La adopción tan extendida del hashtag ha tenido sin duda ese efecto. Es posible que Burke se interesara sobre todo por las jóvenes afroamericanas, pero el hashtag también permitió que muchas otras personas compartieran sus experiencias: mujeres con distintos trasfondos y edades, e incluso algunos hombres.
Hay una de esas historias sobre la que merece especialmente la pena reflexionar. En un artículo que escribió en The Atlantic , Caitlin Flanagan habló de un momento, cuando asistía al instituto, en el que un joven intentó violarla en su coche, en un aparcamiento desierto junto a una playa. Después de un forcejeo, él desistió y la llevó a su casa. Ella nunca lo comentó con nadie, y en el artículo explica por qué no lo hizo:
No se lo conté a nadie. Según pensaba yo, no era un ejemplo de agresión masculina contra una chica para tener sexo con ella. Era un ejemplo de lo poco deseable que era yo. Fue la prueba de que yo no era el tipo de chica que llevas a las fiestas, o el tipo de chica que quieres conocer mejor. Yo era el tipo de chica que te llevas a un aparcamiento desierto para intentar obligarla a que tenga sexo contigo. Decírselo a alguien no revelaría lo que había hecho él; sería una revelación de lo mucho que yo merecía que me tratasen así. 3
El movimiento #MeToo ha arrojado luz sobre la prevalencia de las agresiones sexuales. Actualmente se calcula que entre el 20 y el 30 por ciento de mujeres estadounidenses han sido agredidas sexualmente en algún momento de sus vidas. Es difícil obtener cifras exactas; a la gente le cuesta muchísimo compartir estas historias por muchos motivos, tal como subraya la historia de Flanagan. Pero ha habido muchos que han logrado sincerarse por primera vez, y cada vez obtenemos una apreciación más exacta de la prevalencia de estas brutalidades. Los hombres también se muestran más abiertos a hablar de sus experiencias de agresión y acoso sexual. Además, algunos hombres están admitiendo errores en su propia conducta pasada con las mujeres. A todos los niveles, desde el individual hasta el institucional, el mundo occidental parece estar reevaluando a fondo sus valores sexuales colectivos.
Si el #MeToo nos ha enseñado algo es que nuestra sexualidad tiene una gran importancia. Su violación provoca un perjuicio emocional y psicológico muy profundo, sin hablar de las cicatrices físicas que deja. La propia experiencia de Flanagan es un ejemplo claro. Lo que aquel joven intentó hacerle le dijo algo sobre sí misma y sobre su valor como persona, un concepto que quedó enquistado en su pensamiento durante muchos años.
JESÚS HABLA SOBRE EL MALTRATO
A estas alturas podríamos preguntarnos qué relación tiene todo esto con el cristianismo. En todo caso, parece ser que el cristianismo es una parte del problema tanto como lo es cualquier otro movimiento, y puede que incluso más. A medida que se van demostrando cada vez más acusaciones históricas y contemporáneas, queda muy claro que ha habido muchas instituciones cristianas en las que se han producido espantosos maltratos. Dentro de cualquier contexto, estos hechos serían escandalosos, pero el contexto cristiano los vuelve aún más reprensibles. Todos sabemos que la agresión sexual está mal; no hay ningún grupo ni religión que tenga el monopolio de esta convicción. Pero los cristianos tienen más motivos que quizá cualquier otra persona para saber esto.
Jesús de Nazaret, el fundador del cristianismo, fue famoso por cuidar a los marginados, a los ignorados y a los vulnerables. De él se dijo que “no quebrará la caña cascada” (Mt. 12:10); fue alguien que por naturaleza mostraba ternura hacia los heridos y los sufrientes. Por consiguiente, resulta una incongruencia destacable que aquellos que afirman seguir a Jesús contradigan su enseñanza y su ejemplo en este ámbito.
Pero también cabe destacar que el propio Jesús fue víctima de un maltrato inimaginable. No hace falta que seamos cristianos que creen en la Biblia para conocer los hechos básicos sobre cómo acabó la vida de este hombre. El registro histórico nos demuestra que fue ejecutado públicamente por las autoridades romanas siguiendo las órdenes de Poncio Pilato. 4Sabemos que fue ejecutado mediante crucifixión. También sabemos que este fue el desenlace de un proceso horripilante de humillación y de tortura. Los relatos del Nuevo Testamento inciden sorprendentemente poco sobre los detalles más sangrientos, pero nos dicen que a Jesús lo desnudaron, lo azotaron, lo golpearon y se burlaron de él. Lo pusieron desnudo frente al público, maltrataron su cuerpo y lo ridiculizaron en diversas ocasiones. Sus propios compañeros de traicionaron, le negaron o le abandonaron. No podemos cuantificar fácilmente ese sufrimiento emocional, psicológico y físico. Y todo esto sucedió antes siquiera de llegar al momento de la crucifixión.
Ese es el hombre al que los cristianos siguen y adoran. Y lo que esto nos dice es que los cristianos deberían tener una sensibilidad innata hacia las víctimas del sufrimiento. Dado que el propio Jesús encarnó y experimentó algunas de las formas más intensas de victimización y rechazo, una parte integral del cristianismo es la sensibilidad ante el sufrimiento y la brutalidad. Los cristianos deberían ser los últimos habitantes de este mundo que se mostrasen indiferentes ante el maltrato, y no hablemos ya de facilitarlo o perpetrarlo en el sentido que sea. Esto queda reforzado por la propia enseñanza de Jesús sobre la sexualidad humana.
JESÚS HABLA SOBRE EL SEXO
Una de las secciones más conocidas de la enseñanza de Jesús es el llamado sermón del Monte. Muchas de sus frases se han incorporado a la cultura occidental. Es posible que te resulte más familiar de lo que imaginas. En el sermón Jesús aborda muy pronto el tema de la ética sexual:
Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.
MATEO 5:27-28
Jesús sabe que a sus oyentes les habían inculcado los Diez Mandamientos que figuran en el Antiguo Testamento, incluyendo el séptimo mandamiento contra el adulterio (que él cita aquí). El adulterio consiste en cualquier relación sexual entre una persona casada y alguien que no sea su cónyuge. Jesús reitera este mandamiento y le añade su propio corolario. Sus palabras no suponen un contraste con el contenido del mandamiento, sino que nos proporcionan una visión renovada de cómo se supone que hay que aplicarlo.
No nos equivoquemos: lo que Jesús enseña aquí es revolucionario tanto para la época en la que hablaba Jesús como para nosotros hoy.
Pensemos en cómo debieron escuchar estas palabras sus oyentes originarios. Jesús era un judío del siglo primero que hablaba a un público de compatriotas judíos, y los Diez Mandamientos eran fundamentales para el pensamiento ético de esta etnia. Los consideraban un resumen ejecutivo de toda la ley de Dios en el Antiguo Testamento. En nuestros tiempos siguen teniendo una tremenda influencia cultural como fundamento de la moral.
Jesús cita el séptimo mandamiento contra el adulterio. Este constituía la base de la ética sexual compartida de aquella época. Podemos imaginarnos a un varón judío que escuchase a Jesús. Quizá llevaba muchos años fielmente casado y se sentía orgulloso de la manera en que se había comportado. A lo mejor era uno de los primeros que desaprobaban el adulterio cada vez que se enteraba de que alguien había caído en él. Es posible que nunca se le hubiera pasado por la cabeza meterse en una situación en la que podría acabar teniendo relaciones íntimas con otra mujer. Sus manos jamás habían tocado a otra mujer que no fuera su esposa. Ese hombre sería un ejemplo típico de otros muchos, comprometidos a ese mandamiento y confiados en que lo habían obedecido plenamente.
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