Varios autores - Las calles

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Santiago es una ciudad irritada, dividida, llena de microconflictos, en la que la relación con los otros tiende a entenderse como un espacio de despliegue de fuerza, y la idea de la vida en conjunto y de lo común es muy vaga

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Veamos el primero. Las observaciones participantes en la población X pueden servir para graficar esta modalidad. La violencia es un elemento que simboliza el imaginario de la población en la mayoría de sus relaciones. Está presente en los relatos de los mayores, se subraya en los relatos de los jóvenes, y se comienza a articular subjetivamente en los niños. Así, por ejemplo, las balas se constituyen en protagonistas destacadas de los relatos, de las imágenes y hasta de los juegos. Una feriante cuenta que su nieta no la visita porque en su casa (vive en otra zona de Santiago/K.A.) al salir a la calle escucha pajaritos, pero al venir a la población X escucha balas. Resulta, por otro lado, común ver en las calles a niños jugando a los pistoleros, apuntando, disparando y haciendo efectos especiales con la boca, y esto incluso en niños menores de 5 años. Las balas aparecen como signos asociados a la «choreza», la cual, aunque en muchos casos también funciona como contrarreferente, resulta con frecuencia bien valorada entre los adolescentes y adultos jóvenes. Las balas acompañan una forma de socialización entre los propios pares, que subraya la plena libertad para ejercer el dominio no tan sólo territorial sino también simbólico. Pero la violencia va mucho más allá y refiere, entre otros aspectos, a una lógica indiscriminada del garabato como insulto, como reto y como forma también familiar de relación. Junto a lo anterior, la droga resulta ser uno de los movilizadores más repudiados por los habitantes que no pertenecen a estos dominios, pero está explícitamente presente en la calle. La droga es, sea rechazada o endiosada, una posibilidad cierta, accesible y por sobre todo visible. La droga está al acceso de cualquiera que esté familiarizado con el sector; es muy frecuente y relativamente seguro su consumo en la calle. Para ello se ocupan las plazas, las paredes, las esquinas, los sitios eriazos, su olor está en el aire, se ve en las narices de algunas personas, sus rastros se encuentran expuestos a la luz del día; de hecho en el suelo de algunas calles no cuesta nada ver una gran cantidad de pequeños papeles cuadriculados sueltos en donde se empaquetan las pequeñas dosis. La presencia al descubierto de todas estas formas de amenaza es expresiva del hecho que los agentes de protección ciudadana no son capaces de cumplir con su función. La protección corre por cuenta de cada cual.

Un buen ejemplo lo da la seguridad de las casas. Los procesos de enrejado y reclusión cada vez más extendidos (Dammert, 2004) construyen una frontera metálica con la calle. Otro ejemplo son los postes con alambres de púas, destinados a que no se suban a robar el cobre (para luego venderlo), como aconteció hace unos años cuando hubo un alza significativa de esta materia prima y el cableado de la población quedó devastado. Los robos y algunas muertes de jóvenes electrocutados han coincidido con la reducción de la oferta de servicios de comunicación de compañías privadas en la zona, restringiendo el acceso de la población a estos sistemas. Así, las formas de protección autogestionadas son múltiples, pero, sobre todo, esta relación a distancia con los actores responsables de su protección colocan a la población en una situación de desventaja, pues aquí también queda expuesta a la ley del más fuerte y a consecuencias indeseadas. Una expresión clara y dramática de lo que venimos de afirmar es la escena consignada en su cuaderno de campo por la investigadora responsable del trabajo en esta zona:

Camino por Santa Rosa en dirección norte, me detengo a ratos, las casas de esta cuadra son de dos pisos, están todas juntas una de la otra, son de color rojizo ladrillo. En la esquina del primer pasaje, desde el ombú hacia el norte, se lee un mural del Colo-Colo que dice «traigan vinos que copas sobran». Decido entrar por el pasaje pues veo gente. Una mujer y un joven se acercan y me preguntan directamente qué es lo que estoy haciendo, pero con un tono cordial. Me preguntan si estoy haciendo alguna encuesta. La mujer tiene unos 50 años, usa aros de oro, tiene el pelo teñido y un chaleco de color fucsia. Conversamos un par de minutos y comienzo a caminar con ella por el pasaje. Le pregunto qué tal la vida en la población y me dice «sí poh, si acá está muy malo, por eso te vimos del segundo piso y vinimos a preguntarte que hacías». «¿Muy malo por acá?», replico. La mujer me responde: “Si po, la droga, la delincuencia, una tiene que andar pendiente”. La conversación resultaba dificultosa por la gran cantidad de perros ladrándome y ahuyentándome del lugar, por lo que decido devolverme y seguir mi ruta. La mujer sonríe y me dice: «Acá no tenemos balas para defendernos, pero sí tenemos perros».

Las relaciones de poder están siempre en disputa y se superponen unas a otras. La segunda y tercera formas de interacción con los agentes de seguridad las presentaremos de manera conjunta. Mientras, como señalamos, una compete a formas de acción e interacción que aparecen claramente como de protección, en la otra ellas más bien surgen como una acción de búsqueda selectiva de sospechosos o «vigilados». A pesar de que existen ejemplos de lo anterior en lugares de la calle muy distintos, como los barrios comerciales (Meiggs, por ejemplo) o la Estación Central, donde la actuación de la seguridad estatal y privada tiende a privilegiar los intereses comerciales del sector haciendo una vigilancia selectiva que tiene como objeto el comercio informal, utilizaremos, para graficar este punto, el caso de los parques 26.

El Parque Forestal es un parque abierto situado en el Centro de la ciudad. Los parques abiertos se ubican entre calles y son atravesados por ellas. Si bien tienen sus límites en las veredas que los circundan, no se dibuja una estricta frontera con el exterior. Esta cuestión influye en al menos tres consecuencias. Uno, el alto movimiento de usuarios que se desplazan por el parque, cruzándolo más que instalándose en él. Una segunda cuestión de los parques abiertos tiene que ver con la ausencia de infraestructura para uso colectivo. La tercera cuestión es que son accesibles con facilidad tanto de día como de noche. En concordancia con su carácter abierto, la seguridad está a cargo de carabineros principalmente, aunque haya tránsito eventual de vehículos de seguridad ciudadana de la comuna. En este caso las formas de protección aparecen especialmente y con frecuencia como acciones de vigilancia ante un potencial sospechoso. Un fragmento de las notas de campo del investigador a cargo muestra con claridad la naturaleza y característica de las interacciones con los agentes institucionales en la calle.

Hacia el sector norte del parque me doy cuenta de la presencia de carabineros en sus motos revisando a tres personas aparentemente enjaranadas (sic). Me senté y al parecer fijé mucho mi atención en ellos, pues luego de revisarlos a ellos, una moto llega rápidamente cerca mío, preguntándome qué estoy haciendo en tono inquisitivo y soberbio. Dado que no tenía algo de lo que sospechar, se van. Siguen su camino por el parque, desplazándose en sus motos. Dan miedo, se mueven entre las áreas verdes, donde hay niños y mascotas. Cuando ven a alguien sospechoso lo rodean entre tres motos. Rompen con el equilibrio y la tranquilidad del parque. Son autoritarios. Buscan entre las personas que están en el pasto a alguien que esté haciendo un acto delictivo. Paran a un grupo donde había un inmigrante y también a un hombre en una cita que usaba buzo. Mientras están en «búsqueda de su presa», pasa a mi lado una familia, un hombre con una mujer y dos niños, dicen entre susurros y mirando a la policía: «Hijos del gobierno».

La búsqueda del «sospechoso», además de ser en sí misma una forma de trato rechazada por las personas, como lo muestra el comentario enojado de la pareja hacia el final del relato, es una forma de trato en la que factores estigmatizantes entran en acción. Se sospecha y se trata como sospechosos a los jóvenes, a los inmigrantes y a las personas que delatan su proveniencia social a partir de su apariencia, en particular, en este caso, por el uso de ciertas prendas de vestir (buzo).

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