Iván Jaksić - El debate fundacional - los orígenes de la historiografía chilena

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¿Cómo comprender el pasado, es decir, los años como colonia española una vez que se alcanzó la Independencia? ¿Se puede congeniar el desarrollo de instituciones todavía embrionarias con el carácter libertario de las nuevas generaciones? ¿Qué debe reflejar una Constitución y cuáles son las materias que es mejor dejar en la legislación ordinaria? ¿Cuánto de libertad y cuánto de orden?
Son las preguntas que atraviesan este libro y que se encontraban, por cierto, a la base del primer debate historiográfico de nuestra república, aquel que protagonizaron Claudio Gay, Domingo Faustino Sarmiento, Antonio Varas, Jacinto Chacón, Antonio García Reyes y, especialmente, Andrés Bello y José Victorino Lastarria. Los dos últimos representaban visiones por completo diferentes de entender la historia: para el primero, entonces rector de la Universidad de Chile, resultaba crucial narrar los hechos de la manera más fiel posible, de cara a evitar la politización del pasado. Para Lastarria, en cambio, los hechos solo eran significativos en la medida en que apuntaban al perfeccionamiento humano y social.
La discusión, como ilustra Iván Jaksić en su admirable ensayo introductorio y en la selección de textos publicados en la prensa en la década de 1840, irradia hasta nuestros días, pues de lo que se trata es de pesquisar los vínculos entre historia y política, vislumbrar las formas de apropiación del pasado y sopesar las distintas intensidades que se quiere imprimir al cambio cultural. Todos, claro está, temas fundamentales tanto para los estudiantes de historia como para cualquier ciudadano interesado en conocer las ideas que agitaron los orígenes de la nación.

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No obstante los atractivos que ofrece esta historia, los chilenos no pueden todavía lisonjearse de poseerla, porque las de Ovalle y Molina, y aun la del padre Guzmán, no pueden de ningún modo satisfacer a las necesidades de la época y a la ilustración del país: la primera es sobrado antigua; la segunda compendia demasiado los hechos y no llega verdaderamente más que hasta el año 1655; y la tercera, aunque más moderna y más completa, solo puede servir para la instrucción de la juventud, que fue el único objeto que se propuso su digno y venerable autor al publicarla.

Esta gran laguna nos ha sugerido la idea de añadir a nuestras publicaciones de Historia Natural y Geografía, una Historia Civil y Política de Chile, que, comenzando por la entrada de los españoles, llevase la narración hasta el fin de las guerras de la Independencia, empresa sin duda difícil y aun delicada, sobre todo para un individuo cuyos estudios no habían salido jamás del círculo científico. De aquí es que al tomar sobre mí este nuevo empeño no tengo más pretensiones que la de recoger materiales para entregarlos al verdadero historiógrafo, digno de llenar esta honrosa misión. Bajo este punto de vista, dudo que sea posible reunir documentos en mayor número o de mayor autenticidad. Merced a la ilustración y generosa liberalidad de los señores ministros, he podido recorrer todos los archivos de la antigua administración; he ojeado todas las reales cédulas y toda la correspondencia de los presidentes españoles con el gobierno del rey; he sacado de estas fuentes cuanto me pareció de algún interés para este gran trabajo; y, en fin, me he desvelado en consultar todos los manuscritos que tratan de la historia de Chile; y aunque no es despreciable el número que ya poseo de ellos, pues llegan a quince, espero todavía agregar a ellos la mayor parte de los que me faltan, sea en España, país que me propongo visitar con el solo deseo de dar cima a mi empresa, sea en otras partes de Europa. No son de menos valor los materiales que me he procurado para la historia de la Independencia. Fuera de una colección casi completa de todos los periódicos que se han publicado en Chile hasta la fecha, poseo gran número de memorias y otros documentos de la mayor autenticidad y tengo una serie de conversaciones históricas en que [he] trasladado fielmente al papel las noticias que he oído de la boca de muchos jefes civiles y militares de los que han figurado desde el principio hasta el fin de la guerra de la Independencia o desempeñado los principales destinos en los ramos administrativos.

A la historia de Chile precederá una cronología o sumario de todos los sucesos principales acaecidos en el país y en su gobierno y administración.

II. SOCIEDAD LITERARIA

Un socio

El Progreso, 20 de diciembre de 1842

Réstanos ahora dar una ligera noticia sobre los trabajos de la sociedad durante el tiempo que ha transcurrido [desde marzo del mismo año].

Acabaré haciendo una observación de una falta que se nota en nuestras composiciones, sobre todo en las científicas. Esta falta es la de no considerar nuestras cuestiones con relación al tiempo; consecuencia de nuestra falta de estudios históricos. Punto esencial y aun vital en nuestro objeto, porque de otro modo no podemos comprender la ley del progreso y aplicarla. Nada hay completo todavía. Todo se desarrolla. El desarrollo se hace en el tiempo. Es pues necesario para desarrollar, saber el tiempo en que debe hacerse. Para saber desarrollarse es preciso inducir. La inducción necesita antecedentes inducidos. La inducción sacada de antecedentes inducidos es la filosofía de la historia. Luego, la filosofía de la historia debe ser nuestro estudio principal. De este sabremos cuando convenga dar un golpe a tiempo y darnos la voz de un modo uniforme cuando venga el gran día.

Estudiemos pues las teorías históricas, apliquémoslas, critiquemos todo lo que no vaya conforme con la marcha del tiempo, y así podremos dar al pueblo ideas e intereses, alivio y esperanzas. Sea el pueblo nuestra estrella, la fuente de nuestras inspiraciones.

III. SOCIEDAD LITERARIA

DE SANTIAGO

El Semanario de Santiago, 2 de febrero de 1843

Varios jóvenes que siguen la carrera del foro, se han reunido recientemente para formar una nueva sociedad literaria, cuyos principales objetos son el ejercicio en la composición y el estudio filosófico de la historia. Vivamente interesados en los pasos que da la ilustración de nuestra patria, no podemos pasar en silencio esta nueva manifestación del entusiasmo que domina a la juventud chilena por el cultivo de las letras. Ningún testimonio más auténtico que ese ardor generoso podría citarse del progreso en que se halla Chile: ¡ningún agüero más seguro de la grandeza que alcanzará dentro de pocos años, si felizmente el cielo sigue dispensándole el bien de la tranquilidad de que ahora disfruta, y si ese anhelo de la juventud estudiosa no yerra la senda por donde debe encaminarse!

Contrayéndonos a la nueva sociedad, nos parece muy acertado el plan que ella ha adoptado para sus tareas. Nos hallamos bien lejos de pensar que el estudio de la historia sea un ramo de puro adorno para los que abrazan la carrera de las letras, ni que merezca el abandono en que hasta el presente se le ha visto en nuestros colegios. Por el contrario, creemos que si no se le limita a recargar la memoria de un caos confuso de hechos aislados; si se le hace con método, con meditación y filosofía, él es un conocimiento de la más alta importancia para el abogado, y un requisito esencial para el hombre público. Ese estudio es la escuela del corazón humano: por él se recoge la experiencia de muchos siglos y la de todos los pueblos de la tierra; en él pueden contemplarse bajo todos sus aspectos las causas que producen la felicidad o la desdicha de las naciones.

Por lo que toca al ejercicio de la composición, hemos sabido con gusto que se piensa adoptar para ella, en cuanto sea posible, asuntos de interés nacional. De este modo los trabajos de los socios no solo tendrán por resultado la adquisición de un buen estilo y la facilidad para la expresión más conveniente del pensamiento, sino que también les harán dirigir desde temprano sus miradas sobre la condición del país que les ha dado el ser, estudiar sus necesidades y los medios de llenarlas, los abusos que en él existen, y las reformas de que son susceptibles. Con la comunicación recíproca de sus ideas sobre materia tan interesante, se aumentará el caudal de las propias reflexiones; por medio de la discusión se rectificarán sus juicios; y cuando la patria haya de llamarlos a emplear prácticamente en obsequio de ella sus talentos y sus luces, encontrará ciudadanos provistos de conocimientos que, reposando sobre bases sólidas y uniformes, contribuirán en gran manera a alzar rápidamente el edificio de la prosperidad nacional.

Concluimos felicitando cordialmente a los individuos de la nueva Sociedad, y excitándolos a continuar con eficacia en su laudable empresa. Por nuestra parte, les repetimos la oferta que hicimos en nuestro prospecto de las columnas del Semanario, para publicar todas aquellas composiciones dignas de fijar la atención del público.

IV. MEDIDAS PARA FAVORECER

LA INSTRUCCIÓN61

El Progreso, 14 de febrero de 1843

Sabemos de un modo casi auténtico que el gobierno se propone dar un premio a la persona que acredite mejores capacidades y estudios en la ciencia de la historia. Desde que tuvimos esta noticia, acogimos el pensamiento con el mayor entusiasmo y adhesión; pues estamos íntimamente convencidos de que nada es tan útil y fundamental para el hombre destinado a servir a su patria con las ideas de la inteligencia como el conocimiento de la historia. El hombre que conoce bien la historia puede ser un patriota experto, observador y juez competente de la oportunidad que las circunstancias ofrezcan a tal o cual medida; el hombre que conozca la historia puede ser un verdadero literato pues que comprenderá el sentido y la basa social de cada una de las producciones de la imaginación en cada una de las épocas de la humanidad; el hombre que conozca la historia puede ser un moralista y un filósofo; en fin, la historia que es el espejo donde se marcan todos los desenvolvimientos de la humanidad es el único medio de enseñar al individuo los lazos que lo unen al todo, los vínculos que las sociedades y las épocas anteriores, sostienen con las sociedades y las épocas posteriores, dándole así todo el buen sentido y tino que se necesita para llenar el alto puesto de capacidad directora e influyente en los negocios públicos. La medida pues que según creemos está próxima a tomar nuestro gobierno, es la más acertada para llegar a poseer hombres profundamente instruidos en los problemas sociales, capaces de introducir un sistema sentado y lógico en nuestra civilización, y de dar un carácter propio y conveniente a nuestra política nacional. Mil otros encomios podríamos hacer de las ventajas que producirá un estudio laborioso y concienzudo de la historia; y sobre todo si se le estudia con relación a nuestros elementos sociales, y con la mira de explicarnos a nosotros mismos, como una parte del gran todo que constituye la humanidad civilizada. Nosotros marchamos hoy en las filas que llevan a su cabeza la bandera de la civilización europea; un buen estudio de la historia debe enseñarnos el modo con que nos hemos enrolado en ellas; es decir, las causas de nuestra vida actual, y el modo con que esa civilización se ha ido preparando para atraernos a su elaboratorio [sic] de un modo irresistible. Estudiar los vínculos que nos unen a la Europa, es estudiar los vínculos que unen a la Historia universal con nuestra Historia especial. He aquí el gran objeto que debe darse entre nosotros al estudio de la historia; fuera de él todo es inútil y trivial. ¿Con qué objeto iremos a estudiar los nombres y las batallas que figuraron y se dieron en otras partes? Si no es con el objeto de mostrarnos cómo es que esos nombres y esos hechos han servido en el progreso de los tiempos, a constituir la vida actual, la vida que nosotros llevamos, ninguna ventaja adquiriremos. Lo que importa, pues, es ver las relaciones que han sostenido entre sí los hombres, los pueblos, las épocas, para deducir de este conocimiento las verdades morales, sociales y locales que corresponden a la vida moderna y que constituyen sus leyes indispensables. Importa saber lo que fue la Grecia para saber lo que progresó la humanidad y la civilización pasando de Grecia a Roma; importa saber lo que fue Roma para comprender a la Edad Media; y así de todo lo demás; lo que importa pues es el conocimiento de las relaciones. Los hechos en sí, de cualquier género que sean no constituyen jamás ciencia; solo son datos para constituirla; la ciencia está en las abstracciones que se hacen sobre estos datos, en las relaciones necesarias que nos unen; es decir en las leyes que vinculan y ordenan estos hechos. Los hechos astronómicos producen la ciencia de los astros; los hechos políticos producen las ciencias sociales; los hechos pues, producen pero no constituyen las ciencias; porque las ciencias no son el conocimiento simple de los hechos; sino el conocimiento complejo de las leyes que vinculan un orden dado de hechos y que le dan el carácter de abstracción y sistema que es inherente a toda ciencia. La historia pues es la ciencia de las leyes que rigen los destinos de la humanidad y por esto es que recoge los hechos humanos y se apoya en ellos; por esto es que en su dominio entran todos los hechos que son propios del pensamiento del hombre. Esto es lo que importa no olvidar porque de otro modo, la historia es un amontonamiento de hechos casuales, siendo así que la historia, que no es otra cosa que el sistema con que se desarrolla la civilización, lejos de ser casual tiene sus leyes infalibles: leyes por cuya virtud es sistema o ciencia que es lo mismo. He aquí el carácter científico de la historia; desprovista de él, para nada sirve porque los hechos por sí nada explican; para ver lo que importan, es preciso arrimarlos a la luz de la inducción; y ligarlos, haciendo pasar del uno al otro el vínculo de la deducción. He aquí por qué es que la filosofía aplicada a los hechos humanos, produce una ciencia: la filosofía de la historia, o la Historia propiamente dicha. Vico la llamó con mucho acierto la Ciencia Nueva porque efectivamente es la última que ha debido aparecer entre todas las demás. Era necesario para que ella se levantara, que se hubiera producido la porción de hechos que constituyen todas las otras; que estas hubieran establecido los datos necesarios para comprender la cadena y la unidad de la civilización; para crear sobre esa unidad la ciencia histórica. He aquí por qué es nueva. Cualquiera otro modo con que se entre a estudiar los hechos humanos será un modo equivocado y que no dará los resultados a que es necesario aspirar en el siglo en que vivimos.

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