Pelusa era una perrita feliz, muy bien cuidada por mi madre, la Abuela Olga, que no trabajaba y le daba amor y compañía permanente, muy mimada por mi padre, Fernando, consentida por mi hermano, Juan Manuel y por mí. Sumado a eso, teníamos un parque hermoso donde ella corría y disfrutaba enormemente, vivía rodeada de amor.
Artemisa, por el contrario, estaba mucho tiempo sola, papá trabajaba y estudiaba, se iba muy temprano a la mañana y volvía muy tarde a la noche, la abuela trabajaba todo el día y llegaba muy cansada, y Claudia, la hermana de papá, en esa época salía mucho y no estaba tan pendiente por su edad, de sus necesidades. Así, de a poco, me fui quedando mucho en esa casa y entablé una relación con Archi, como yo la llamaba, muy especial en poco tiempo, hasta que decidimos casarnos y vivir ahí, el 20 de Mayo de 1978, a pesar de ser tan jóvenes y con la inconsciencia de pensar que podría resultar una convivencia con tanta gente, pero…..solo queríamos estar juntos.
A los seis meses de casarnos, quedé embarazada de Mariano, felices seguíamos construyendo la familia, pero durante mi embarazo, Pelusa se enferma de los riñones, gravemente, y en poco tiempo muere. Todos querían evitar por mi estado que sufriera, pero era tan grande el dolor que por las noches, en soledad, la lloraba en silencio, para que no se preocuparan los demás, pero yo, lo necesitaba.
Artemisa, intuitivamente, me protegía y me cuidaba como nadie, tanto que ni papá podía acercarse sin el permiso de ella, y al poquito tiempo antes que naciera Mariano, le salió un tumorcito en el cuello que por su edad no tenía remedio.
Fueron tiempos muy difíciles, pero la alegría de la llegada de nuestro primer hijo, amortiguó el dolor que sentíamos, y todo giró alrededor de Mariano. Me hicieron sacar a Archi de la habitación porque, obviamente, había un bebé. Yo era muy chica, tenía veintidós años, y aunque no lo creas en ese tiempo no tenía carácter y me dejé llevar por lo que me decían. Sin dudarlo, eso empeoró la situación de Archi, que aguantó apenas dos meses y también murió, porque el tumor había crecido y le provocaba unos ahogos que eran imposibles de soportar.
Entre tanto dolor, Mariano nos daba la alegría que necesitábamos para seguir adelante. A los tres meses de nacido, nos fuimos a vivir solos a un departamento alquilado, pero en ese momento, los dos, dijimos convencidos que nunca más íbamos a pasar por esto, que nunca más tendríamos una mascota. Fue un acuerdo basado en el dolor que estábamos viviendo en ese momento, y que fue muy difícil de revocar, obviamente hasta que te vi, pero eso después te lo cuento.
Pasaron muchos años desde aquel acuerdo que hicimos con papá, y fue mucho lo que pasó en nuestras vidas desde aquel primer embarazo, hasta tu llegada.
La vida no fue fácil, alquilando, sin techo propio, pasamos muchas dificultades pero también fuimos bendecidos con una familia hermosa, con cinco hijos maravillosos que nos llenaban el alma.
Mientras alquilábamos, la idea de tener otra vez una mascota era inadmisible, porque sabíamos, que tarde o temprano venía otra mudanza y no sabíamos cuando se iba a terminar esto.
Los chicos, en ese tiempo, Mariano, Natalia y Sabrina, nos pedían cada tanto el permiso para tener un perro, pero papá era terminante, no lo dudaba ni un segundo. Nos hacía entender que no era posible, no solo por nuestro famoso acuerdo, si no también por el alquiler, que nos obligaba a mudarnos, y una mascota sería un impedimento mas para encontrar un lugar razonable a nuestro bolsillo, ya que algunos dueños no las aceptaban.
La resignación de los chicos ante la negativa, me daba tristeza, pero nunca dudé que lo que decía papá era razonable y seguimos adelante así.
Hasta que un día llegó el tan esperado techo propio!!!!!! Una alegría inmensa fue mudarnos a nuestra primera propiedad!!!!!!
Solo un detalle nos alejaba de la idea de romper nuestro acuerdo, nuestra primera propiedad fue un departamento.
Veníamos de alquilar una casa antigua muy grande, en Villa Martelli, con dos patios, que en realidad, eran dos casas unidas que no estaban en excelente estado, pero los cinco, fuimos muy felices viviendo ahí.
El departamento que compramos era muy lindo, en el mismo barrio, en una zona hermosa que le decían el Barrio Nuevo de Villa Martelli. Las comodidades eran muy justas, tuvimos que deshacernos de muchas cosas para poder entrar, pero teníamos lo necesario para vivir bien y estábamos felices de haber logrado “ser propietarios”, con la ayuda de una tía de papá, Anita, que como no tenía hijos le legó al morir un departamento antiguo de Once que nos sirvió para conseguirlo.
El razonamiento de las mudanzas y del alquiler, ya no era viable, en el edificio se permitían animales, pero volvió a resurgir el acuerdo y por si eso no alcanzara, al poquito tiempo de mudarnos quedé embarazada de los mellizos, y aunque los chicos seguían insistiendo, tu llegada, se alejaba cada vez más.
Pasamos cuatro años maravillosos en ese departamento, que aún viviendo siete personas, se agrandaba y nos rendía, era muy práctico y el barrio inigualable. Tenía tres dormitorios y un living comedor muy amplio, la cocina chiquita y un lavadero también chico, Mariano tenía un dormitorio para él solo ya que rondaba los doce años y comenzaba su adolescencia, Naty y Sabry dormían en lo que sería la pieza matrimonial, Gabriel y Marcelo, los mellizos, desde bebés durmieron en el tercer dormitorio, y nosotros en un sofá que guardaba la cama tendida en el living. Fuimos muy felices viviendo ahí y en esas condiciones, pero los chicos crecían y necesitábamos algo más grande.
Después de mucho buscar, nos mudamos al dúplex donde vos llegaste, nos fuimos a Capital, a Saavedra, que fue lo más cerca de Villa Martelli que pudimos encontrar. En ese momento era un paraíso, ya que todos teníamos nuestro lugarcito, era a estrenar y con un patio grande para disfrutar.
Costó acomodarnos, fue muy sacrificado, pero fue un tiempo de plenitud, la familia acomodada, todos juntos, felices y sobre todo después “tu llegada”.
Disfrutábamos comiendo un asadito en lo de Daniel, cosa que era muy frecuente en aquella época, sobre todo los domingos.
Estábamos en Villa Martelli, con esta familia hermosa que conocimos a través del colegio, el Instituto Fátima, donde hicieron los chicos la primaria, Mariano, Naty y Sabry hasta cuarto grado. Nos presentaron unos amigos en común y no pasó mucho tiempo para que fueran una parte valiosa de nuestras vidas.
Todo comenzó en una quinta que fuimos con los melli recién nacidos, con amigos, ahí estaban Daniel, haciendo el asado, Graciela su esposa, Sebastián y Valeria, sus dos hijos de 5 y 9 años aproximadamente.
Nos presentaron, Dany con su carácter tan jovial, en seguida nos cayó bien, Graciela con su paz interior, se encargó de los melli, de cuidarlos y mimarlos, tarea que se fue repitiendo a lo largo de sus vidas, Sebastián y Valeria, pegaron muy buena onda con Sabry y Naty porque eran de la misma edad y con Mariano también, aunque era más grande, porque nadie podía llevarse mal con él, con su buen carácter, y además todavía era una criatura.
A partir de ese día, nuestros encuentros se fueron haciendo cada vez más seguido, nos fuimos encariñando y construyendo un lazo de amor, que se confirmó en el 92 cuando mi vida cambió para siempre, con la muerte de mi hermano. Una muerte absurda y difícil de aceptar. A los treinta y seis años jugando al fútbol, dos cabezas que se juntaron a buscar una pelota y al golpearse mi hermano cayó al piso casi inconsciente y un aneurisma terminó con su vida.
Con el tiempo me fui dando cuenta que esta familia, fueron ángeles que Dios puso en mi camino para apaciguar el dolor y la desesperanza que vivimos después del accidente de Juan Manuel.
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