NAHUEL SUGOBONO
MITOS INDÍGENAS DE LA ARGENTINA
LOS ANIMALES
Prólogo
Es difícil encontrar –en el vasto paisaje de la Argentina– algún animal que no sea protagonista de una leyenda o narración popular. Ya se trate de animales terrestres, como el guanaco y el puma; aves, como el cóndor y el colibrí; o acuáticos, como el yacaré y el pez dorado. Incluso los insectos, como hormigas, avispas o la pulga, tienen sus propias historias. En este volumen se ha buscado reunir diversas narraciones de animales pertenecientes a algunos grupos indígenas que habitaron lo que hoy es territorio argentino.
Aunque casi todos los cuentos aquí escogidos son protagonizados únicamente por animales, esta división hombre-animal no es tan evidente como podría parecer a simple vista: la mayor parte de los mitos aquí reunidos se remontan a una época en que, según la cosmovisión indígena, hombres y animales no se distinguían todavía; todos tenían características humanas, y sólo posteriormente esos primeros seres se convirtieron en los diversos animales que habitan la selva, el monte o la llanura.
La presencia del animal en la vida cotidiana es mucho más importante para el indígena que para el europeo o el hombre industrializado. El indio se sabe parte integrante de la naturaleza que lo rodea y, en ese sentido, se considera hermano de las plantas, animales y demás seres que habitan su entorno. Es por eso que muchos mitos indios reconocen un mismo origen tanto para hombres como para animales.
Esta actitud genera un sentimiento de respeto por el entorno y de armonía con la naturaleza, en marcado contraste con la idea de control y propiedad sobre las cosas que nos rodean, propia del mundo moderno.
Es así como los indios qom (tobas) tenían prohibido cazar más de lo necesario o por puro placer, porque recibirían un castigo de los seres superiores; y eso se refleja en muchos de sus mitos.
Las historias que se presentan en este volumen son, entonces, mucho más que fábulas o simples cuentos entretenidos (aunque también hay ejemplos de este tipo de cuentos en este libro): son mitos que ordenan y dan sentido a la vida del hombre. Detrás de las narraciones se encuentran enseñanzas a través de las cuales el indio aprendía cuál era su lugar en el universo. Estos mitos son, así, generadores de identidad, y la perpetuación de estas historias a partir de ritos o reuniones comunitarias, refuerzan esa identidad y sentido de pertenencia.
Del mismo modo, en los mitos en que los animales son protagonistas excluyentes, no se debe ver una simple caracterización de cualidades humanas (zorro-tramposo; cormorán-egoísta; jaguar-bruto; quirquincho-sabio) a la manera de las clásicas fábulas de Esopo. Los animales presentes en los mitos eran realmente tal como se los narraba, y su significado excedía el ámbito moral; su importancia alcanzaba valores “cósmicos”, y así encontramos que el héroe civilizador (el que lleva la cultura a los hombres) puede tomar la forma de un carancho, un colibrí o un pájaro carpintero.
El héroe cultural también puede asumir la forma de un personaje pícaro, tramposo y engañador, que en numerosas ocasiones da origen, sin quererlo, a diversos seres o cosas, algunas veces beneficiosos, pero muchas otras dañinos para el hombre. El zorro es, en Argentina, el típico animal que representa a este personaje, que los antropólogos tipifican con el nombre de trickster o “embaucador”.
Mención aparte merece el rol del caballo, unido inseparablemente al hombre en algunos grupos mencionados aquí, como los tehuelches y los qom (de modo muy similar a lo que ocurría con los indios de las praderas norteamericanas). A pesar de su importancia, y de su relevante papel en numerosas narraciones, el caballo casi no tiene participación en las historias donde los protagonistas son exclusivamente animales. Al contrario, se encuentra casi siempre en historias con protagonistas humanos, indudablemente debido a su estrecha relación con los hombres.
En las páginas que siguen se encontrarán 23 narraciones pertenecientes a seis grupos étnicos de la Argentina: tres del norte y tres del sur.
Las culturas del norte pertenecen a la región conocida como Gran Chaco, que también incluye parte de Paraguay y Bolivia. El Chaco es una región de llanuras, con zonas de pantanos, bosques y lagunas, atravesada por dos grandes ríos: el Pilcomayo y el Bermejo. Allí, entre otros, vivían los qom (hasta no hace mucho conocidos más como tobas), mocovíes y wichís (llamados matacos hasta hace unas décadas).La Patagonia argentina (en el sur), en cambio, es una zona árida de mesetas. Era territorio de los tehuelches, divididos en tres grandes grupos (norte, centro y sur). En el extremo sur, en la isla de Tierra del Fuego, vivían otros dos grupos presentes en esta colección: los yámanas y los selk’nam (onas). Mientras que estos últimos formaban parte del tronco tehuelche y compartían un modo de vida similar (eran cazadores terrestres), los yámanas eran canoeros y la pesca era un componente esencial en su vida. Estas tres etnias fueron diezmadas ante el avance colonizador, y sólo quedan algunos representantes mestizos de cada una de ellas.
Es, quizás, importante remarcar que los nombres con que estos grupos indígenas han sido conocidos durante décadas en el habla hispana no son los que ellos se daban a sí mismos (a excepción de los yámanas), algo muy común en toda América, por otra parte. En muchos casos, esos nombres son los que algún grupo vecino les daba. Afortunadamente, esta tendencia ha comenzado a revertirse en los últimos años. Los qom, o kom’lek, han sido conocidos por siglos por el nombre de “tobas”, que es una palabra de origen guaraní. Anteriormente se conocía a los wichí como “matacos”; en tanto que el término más adecuado para los mocovíes es moko’it. Los tehuelches incluían varios grupos: el más importante del norte (que habitó en la llanura pampeana y, hacia el sur, el comienzo de la Patagonia) se autodenominaba gününa këna, y los más reconocidos del sur, aónikenk. Los selk’nam de Tierra del Fuego son habitualmente denominados “onas”, el nombre que originalmente les dieron sus vecinos yámanas. Estos, a su vez, son también conocidos como “yaganes” (una palabra de su propio idioma), aunque el nombre que se daban a sí mismos es el de yámanas.
Del mismo modo, salvo excepciones, se ha preferido –a fin de facilitar la lectura–dejar el nombre con el que los animales han pasado al castellano, aunque sus nombres eran, evidentemente, diferentes para cada grupo étnico. De todas formas, la mayoría de los nombres –como jaguar o quirquincho– derivan de una determinada lengua aborigen.
Muchos de estos animales pueden resultar desconocidos para la persona no familiarizada con la fauna argentina. Por otra parte, numerosas especies diferentes de animales que se distinguen en el idioma original, quedan, como se ha dicho, con el mismo nombre al pasar al castellano: es el caso del pájaro carpintero que, en los dos cuentos en que aquí se lo incluye, se refiere a dos especies diferentes. O el colibrí, que en el cuento “El peñasco de león marino” es una especie determinada de las más de 300 que existen en América. En todos los casos en que el mito original especifica el animal que protagoniza el cuento, se ha buscado que las ilustraciones reproduzcan fielmente a esa especie en particular y, de ese modo, hacer más reconocibles a los personajes de estos cuentos.
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