Lo que sí hace el apóstol es prohibir algunos tipos de sexo. Hay que evitar algunas formas de comportamiento sexual. Pablo dice que existe algo llamado “inmoralidad sexual”, y urge a sus lectores a que la eviten a toda costa.
RESTRICCIONES Y LIBERTADES
Es posible que muchas personas pongan los ojos en blanco al leer esto. A lo mejor se confirman sus sospechas: que en realidad el cristianismo consiste más en la restricción sexual que en la libertad sexual. ¿Qué derecho tienen los cristianos a regular lo que hace una persona en la privacidad de su dormitorio?
Pero un momento de reflexión nos indica que todos nosotros creemos en cierto tipo de restricción sexual. Incluso los defensores más ardientes de la libertad sexual admiten que son necesarios algunos límites; lo único que pasa es que esos límites se dan por hecho muy a menudo y no admitimos necesariamente que están ahí y que son límites.
Tomemos por ejemplo el tema del consentimiento. Resulta fácil pensar que la necesidad de consentimiento es tan evidente que apenas hace falta afirmarla. Cuando he sugerido que la necesidad de consentimiento es un motivo por el que no podemos decir simplemente “habría que permitir a cada uno hacer lo que quisiera”, la respuesta siempre ha seguido la línea de “bueno, por supuesto que el consentimiento es necesario, eso es evidente ”.
Pero el movimiento #MeToo es una evidencia de que esto no es así. La necesidad de consentimiento es un límite que hemos dado por hecho, y ahora vemos la necesidad de definirlo y aplicarlo adecuadamente.
Parece que solo ahora nos hemos dado cuenta de las maneras en las que, abierta o sutilmente, muchas personas se han visto obligadas a mantener relaciones sexuales en las que no querían participar. Los campus universitarios tienen que estipular con exactitud qué constituye el consentimiento legal: que cada paso en el que se aumente la intimidad física debe ir precedido por un asentimiento verbal inequívoco.
E incluso cuando existe un consentimiento verbal, somos conscientes de cómo pueden actuar las dinámicas de poder. Si un magnate de Hollywood sugiere a una joven actriz en apuros que mantengan cierto tipo de contacto sexual, queda claro que el campo de juego no está equilibrado. Uno tiene control sobre la fortuna y el éxito de la otra. Aun cuando ella dé su consentimiento verbal, existe una elevada probabilidad de que no sea sincera si siente que esa relación es algo de lo que dependerá el éxito futuro de su carrera.
Una de las acusadoras del productor Harvey Weinstein lo expresó de la siguiente manera:
Soy una mujer de 28 años que intenta ganarse la vida y labrarse una carrera. Harvey Weinstein es un hombre de 64 años, conocido en el mundo, y esta es su compañía. El equilibrio de poder es: yo, 0; Harvey Weinstein, 10. 9
Es decir, no basta con decir simplemente que las restricciones de los deseos sexuales de una persona son retrógradas e innecesarias. Es posible que los deseos sexuales de una persona sean coaccionar y forzar a otro individuo. Puede que esta sea su expresión predominante de la sexualidad; pero no es una licencia para expresarla. Hay algo más importante que la libertad que tiene una persona para satisfacer sus deseos sexuales. Siempre existe la necesidad de que haya cierto tipo de limitación externa a la conducta sexual.
El otro límite que solemos dar por sentado que es necesario es que las partes que consienten sean dos adultos. Admitimos que los menores son tan vulnerables que, incluso si prestan su consentimiento, no podemos pensar que se haya obtenido sin que medie cierto tipo de coacción o de manipulación. De modo que, de forma correcta, establecemos límites legales al contacto sexual, incluso en el caso de adolescentes mayores que todavía no son adultos del todo. Una vez más, las revelaciones recientes sobre el abuso sexual de niños nos han demostrado que ese límite no puede darse por hecho.
¿DÓNDE ESTÁN LOS LÍMITES?
Por lo tanto, en general no creemos en una libertad sexual ilimitada tanto como en ocasiones afirmamos creer. La cuestión no es si debería haber restricciones sobre lo que un individuo puede hacer sexualmente, sino cuáles son esas restricciones. Todos creemos en la necesidad de que existan; la cuestión es cuáles deben ser. Todos estamos de acuerdo en que existen conductas sexuales inmorales. No todos los deseos sexuales son igual de saludables, nobles o correctos. Hay tipos de conducta sexual que son perjudiciales. Todo el mundo necesita tener cierto grado de autocontrol sobre sus deseos sexuales.
Por consiguiente, lo que es distintivo del concepto cristiano de la ética sexual no es la presencia de límites, sino dónde están esos límites y por qué. La cuestión no es que los cristianos estén a favor de la represión sexual y otros sean adalides de la libertad sexual. Nadie aboga por la libertad sexual plena, y todo el mundo cree que hay que resistirse a determinados deseos sexuales. Lo que tenemos que hacer es examinar cada conjunto de límites y evaluar hasta qué punto son sólidos sus razonamientos. Los límites más amplios no son necesariamente mejores, igual que los más estrechos no son necesariamente peores. Descartar el concepto cristiano de la ética sexual como algo meramente “restrictivo” es pura hipocresía.
Nuestra reciente conciencia creciente de la prevalencia y de las consecuencias de la agresión sexual no hace más que subrayar la importancia que tienen los límites. Nos interesan los límites precisamente porque estamos convencidos de que la sexualidad es importante, y que abusar de ella es grave. Esto no es mojigatería, sino protección.
NO SOLO FÍSICO
El hecho de que determinados límites son necesarios nos indica algo más: cuando decimos que el sexo es algo solamente físico, en realidad no lo creemos.
En 1999, Bloodhound Gang publicó el tema The Bad Touch (“El mal contacto”). Su estribillo decía:
Tú y yo, cariño, no somos más que mamíferos, así que hagámoslo como lo hacen en Discovery Channel. 10
A veces tenemos tendencia a pensar así: que en lo tocante al sexo no somos más que animales. Simplemente obedecemos los mismos instintos físicos que compartimos con el resto del mundo natural, así que, ¿por qué hay que ser tan quisquillosos? Pero en el fondo sabemos que no es cierto. En cualquier otra área de la vida nos decimos unos a otros precisamente lo contrario: “¡No seas animal!”. Es evidente que lo que creemos sobre lo que nos diferencia de los animales debe aplicarse al sexo tanto como a todo lo demás.
En la película que hizo Ron Howard en 2001, Una mente maravillosa , Russell Crowe interpreta el papel de un matemático brillante pero con cierta torpeza social, John Nash. En un momento de la película conoce a una mujer atractiva en un bar, y es evidente que no tiene ni idea de qué decirle.
“Podrías invitarme a una copa”, le sugiere ella.
Nash contesta:
No sé qué es lo que se espera que diga para que tengas relaciones sexuales conmigo, pero ¿podríamos fingir que ya lo he dicho todo? Solo se trata de un intercambio de fluidos, ¿no?
Por lo que a él respecta, esto no es más que una transacción física, de modo que pueden permitirse saltarse los preámbulos y acordar, simplemente, tener sexo. No es más que un “intercambio de fluidos”, como si no tuviera más importancia que un apretón de manos.
Pero esta manera de pensar es manifiestamente errónea. No somos solo animales. El sexo no es solo físico. Por mucho que tengamos en común con el reino animal, está claro que tenemos expectativas distintas sobre lo que debe incluir el sexo. Por el mero hecho de que en la naturaleza sucedan determinadas cosas, y porque también nosotros somos criaturas, no quiere decir que podamos imitar los comportamientos que vemos en la naturaleza y esperar que funcione. Puede que hasta cierto punto seamos animales, pero también somos mucho más que eso. A menudo, lo que para los animales es solamente físico es mucho más significativo para nosotros.
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