De modo que cuando Jesús dice en la primera parte de su enseñanza “habéis oído que fue dicho «No cometerás adulterio»”, los hombres como ese habrían asentido con entusiasmo. Sí, eso es lo que siempre nos han enseñado. Eso es lo que siempre hemos defendido. Es posible que otros aspectos de la enseñanza de Jesús les plantearan un reto o los indujeran al autoexamen (resulta difícil leer el sermón del Monte sin experimentar algo así), pero sobre este punto podían estar tranquilos: seguro que contaban con la aprobación plena del maestro.
Pero entonces viene la segunda parte de lo que dice Jesús:
Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.
Piensa en esto. Jesús no contradice la manera en que habían interpretado el mandamiento los judíos; lo que hace es ampliar su significado y su aplicación. Ellos habían dado por hecho que hablaba solo del adulterio físico. Pero el adulterio físico no es el único tipo de adulterio; Jesús dice que el adulterio puede producirse en el corazón aunque nunca tenga lugar en una cama. Puede producirse solo con mirar, sin tocar: cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella. No se trata sencillamente de lo que haces con tus genitales, sino con tus ojos y con tu mente; cómo miras a otra persona y piensas en ella.
A Jesús le preocupa la intención . No está en contra de que las personas se fijen unas en otras, sino que las personas miren a otras “para codiciarlas”. Esta es la diferencia que hay entre fijarse en que alguien es atractivo y querer poseer a esa persona de alguna manera. De eso , dice Jesús, es de lo que advierte el mandamiento contra el adulterio. Retomaremos la importancia de este aspecto a su debido tiempo.
LA VÍCTIMA
Aunque Jesús pone su énfasis primordial en la persona que mira, vale la pena detenerse para reflexionar sobre qué implica esto para la persona que es observada.
Jesús nos plantea un escenario en el que un hombre mira con lascivia a una mujer. Lo que Jesús enseña aquí es aplicable a todos nosotros, por supuesto, pero podría ser que los hombres en concreto sean quienes más necesitan escucharlo. Después de todo, la inmensa mayoría de violaciones sexuales tienen como víctimas a mujeres, no a hombres.
Jesús dice que el hecho de que un hombre mire con lujuria a una mujer incumple el mandamiento contra el adulterio tanto como si se hubiera acostado físicamente con ella.
Pero pensemos también en lo que está diciendo Jesús sobre la mujer. No hay que mirarla con lascivia. Lo que hice Jesús es que la sexualidad de la mujer es preciosa y valiosa: posee una integridad sexual que es importante y que todos los demás deben respetar. Está diciendo que esta integridad sexual es tan preciosa que no hay que violarla ni siquiera en la privacidad que ofrece la mente de otra persona. Aunque ella no lo descubriera jamás, que alguien piense en ella con lascivia supone una tremenda ofensa.
Tendemos a pensar que la vida intelectual de una persona solo es asunto suyo, y que lo que sucede en su mente no tiene nada que ver con ninguna otra persona; por lo tanto, quizá nos gustaría criticar a Jesús en este punto por atreverse a regular lo que sucede en nuestra mente. Pero antes de que lo hagamos, debemos entender por qué dice esto Jesús. Tal como dijo alguien en cierta ocasión, no debemos derribar una valla hasta conocer el motivo por el que la pusieron allí. 5Jesús nos está diciendo que nuestra sexualidad es un bien mucho más precioso de lo que quizá seamos conscientes, y que su enseñanza es en realidad un sistema destinado a protegerla.
NO SOLO JESÚS
La enseñanza de Jesús es un reflejo de algo que vemos en la totalidad de la Biblia: a Dios le preocupa mucho la manera en que nos tratamos sexualmente unos a otros.
Uno de los mayores héroes de Israel en el Antiguo Testamento fue el rey David. Unificó el reino, derrotó a muchos enemigos (el más famoso de los cuales fue seguramente el gigante Goliat) y fue un poeta y compositor musical destacado. Pero la Biblia nunca adorna a sus héroes; los pinta con todos sus errores y sus defectos. Y en el caso de David, sus errores le llevaron a un infame incidente con una mujer llamada Betsabé.
Retomaremos este episodio un par de veces a lo largo de este libro, dado que David es un ejemplo fundamental de hasta qué punto se pueden complicar las cosas, y también de cómo podemos encontrar la sanación y el perdón de Dios incluso dentro del contexto de errores terribles.
David hizo que una de sus súbditas, Betsabé, que era una mujer casada, se acostase con él. Ella quedó embarazada, de modo que el rey dispuso las cosas para que su marido, que era soldado y se llamaba Urías, disfrutase de unos días de permiso en su casa junto a su esposa, abandonando el campo de batalla. Así la gente daría por hecho que el bebé pertenecía a Urías. La estratagema no funcionó, de modo que David organizó las cosas para que Urías muriese durante la batalla, e inmediatamente se casó con Betsabé.
Algún tiempo después de que sucediera esto, un hombre valiente llamado Natán echa en cara a David la maldad que había cometido. David recupera el buen juicio; le conmociona la profundidad de su propia perversidad. Se siente profunda y pertinentemente arrepentido. Debemos tener en cuenta que sigue siendo rey. No estamos hablando del remordimiento de alguien que había sido descubierto y depuesto; sigue ocupando el trono. Podría mandar que matasen a Natán. Lo que le lleva a arrepentirse no es la opinión pública ni una amenaza contra su posición, sino su propia conciencia delante de Dios.
David escribe una intensa oración poética a Dios en la que admite lo que ha hecho. En determinado momento escribe lo siguiente:
Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos.
SALMOS 51:4
A primera vista, esto parece muy inapropiado. Da la sensación de que David está pasando convenientemente por alto el precio humano de sus actos y lo considera simplemente “un asunto espiritual” entre él y Dios. Suena a evasiva, como si David no estuviera admitiendo el pleno alcance de lo que ha hecho.
Pero en realidad, lo que sucede es justo lo contrario. David se da cuenta de que lo que le ha hecho a Betsabé es un pecado contra Dios precisamente porque la integridad sexual de esa mujer es algo que Dios le ha dado . La violación de Betsabé a manos de David es nada menos que una traición contra Dios. Lejos de minimizar la gravedad de su pecado contra Betsabé y Urías, la oración de David acepta la responsabilidad de ese pecado.
Veamos otra manera de decir lo mismo: toda agresión sexual es una violación de un espacio sagrado. Maltratar a alguien es maltratar a un ser que Dios ha creado. Las otras personas no son una tercera parte irrelevante: son individuos a los que Dios decidió crear y por los cuales se interesa profundamente. Abusar de ellos es una afrenta contra Dios.
Esta creencia nos proporciona un fundamento necesario para decir que la agresión sexual está objetiva y universalmente mal, porque sitúa el motivo en quiénes son las víctimas para Dios. Él las creó. Si las perjudicas acabarás enfrentándote al propio Dios. Esto es lo que nos advierte el propio Jesús en su enseñanza contra el adulterio.
Con quién nos acostamos es importante. También lo es con quién imaginamos que nos acostamos. Si Dios nos ama, le interesará nuestra sexualidad. Es algo precioso. Violarla, como veremos a continuación, es grave.
1. USA Today: consulta www.bit.ly/occasleep(consultada el 21 de agosto de 2019).
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