Y con esta tropa tenemos que entrar en el nuevo mundo, porque de esta que nadie sueñe con salir igual. Estos sí que dan miedo, ojalá solo sean una excepción, ojalá.
Mira que no me quería encender, mira que empecé con el pepino, y al final se me ha ido la cosa por donde los amargan. Me acuerdo de Ramón, que lo decía mucho: «que se vaya por donde amargan los pepinos», y nunca le pregunté por donde era eso.
Y yo que quería hablar de mis encuentros con Cuco, con François, con Inma. Nada de encuentros sociales, conste. A ver cuándo encuentro ocasión de hacerlo.
Y decidme que tenemos tropa de sobra para enfrentar lo que venga, que lo que he contado hoy no son más que unas pocas anécdotas con unos medios que, por mezquinos intereses políticos o del tipo que sea, amplifican esas voces que no son nada. Dadme ánimos por favor que los necesito yo y buena gente que se parte el cobre por ellos, con sus defectos, con sus fallos, pero con todo su corazón (y salud), aunque ni se la quiera ver ni mucho menos reconocer.
11
miércoles 1 de abril
casos confirmados: 258
muertes: 17
Hablo con Gonzalo, que está en Iquitos. Divagamos sobre la pandemia, que si en nueve meses va a haber una ola de embarazos o de divorcios. No son incompatibles. También sobre otros sucesos que tuvieron repercusión a los nueve meses, como el apagón de Nueva York, puntual, o los carnavales de Oruro, cíclico. Allí uno de los personajes principales y motivo de disfraz es Pepino, y ya se ha institucionalizado como nombre, no sé si para los hijos de Pepino o los padres de esos niños, hijos del embozo. Parece que el pepino se incrusta en estas crónicas, quién lo diría. Seguimos hablando de cómo están las cosas por allí. Rompió sus lentes y pasó días sin poder leer ni escribir, porque no había manera de encontrar una óptica. Encontró unas de su suegro, que más o menos le acomodan. Como lo de las ópticas, hay muchos flecos de los que no se habla, no sé si se piensa en ellos, siquiera. Cuando se acabe con lo de las AFP (Administradoras de Fondos de Pensiones), horarios de toques de queda y demás urgencias, se debería empezar a pensar en darles solución.
Uno muy serio es aquello de propagar, con mayor velocidad que el virus, la idea de que todos los que están en la calle son revoltosos y que qué bien que se les aplique, de una vez por todas, la mano dura y enérgica del Estado. Este es un anhelo que ha permanecido larvado por largo tiempo en una sociedad en la que la delincuencia, junto a la corrupción, han sido los mayores azotes anteriores a la llegada del coronavirus. Se entiende bien la necesidad de controlar y reprender a los que no acatan el confinamiento domiciliario y parecen no haber comprendido que la única posibilidad de victoria es quedarse en casa, pero cuidado con la aplicación de esos controles y medidas punitivas.
Todos hemos oído hablar de un término que describe una práctica extendida, la coima. No necesito explicarla ni señalar que, como toda actividad industrial, comercial o de servicios, en estos tiempos de pandemia el cobro de coimas se habrá visto, también, seriamente afectado. Yo al menos así lo imagino tras haber leído y escuchado hablar de ella a voces autorizadas, y a otras embriagadas, que no sé cuál de las dos me da más confianza, que jamás he sido yo víctima de tal práctica. Así de misio parezco, que ni siendo gringo merezco tan tradicional atención. Me cuenta una amiga que estando en la noble y necesaria tarea de llevar comida a un español confinado por haber venido en un vuelo de aquellos últimos que llegaron de la península, y que es inquilino en un departamento que ella administra, con el permiso de movilidad correspondiente, la cajuela llena con las bolsas de alimentos, los documentos acreditativos de la imposibilidad de movimiento de su inquilino, con todo y eso fue parada por la Policía, que le retiró brevete y papeles del carro sin atender razones. ¿Qué le pedirán en la comisaría para que recupere sus papeles? Ya veremos.
Aquella otra amiga que contaba cómo habían sido detenidos por la Policía los técnicos que dan mantenimiento a las torres de telecomunicación, la primera noche de inmovilidad, me cuenta ahora que se están encontrando con ronderos y grupos de autodefensa, pistas bloqueadas por moradores de comunidades alejadas y abandonadas que reciben por la televisión el mensaje del pánico disfrazado de llamamiento a la responsabilidad, lo que termina convirtiendo los operativos en jaleos (todos ellos en barrios populares, en los que una masa de policías es acompañada de otra de cámaras) en los que se llega a ver castigos físicos a los infractores de las medidas.
Cuidado. Perú es un país en cuya reciente historia aún se recuerda la matanza de ocho periodistas en Uchuraccay, por una turba azuzada por el pánico y el sinsentido de la violencia extrema del terrorismo. Si no te mataban los unos, lo hacían los otros. Esa era la realidad de cientos, miles de pequeñas comunidades de la sierra, olvidadas de la mano de Dios. Y ahora la amenaza es un virus que no se ve. Cualquier desconocido puede traer la muerte, y la autoridad dice que la única protección es el encierro, y si no estás en casa eres una amenaza. Cuidado, protejan también a esos hombres, trabajadores clave para garantizar las comunicaciones del país, y que están solos frente moradores asustados, sin apoyo, sin información templada y útil, sin respaldo.
Vuelvo a Gonzalo. Hablamos de Iquitos, de Loreto, de las comunidades. Antes de todo esto, ambos estábamos atentos a los esfuerzos del estado por acelerar el desarrollo en las comunidades que moran en las zonas productoras de petróleo. Estas han sido empobrecidas por dicha actividad, que ha llevado riqueza a todas partes menos a ellas, que solo han sufrido tensiones sociales y ambientales. Cierre de brecha, le llaman en el decreto promulgado con tal fin. Y la palabra pobreza aparece una y otra vez. ¡Qué carajo, pobreza! Nadie es pobre en estas comunidades, tienen su río para pescar, su monte para cazar, su chacra para cultivar; con un machete hacen una casa y una barca. Eso no es pobreza. Ahora sí, porque petróleo y dinero han contaminado el agua y los corazones de los hombres. Hablamos de pobreza y pensamos en qué pasará si el virus llega a las familias humildes de Iquitos, de Belén, de Santo Tomás, de San Juan, de Punchana. Hay en Punchana dos asentamientos humanos, Iván Vásquez y 21 de Octubre, que ganaron una demanda constitucional interpuesta para reclamar su derecho a la salud y la vida, porque viven junto a una alcantarilla a cielo abierto y no les llega el agua corriente. Acabo de decidirlo, voy a poner unas fotos para mostrároslo. Pueden llegar a vivir varias familias en la misma casa de tablas y la mayor parte de los hombres trabajaban como estibadores en el puerto de Masusa, que ha cerrado toda actividad. ¿Cómo van a protegerse esas familias del virus?
Ya lo he hecho otra vez. Me van quedando los temas pendientes. Voy sumando otros nuevos. Los presos, hablar en la calle, bajar la basura. No, no voy a hablar de bajar la basura, es que ya se me ha pasado la hora. Qué desorden, en fin, mañana más.
12
jueves 2 de abril
casos confirmados: 91
muertes: 8
Me dice Rosa que se me ve el plumero. Pues menos mal, que se me vea el plumero y la pluma. Que si en un relato en primera persona no se ve plumero, qué penita de relato.
Hoy he ido a la playa a ver esas masas de aves que ocupan la arena, y los delfines saltando en el horizonte, en el horizonte de Facebook por lo menos. Pero nada, todavía no estamos alcanzando nivel Soy leyenda. Hablo con un sereno de Miraflores y me dice que sí, que se ven más aves, que las que estaban en los cables de la luz ahora ya han bajado más confiadas a la playa. Que el agua está más limpia. Que la naturaleza necesitaba un descanso. Asiento a la vez que pienso que ojalá. Reproduzco con la bici el mismo paseo que recuerdo haber hecho el primer lunes que quedé solo en Lima. Rosa y yo llegamos juntos un viernes. El sábado compramos un teléfono para mí y el lunes Rosa se fue a trabajar. Baje a pasear por la playa, era fácil, por el malecón hasta el Puente de los Suspiros, Bajada a Baños y de frente a la playa. Fui hacia la derecha, hacia Miraflores, y ya hice alguna foto con el celular, seguí por las piedras y llegué a donde estaba esta mañana, cuando recordé la historia. Quise hacer una foto de un cartel de vía de evacuación en caso de tsunami y no encontré el teléfono en mis bolsillos. No me he cruzado con nadie, no me lo han podido robar, pensé. Volví sobre mis pasos, y justo detrás de uno de los restaurantes allí estaba, sobre las piedras, sin que el mar lo hubiera malogrado ni ningún otro paseante lo hubiera encontrado. Supe en ese momento que Lima me iba a tratar bien, que Perú me iba a tratar bien. Y así ha sido hasta el momento.
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