Conforme fue avanzando nuestra investigación, generó un interés enorme en nuestros colegas, quienes a menudo nos sugerían que consideráramos a determinadas personas. Todos los sujetos potenciales fueron puestos a prueba para el estudio examinando sus objetivos de aprendizaje y poniendo especial interés en buscar evidencias de su éxito en la promoción de buenos resultados. En ocasiones descartamos discretamente a algunas personas, no debido a que creyésemos que fueran docentes poco efectivos, sino porque no conseguimos suficientes datos para comprobar una cosa u otra. Mi objetivo en este libro no es dar cuenta de estos colegas que no fueron incluidos en el estudio, sino aprender tanto como sea posible de los profesores con más éxito. Consecuentemente, aunque menciono los nombres de muchas de las personas que fueron analizadas, no proporciono una lista completa.
REALIZAR EL ESTUDIO
Una vez identificamos a nuestros sujetos, pasamos a estudiarlos. A algunos los observamos en el aula, el laboratorio o el estudio; a otros, los filmamos. Incluso en algunos casos hicimos ambas cosas. Mantuvimos largas conversaciones con la mayoría de los profesores y sus estudiantes; vimos los materiales del curso, incluyendo los programas, los exámenes, las hojas de tareas e incluso algunas notas de las clases magistrales; consideramos ejemplos de trabajo de los estudiantes; llevamos a cabo lo que denominamos «análisis de grupo pequeño», donde entrevistamos a clases enteras en grupos reducidos; pedimos a algunas personas que analizaran y describieran sus propias prácticas y su filosofía docente en reflexiones más formales; y en unos pocos casos asistimos a un curso completo sentándonos realmente en el aula. Los métodos de recolección y análisis fueron variados, pero todos ellos procedían de enfoques comunes en historia, análisis literario, periodismo de investigación y antropología. Las charlas que escuchamos, las entrevistas que hicimos, los materiales de aula y demás escritos que leímos, y las notas que tomamos mientras observábamos una clase, conformaron los textos que posteriormente sometimos a escrutinio (para los detalles del estudio, véase el apéndice).
LAS VALORACIONES DE LOS ESTUDIANTES
Antes de pasar a resumir los principales resultados de nuestro estudio, debemos considerar otro asunto metodológico: ¿Qué papel desempeñan los resultados de las valoraciones de los estudiantes a la hora de ayudar a identificar la docencia extraordinaria? ¿Cómo influyeron en nuestras decisiones?
En los encuentros que he tenido con docentes recién incorporados a las facultades, me he dado cuenta de que muchos profesores saben algo de los famosos experimentos del Dr. Fox, y muestran un conocimiento impreciso pero suficiente como para producir escepticismo sobre cualquier intento de identificar y definir la excelencia docente. En ese estudio, originalmente publicado en los años setenta, tres investigadores contrataron a un actor para que diese una clase magistral a un grupo de educadores. Lo instruyeron para que consiguiera hacerla muy expresiva y entretenida, pero ofreciendo muy poco contenido en una enigmática charla repleta de confusiones lógicas y repeticiones. Los promotores de los experimentos proporcionaron un curriculum vitae ficticio a su «profesor», completado con un listado de publicaciones, y le llamaron «Dr. Fox». Cuando pidieron a los asistentes que calificaran la clase magistral, las puntuaciones fueron muy favorables, e incluso uno de los asistentes declaró haber leído alguna de las publicaciones del Dr. Fox. 4
Muchos miembros de las facultades, conocedores de este experimento, han llegado a la conclusión de que las valoraciones que hacen los estudiantes no sirven para nada, dado que clases repletas de basura son capaces de «seducir» a los estudiantes si el profesor es entretenido. No obstante, si lo examinamos con más cuidado, el estudio original del Dr. Fox contiene un error fundamental: pide respuestas a preguntas equivocadas. Muchas de las preguntas piden responder sólo acerca de si el actor hizo lo que se le instruyó que hiciera. Por ejemplo, se le había dicho que fuera expresivo y entusiasta, y una de las preguntas de la encuesta era, «¿Muestra interés en esta materia?» 5Naturalmente, así no sorprende que las puntuaciones fueran tan altas. Ni una sola de las ocho preguntas pedía de los miembros de la audiencia que declararan si habían aprendido algo –el elemento que consideramos crucial a la hora de descubrir la excelencia docente–. Los investigadores no hicieron ningún intento para comprobar el conocimiento que los oyentes habían obtenido de las clases (si bien experimentos posteriores con el Dr. Fox sí lo hicieron), ni siquiera les preguntaron, de hecho, si creían que habían aprendido algo.
Mucho menos conocidos y publicitados fueron los estudios posteriores realizados sobre lo que vino a llamarse el «efecto Dr. Fox», que mostraron estos errores metodológicos del estudio original y sacaron unas conclusiones mucho más prudentes de estas investigaciones. Dicho esto, lo que podemos aprender de los experimentos del Dr. Fox para identificar la excelencia docente parece más bien poco. Como mucho, podrán ayudarnos a comprender qué preguntas debemos y no debemos hacer en las encuestas de los estudiantes. Más que preguntar si los profesores son expresivos o si usan alguna técnica en concreto, debemos preguntar si ayudan a los estudiantes a aprender y estimulan su interés por la materia. Además, la investigación ha encontrado correlaciones altas y positivas entre los resultados de las valoraciones de los estudiantes y las medidas externas de su aprendizaje cuando se utiliza esta clase de preguntas. 6Y lo más importante, las valoraciones de los estudiantes pueden, como dijo un observador, «mostrar la dimensión [educativa] que los estudiantes han alcanzado». 7Si queremos saber si los estudiantes piensan que algo les ha ayudado y animado a aprender, la mejor forma de averiguarlo es preguntárselo. En el caso de la expresividad, algunos investigadores, entre ellos el australiano Herbert Marsh, descubrieron en posteriores experimentos de Dr. Fox que los estudiantes que se examinan después de asistir a clases impartidas con entusiasmo normalmente obtienen mejores resultados que los estudiantes que se examinan después de asistir a clases anodinas, pero esto difícilmente podría sorprender a alguien. 8
Los estudiantes no siempre tienen definiciones sofisticadas de lo que significa aprender en una disciplina concreta. Por ello, no podemos confiar sólo en las cifras para saber si alguien ha estado ayudando a aprender a la gente al alto nivel que se espera en este estudio. Esta información procede únicamente de considerar los materiales del curso, incluyendo el programa y los métodos de evaluación, o de entrevistar tanto a instructores como a sus estudiantes. Las valoraciones de los estudiantes ayudan a suplementar estas pesquisas más cualitativas, especialmente las cifras que surgen de preguntas como las dos que aparecen en las encuestas de las universidades Northwestern y Vanderbilt: puntúa cuánto te ha ayudado la docencia a aprender, y puntúa en qué medida el curso te ha estimulado intelectualmente.
Aun así, mucha gente muestra grandes dudas sobre la validez de cualquier estudio de la calidad docente que extraiga parte de sus evidencias de valoraciones de estudiantes. Los educadores que no conocen los experimentos del Dr. Fox pueden encontrar titulares parecidos en un estudio más reciente. En 1993, Nalini Ambady y Robert Rosenthal mostraron a unos estudiantes cortometrajes de profesores y les pidieron que los puntuaran con los mismos instrumentos que otros ya habían utilizado tras haber tenido clase con los mismos instructores. 9Los investigadores querían conocer el tiempo mínimo de exposición capaz de generar puntuaciones que fueran sustancialmente idénticas a las obtenidas después de tener al profesor un semestre entero. Cuando Lingua Franca y otras revistas mostraron que aparecían correlaciones altas y positivas con el grupo experimental a los pocos segundos de ver al profesor, algunos académicos empezaron a creer que todos los resultados de las valoraciones de los estudiantes tienen su origen en observaciones superficiales y vienen a ser poca cosa más que el más primitivo de los cuestionarios de popularidad. Sin embargo, estos críticos no consideraron que el estudio de Ambady y Rosenthal pudiera aportar una conclusión totalmente diferente: los estudiantes, con sus dilatados historiales de relaciones con profesores, tanto con los muy motivadores como con los muy desalentadores, pueden desarrollar una capacidad para reconocer con extrema precisión, incluso con tan sólo unos pocos segundos de exposición, qué profesores podrán finalmente ayudar al progreso de su educación y cuáles no. En pocas palabras, las opiniones generadas instantáneamente pueden proceder de preocupaciones que tienen más que ver con cómo puede ayudárseles a aprender y a desarrollarse, que con cualquier otro enfoque que tenga que ver con calidades vagamente definidas de la personalidad y la amistad. Ambady y Rosenthal dicen lo siguiente en su artículo: «No sólo poseemos esta gran capacidad de formarnos impresiones sobre otras personas… sino, quizás aún más notable, ¡las impresiones que nos formamos son bastante exactas!».
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