Tania Modleski - Las mujeres que sabían demasiado

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Publicado originalmente en 1988 y reeditado en 2016,
Las mujeres que sabían demasiado es un clásico sobre la teoría del cine y la crítica feminista. Desde el estudio de siete películas icónicas de Alfred Hitchcock: Chantaje, Asesinato, Rebeca, Encadenados, La ventana indiscreta, Vértigo y Frenesí, Tania Modleski reflexiona sobre la polémica relación entre el autor británico y sus personajes femeninos.Las mujeres que sabían demasiadoes un ensayo fundamental sobre uno de los cineastas imprescindibles y su mirada a la condición femenina. Estudiado y referenciado durante treinta años por filósofos, pensadores contemporáneos y críticos como Slavoj Zizek, D.A. Miller, Robin Wood o Susan White, se publica por primera vez en España.

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¿Qué es lo que no aceptaba, la autoridad o las materias que enseñaban?

¡Todo! Estaba en contra de todo.

¿Incluso de la enseñanza literaria?

No, en eso era una estrella. Al igual que en música. A estas dos clases siempre llevaba los cuadernos y sacaba las mejores notas. Pero en todo el resto suspendía.

¿Cuánto tiempo duró este comportamiento?

Bastante tiempo. Incluso se acentuó durante la pubertad. A los dieciocho años obtuve el permiso de conducir para motos porque me había comprado una motocicleta vieja por poco dinero. Era el mes de marzo y decidí irme a Francia. Me marché bajo la nieve. Tardé una semana en llegar a París. Una vez allí, me quedé tres meses en casa de unas personas muy simpáticas: el padre había sido prisionero de guerra en Austria y había trabajado en la finca de mi tío, que le trató bien. Vino de vez en cuando con su familia para darle las gracias y le había ofrecido cobijarme en París cuando quisiera. Y eso hizo, a pesar de vivir muy modestamente: tenía siete u ocho hijos en una casa pequeña. Cuando llegué, me dejaron una habitación para mí solo, sus hijos se amontonaron en otra, en agradecimiento a cómo le había tratado mi tío. Me quedé sin dinero al cabo de tres meses y regresé a casa.

¿Qué hizo durante este tiempo en París?

No mucho. Me alojaba a las afueras e iba a recorrer París en moto. Cuando por fin volví para reemprender mis estudios, no fui recibido con mucho entusiasmo en el instituto, pero mi tía era muy diplomática. Habló con los profesores, les explicó que debían entender a un chico tan sensible como yo... Entonces comprendí que debía hacer un esfuerzo y estudiar para acabar el bachillerato. Y eso hice.

¿Decidió ponerse a trabajar durante su viaje a París?

Sí, más o menos. Pensé que había ido muy lejos, pero al fin y al cabo no había cambiado nada. Así me di cuenta de que todo dependía de mí.

Su familia, su tía, su madre eran bastante indulgentes con usted para la época, le dejaban descubrir las cosas por sí mismo.

No era fácil para ellas, pero con un chico tan testarudo como yo, ¿qué otra cosa podían hacer? Fueron muy inteligentes reaccionando así.

Cuando aprobó el bachillerato, tuvo que pensar en el futuro, en la universidad...

Sí, y fueron las mejores vacaciones que jamás he vivido. Decidí estudiar Filosofía.

¿Porque se hacía muchas preguntas existenciales?

Hablábamos mucho del existencialismo francés, estaba de moda. Hoy en día, los jóvenes miran hacia Estados Unidos. Para nosotros, el país ideal era Francia. Todos los jóvenes interesados en la cultura se sentían fascinados por Francia, Sartre, Camus, la Nouvelle Vague...

Durante la adolescencia, se sintió muy atraído por la religión...

Fue antes de que la pubertad se hiciera sentir mucho. Durante un tiempo jugué con la idea de convertirme en pastor. No era una vocación seria. Pero sí puedo decir que las preguntas que me planteaba entonces ya eran existencialistas.

Hay una diferencia entre querer ser pastor y ser existencialista.

Nunca fui existencialista, y mi evolución espiritual fue como la de cualquier adolescente. Al principio se busca una respuesta a los miedos, a los deseos. Luego se conoce al otro sexo y todo se canaliza en otra dirección. Primero fue Dios, y luego las chicas. Dicho así puede parecer frívolo, pero todos los jóvenes pasan más o menos por estas etapas.

¿Su familia era muy religiosa?

Para nada. En casa nadie iba a la iglesia, pero tampoco se hablaba mal de la religión. La iglesia no era el centro de nuestros intereses.

¿No le enseñaron a rezar?

Sí, en el colegio. A los protestantes se nos administra la confirmación a los catorce años. Se nos prepara, debemos aprender bastantes cosas, no solo a rezar. Me interesó mucho. Recuerdo que sentí un auténtico temblor interno la primera vez que comulgué en una iglesia donde no cabía un alfiler. Estaba de rodillas y me recorrían escalofríos por la emoción. Fue extraordinario. Pocas veces se viven momentos tan intensos, pero duró un tiempo y luego se acabó.

¿Su breve vocación de pastor surgió de esa intensa emoción?

No, más bien creo que se trataba de una simple coquetería ligada a la idea de ser el elegido. A esa edad se hacen las cosas en serio, pero de forma bastante simplista.

A pesar de dejar atrás la posibilidad de ser pastor, no abandonó su reflexión existencialista.

Cuando uno empieza a plantearse preguntas existencialistas, no se olvidan de un día para otro. De hecho, no abandoné la idea de convertirme en pastor la tarde que conocí a una chica guapa, todo ocurrió poco a poco.

Con semejantes preocupaciones, debió de ser un buen estudiante de Filosofía.

¡Ni siquiera! Para ser buen estudiante de Filosofía, como de cualquier otra disciplina universitaria, hace falta una memoria prodigiosa. Y no era mi caso. Además, no fui a la universidad para hacerme profesor ni tener una profesión, no me preocupaba el futuro ni cómo me ganaría la vida. Buscaba respuestas a las preguntas existencialistas que me asediaban. Pero la única respuesta que conseguí entonces, ¡es que no hay respuesta! Lo que ya es un paso adelante. Cuando ingresé en la univerisdad, imaginaba que unas personas muy sabias me explicarían el mundo.

Michael Haneke a los 18 años Qué filósofos estudió en la universidad Debía - фото 8

Michael Haneke a los 18 años.

¿Qué filósofos estudió en la universidad?

Debía estudiar a Schopenhauer, Kant y Hegel; este último me causó grandes problemas, porque usa un idioma que apenas puede descifrarse. Pero me gustaron mucho, aunque no estaban incluidos en el programa, Pascal y Montaigne. El pensamiento de Pascal es de una claridad refrescante. A pesar de no ser creyente, siempre es un placer leerle. Contestó mejor a mis preguntas que Hegel, cuyo pensamiento es demasiado abstracto y obliga a trabajar mucho para intentar entender lo que dice. Luego pasé a Wittgenstein... De hecho, ninguno de los filósofos que me interesaban estaba incluido en el programa oficial.

¿Qué le aportó Wittgenstein?

Me hizo entender que no podría ser filósofo. Recuerdo un seminario organizado por un profesor en el que un alumno realizó una exposición para poner en duda matemáticamente las tesis que expone Wittgenstein a partir de fórmulas en su Tractatus . El alumno era tan brillante que me dije a mí mismo que jamás alcanzaría su nivel, y eso me deprimió.

El otro filósofo que le gustó en aquella época era Theodor Adorno.

Otro filósofo al que no estudié en la universidad. Empezó a ser muy conocido hacia 1968, pero antes ni se hablaba de él en la Universidad de Viena. Le descubrí cuando mi profesor neohegeliano se centró durante todo un semestre en Nietzsche y en Doctor Fausto , de Thomas Mann. Adorno jugó un papel muy relevante en la escritura del libro y me entraron ganas de leer algunos textos suyos. No todos, pues son muy numerosos. No tardó en convertirse en mi guía intelectual en lo que respecta al arte y a la sociedad. En cuanto a Doctor Fausto , incluso hoy en día sigue siendo mi libro preferido.

¿Por qué le marcó tanto?

Porque en este libro, Thomas Mann se interesa por lo que queda de los recursos ofrecidos por la cultura después del horror y la barbarie del fascismo. Adrian Leverkühn, el protagonista, es un gran compositor que llega tan lejos en su arte que lo convierte en la negación de la cultura tradicional, que ha perdido la credibilidad por los acontecimientos a los que estaba ligada. Y así, en su ultimísima creación, la música se reduce a un grito, a un aullido. Una de las claves del libro es el paralelismo que Mann establece entre la descomposición de Alemania y la del protagonista, que por desesperación llega a hacer un pacto con el diablo. A la vez, el destino de Leverkühn remite al de Nietzsche, cuyos escritos, gracias a unos tremendos malentendidos, acabaron por preparar el advenimiento del fascismo. Por lo tanto, puede leerse Doctor Fausto como una biografía indirecta de Nietzsche trasladada al mundo musical. Pero el discurso de Thomas Mann es tan complejo, mezcla tantas referencias y conceptos, que es imposible resumirlo en unas pocas frases.

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