Mucho se ha escrito sobre Kino. Sin embargo, la inmensa mayoría de las publicaciones refieren al trabajo que realizó en los hoy estados de Sonora, en México, y Arizona, en Estados Unidos. Una tercera región en la que desarrolló una labor notable fue en la Antigua California, labor que, a pesar de su importancia, es bastante desconocida.
En este ensayo, Lazcano y Gómez nos demuestran como California marcó la vida de Kino, y todos sus afanes posteriores a su estancia en la península fueron realizados en función a esa tierra, al grado que, como lo afirman, La Pimería, es decir, el noroeste de Sonora, no se puede explicar sin California, pero igualmente es correcto lo contrario, sin La Pimería no se puede explicar California. Ante el impresionante testimonio de Kino, yo agregaría que es el amor, el amor a sus indios y a la tierra, lo que finalmente explica tanto a California como a La Pimería.
Esta obra contribuye de una manera importante al conocimiento de la obra de Kino en California, y por lo tanto, a uno de los momentos históricos fundamentales en el devenir bajacaliforniano y su relación con Sonora. Como su título lo menciona, este análisis descansa en la gran cantidad de textos que Kino dejó sobre sus afanes y sueños californianos, muchos de los cuales se incluyen, para que así el lector tenga la oportunidad de conocer algunos de los testimonios directos del misionero jesuita, así como de algunos de sus contemporáneos. Igualmente se incorporan numerosos mapas de la época, tanto de Kino como de otros cartógrafos y exploradores, los que muestran los resultados de sus registros y la influencia que estos tuvieron en la cartografía mundial. Mención especial merecen los más de 30 mapas elaborados por los autores, en donde se muestran las rutas de las numerosas exploraciones llevadas a cabo por Kino.
Con la participación en el financiamiento de este libro, el Gobierno del Estado de Baja California se complace en apoyar los esfuerzos para promover el conocimiento y la reflexión de la historia de Baja California y del noroeste de México. Gracias a su contenido ágil y accesible sin lugar a dudas contribuirá a acrecentar el amor e interés por la rica historia del noroeste de nuestra patria, especialmente de Baja California, fortaleciendo las raíces e identidades regionales.
Un jesuita en búsqueda de la geografía ignorada
Luis Arriaga Valenzuela, S.J.
Rector del ITESO, Universidad Jesuita de Guadalajara
EUSEBIO FRANCISCO KINO ES UN hombre paradigmático. Es reconocido por su labor como explorador, geógrafo, cartógrafo y astrónomo, pero, sobre todo, por su actividad misionera y evangelizadora que dio pie a la fundación de la red de misiones jesuitas en California.
El padre Kino, como popularmente se conoce a este insigne sacerdote jesuita, desarrolló sus actividades en la región noroeste de la Nueva España, en lo que hoy son los estados de Sonora, Sinaloa y Arizona, así como en la península de Baja California. Pese a la relevancia de su quehacer en este último territorio, donde sus buenos oficios permitieron abrir un sendero en las entonces poco estudiadas y muchas veces inhóspitas latitudes peninsulares, hasta el momento no se le ha dado el reconocimiento debido a esta destacada labor.
El libro Kino en California, textos, cartografías y testimonios 1683-1711 compensa de buena manera algunos débitos que la historia sobre esta región tiene con uno de sus primeros procesos de exploración y reconocimiento, y en particular con las tareas evangelizadoras encabezadas por un hombre educado en el pensamiento y la acción de San Ignacio de Loyola.
Desde que se decidió por el sacerdocio, Eusebio Francisco Kino dirigió su interés hacia la labor misionera, uno de los pilares de la labor de la Compañía de Jesús. Aunque su destino parecía estar en China, que en aquella época representaba los confines del mundo, la suerte lo encausaría hacia ese otro confín que todavía eran, para los europeos, las grandes áreas de América, según nos informan Carlos Lazcano Sahagún y Gabriel Gómez Padilla, autores de este volumen.
Al incorporarse en 1683 a la expedición del almirante Isidro de Atondo y Antillón, cuyo objetivo eran las Californias, el padre Kino vio cumplida su opción de vida.
Si consideramos sus logros en la Pimería, como en aquellos tiempos se denominaba a la jurisdicción que abarca el noroeste de Sonora y sur de Arizona donde fundó numerosas y prósperas misiones, lo realizado por Kino en los dos años que permaneció en la Baja California puede parecer como poco exitoso. Pero justamente la lectura de la obra de Lazcano Sahagún y Gómez Padilla nos permite entender que no fue así.
Durante su estancia en la península, Kino realizó un trabajo intelectual y misionero que dejó una impronta que maduraría con el tiempo en un grueso compendio de información sobre los contornos de esta tierra y sus pobladores. Esto permitió al también jesuita Juan María de Salvatierra, configurar una cadena de misiones en la Baja y la Alta California a partir del establecimiento de Nuestra Señora de Loreto, la primera misión permanente en estos parajes.
El padre Kino participó en el viaje expedicionario de Atondo no solo como superior de este proyecto de evangelización —que desempeñó con el auxilio del sacerdote Matías Goñi— sino que también portaba el título de cosmógrafo real. En el ejercicio de esa atribución, levantó las coordenadas de Nuestra Señora de Guadalupe, su primer asentamiento; cartografió de una manera precisa el Golfo de Cortés y elaboró, entre muchos otros, dos de los mapas fundacionales de la geografía local: el de la bahía de La Paz y sus islas circundantes, y el denominado Paso por tierra a la California . Este último puntea el trayecto desde el Golfo de California hasta el Océano Pacífico efectuado con el propósito de localizar un espacio de resguardo para el Galeón de Manila.
La competencia acumulada en estas materias le permitiría a Kino atajar, años después, la confusión que explicaba a la Baja California como una isla.
A la diversidad de sus faenas, que iban de la historia natural a la etnografía, Kino y Goñi agregaron además la de lingüistas. Apenas los misioneros establecieron contacto con los pobladores de la península, se dedicaron a confeccionar, “con el tintero en la mano” según describe un testigo presencial, unos pequeños vocabularios con algunos de los términos de las lenguas guaicura y cora.
Al abundar sobre el desempeño del sacerdote y con base en un voluminoso soporte documental, los autores proponen una novedad respecto a los estudios relativos a lo realizado por Kino en California, con la afirmación de que la Misión de Nuestra Señora de Guadalupe (que permaneció en la bahía de La Paz de abril a julio de 1683) fue la primera en esas tierras, y no la Misión de San Bruno, como hasta ahora han afirmado los expertos.
Estas páginas abonan también a la mayor comprensión de nuestro insigne personaje con la inclusión del Diario de San Bruno , un texto “sumamente raro, publicado únicamente en 1857”, y en el que el padre Kino relata, con el aliento de sus propias palabras, sus diligencias en un periodo que va de diciembre de 1683 a mayo de 1684.
Ambos temas pudieran valer de suyo para ensayar nuevos derroteros en las interpretaciones de la obra del sacerdote jesuita en la península bajacaliforniana.
Kino en California, textos, cartografías y testimonios 1683-1711 , transmite la certeza de que el sacerdote jesuita nunca se desentendió de la Alta y la Baja California; sus decisiones desde la Pimería resultaron determinantes para que en aquella región se consolidara el programa misional. Aporta, además, elementos imprescindibles para redimensionar su perseverancia, sin la que no podría entenderse lo que hoy ha llegado a ser la Baja California.
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