Entre sus escritos, que son abundantísimos, los hay en castellano, en latín —algunas colecciones de sermones— y en portugués. Los libros escritos en castellano más importantes son: Libro de la oración y meditación, Guía de pecadores, Introducción al símbolo de la fe y Memorial de la vida cristiana. De sus opúsculos merecen citarse: Meditaciones muy devotas, Compendio y explicación de la doctrina cristiana y Compendio de la vida espiritual.
Escribió también algunas biografías, como: Vida del Maestro Juan de Ávila, Vida de Fray Bartolomé de los Mártires y la Vida de Jesucristo. Finalmente, hizo varias traducciones.
De entre las muchas obras de fray Luis de Granada, la presente constituye un ejemplar de todo cristiano, «lo que todos deben estudiar y meditar con amor todos los días de su vida». La máxima preocupación de la existencia del P. Luis de Granada, y a la que dedicó preferentemente sus estudios y meditaciones, fue el conocimiento y amor de Cristo Crucificado. Por ello, esta obra, como todas las suyas, brotó tan llena de sabia doctrina, de piedad y de unción y es tan eficaz para infundir en las almas esas mismas virtudes.
Desde la embajada del Arcángel a la Santísima Virgen nuestra Señora, hasta la subida del Señor a los cielos, nos son relatados en este precioso libro todos los momentos de la vida de Jesucristo, con el encanto y maestría que son comunes en las producciones de fray Luis.
«¡Oh misterio de grande veneración! ¡Oh cosa no para decirse, sino para sentirse; no para explicarse con palabras, sino con silencio y admiración! ¿Qué cosa más admirable que ver aquel Señor a quien alaban las estrellas de la mañana; aquel que está sentado sobre los querubines, que vuela sobre las plumas de los vientos, que tiene colgada de tres dedos la redondez de la tierra; cuya silla es el cielo y cuyo estrado real es la tierra; que haya querido venir a tan grande extremo de pobreza, que cuando naciese (ya que quiso nacer en este mundo), le pusiese su Madre en un pesebre por no tener otro lugar en aquel establo?». Así nos describe el maestro Granada los grandes misterios de las obras de Dios y, singularmente, la más sorprendente: la Humanidad de Cristo nuestro Salvador, que es haberse Dios hecho hombre por amor de los hombres.
Aunque parezca extraño, la Vida de Jesucristo, de fray Luis de Granada, es muy poco conocida. Solo tenemos noticia de la edición de Salamanca de 1574, de la cual se conserva un único ejemplar —al menos que sepamos— en la Biblioteca Nacional de Madrid. Esta edición es la que hemos seguido aquí. Fue reimpresa también en Salamanca en 1928, como primer volumen de la «Biblioteca Parva Ascético-Mística Granadina», dirigida por el P. Llaneza, O. P.
En tus manos tienes, lector, una de las obras que con más cariño salieron de la pluma de fray Luis de Granada, que se cuenta entre los más egregios escritores españoles de espiritualidad de todos los tiempos, entre los más elocuentes predicadores de nuestra lengua y entre los grandes maestros del habla castellana. Su prosa es clara y sencilla, al mismo tiempo que escogida y sin concesiones a la vulgaridad.
PRÓLOGO
LA MATERIA REQUERÍA (antes que tratásemos de la consideración de la vida de nuestro Salvador) que declarásemos el fruto grande que de este santo ejercicio se suele seguir. Mas porque en esto hay mucho que decir, y la brevedad que en esta escritura seguimos, no nos da lugar a tanto, solamente diré al presente que ella es la que más alumbra y esclarece nuestro entendimiento y mayor conocimiento nos da de Dios: que es el principio de nuestra felicidad.
La razón de esto es, porque a Dios en esta vida mortal no conocemos por sí mismo, sino por sus obras, y tanto más por ellas cuanto son más excelentes y mayores.
Pues como sea cierto que entre todas las obras de Dios la que sin alguna comparación es mayor sea la Humanidad de Cristo nuestro Salvador, que es haberse Dios hecho hombre por amor de los hombres, así ella es la que más nos descubre la grandeza de las perfecciones divinas, conviene saber: la sabiduría, la bondad, la caridad, la misericordia, la justicia, la providencia, la benignidad y las otras perfecciones suyas.
Y así ella es aquella escalera mística que vio el Patriarca Jacob, por la cual los ángeles subían y descendían; porque por aquí suben los varones espirituales al conocimiento de Dios, y por aquí también descienden al conocimiento de sí mismos.
Tiene también otra cosa esta consideración, que es universalmente provechosa para todo género de personas, así principiantes como perfectas.
Porque esta es el árbol de vida que está en medio del Paraíso de la Iglesia, donde hay ramas altas y bajas: las altas para los grandes, que por aquí suben a la contemplación de las perfecciones divinas, de que ya dijimos; y las bajas para los pequeños, que por aquí contemplan la grandeza de los dolores de Cristo, y la fealdad de sus pecados, para moverse a dolor y aborrecimiento de ellos.
Este es uno de los más propios ejercicios del verdadero cristiano, andar siempre en pos de Cristo, y seguir al Cordero por doquiera que va. Y esto es lo que Isaías nos enseñó cuando, según la traslación caldea, dijo que los justos y los fieles serían la cinta de las sienes de Cristo, y que andarían siempre al derredor de Él[1].
Lo cual espiritualmente se hace cuando el verdadero siervo de Cristo nunca se aparta de Él, ni le pierde de vista, acompañándole en todos sus caminos, y meditándole en todos los pasos y misterios de su vida santísima.
Porque verdaderamente no es otra cosa Cristo para quien tiene sentido espiritual, sino, como dice la Esposa, un suavísimo bálsamo derramado[2], el cual en cualquier paso que le miréis está siempre echando de sí olor de santidad, de humildad, de caridad, de devoción, de compasión, de mansedumbre y de todas las virtudes.
De donde nace que así como el que tiene por oficio tratar o traer siempre en las manos cosas olorosas, anda siempre oliendo a aquello que trata, así el cristiano que de esta manera trata con Cristo viene por tiempo a oler al mismo Cristo: que es parecerse con Cristo en la humildad, en la caridad, en la paciencia, en la obediencia y en las otras virtudes suyas.
Pues para este efecto se escribió este presente Tratado, que es de los principales pasos y misterios de la vida de Cristo, poniendo brevemente al principio de cada uno la historia de aquel paso, y después apuntando con la misma brevedad algunas piadosas consideraciones sobre él, para abrir el camino de la meditación al alma devota.
De las cuales unas sirven para despertar la devoción, otras para la compasión, otras para la imitación de Cristo, y otras para movemos a su amor y al agradecimiento de sus beneficios, y otras para otros propósitos semejantes.
Imité en este Tratado, entre otros que san Buenaventura hizo, uno llamado Meditaciones de la vida de Cristo, que él escribió a una hermana suya; y otro llamado Árbol de la vida del Crucificado, que para este mismo efecto por este santo Doctor fue compuesto, y póselo así en breve para que se pudiese traer en el seno lo que debe andar siempre en el corazón, y así pudiese decir el hombre con la Esposa de los Cantares: «Manojito de mirra es mi amado para mí: entre mis pechos morará».
[1]Isai. XI, 5.
[2]Cant. I, 2.
I.
DE LA ANUNCIACIÓN DEL ÁNGEL A NUESTRA SEÑORA
PUES COMENZANDO A DISCURRIR por los principales pasos y misterios de la vida del Salvador, la primera cosa que se ofrece es la embajada del ángel a la Santísima Virgen nuestra Señora. Donde ante todas cosas es razón poner los ojos en la pureza y santidad de esta Señora que Dios ab aeterno escogió para tomar carne de ella.
Porque así como cuando determinó criar el primer hombre, le aparejó primero la casa en que le había de aposentar, que fue el Paraíso terrenal, así cuando quiso enviar al mundo el segundo, que fue Cristo, primero le aparejó lugar para lo hospedar: que fue el cuerpo y alma de la Sacratísima Virgen. Y así como para aquel Adán terreno convenía casa terrenal, así para este que venía del Cielo era menester casa celestial: esto es, adornada con virtudes y dones celestiales.
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