir que, aunque soy incapaz de leer el original alemán, me consta el esfuerzo infatigable que ha realizado la Licenciada Dorrit Busch para ofrecernos una traducción cuidadosa que, además, queda avalada por el hecho de ser, ella misma, una apasionada estudiosa de Weizsäcker.
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