Carles Sirera Miralles - Cuando el fútbol no era el rey

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En los últimos años, se han publicado valiosas obras centradas en las prácticas deportivas. Este libro, de manera amena y detallada, relaciona deportes con la evolución experimentada por los espacios públicos de Valencia durante los inicios de la Restauración. En estos puntos de encuentro, surgirán conflictos entre clases sociales que interactúan en una sociedad civil cada vez más autónoma y abierta. Sus enfrentamientos son estudiados para explicar la democratización del municipio vivida a principios del siglo XX y sirven para exponer el éxito que tuvieron los planteamientos del regeneracionismo en la práctica de la gimnasia o la educación corporal. Interesante tanto para el especialista como para el aficionado a los deportes, el presente trabajo es una completa investigación de historia sociocultural sobre la sociabilidad y el deporte.

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Cada valenciano es un cazador; esto diría, y lo diría con razón, quien ayer hubiese estado en Valencia y hubiese presenciado el entusiasmo, casi podemos decir la locura, que se apoderó de nuestros paisanos, al llevarse á cabo la tirada de palomos en competencia, que por provocación, quizás poco meditada de los cazadores de Gandía, se verificaba en Carcagente (...).

Día señalado, el de ayer; entusiasmo de una y otra parte; mejor dicho, el entusiasmo casi el delirio, comunicándose como reguero de pólvora inflamada, á los miles de diestros tiradores que hay en todos los pueblos del antiguo reino valenciano. Si la competencia hubiera sido entre estos y cazadores de otras regiones de la Península, se hubiese comprendido que el amor propio, escitado por la provocación, caldease tanto los ánimos; pero entre tiradores de la capital y de Gandía, todos valencianos, todos compañeros, todos hermanos, hijos todos de una misma escuela, aleccionados en idéntica práctica, no era el amor propio de un pueblo, herido por estrañas provocaciones, era el amor al arte cinegético, el entusiasmo que despierta en nuestra raza un tiro certero, la vivísima afición que pone en manos de cada valenciano una escopeta, y hace de él un buen tirador. La tirada de ayer era una lid sin triunfo, era una batalla sin enemigos, era un juego entre hermanos, en el que siempre habían de resultar vencedores los valencianos, porque lo mismo lo son los hijos de San Vicente Ferrer que los de San Francisco de Borja (...).

Á las nueve de la mañana centenares de aficionados de todas las clases, desde el encopetado aristócrata acostumbrado a las luchas del sport hasta el modesto industrial, formaban interminable cadena dirigiendose á la estación, llenaban su anchurosa plaza, y pedían impacientes billetes para el trén expecial. No fue posible desoirles, y abierta la taquilla despacháronse en breves minutos más de setecientos.

No es posible pintar la animación que reinaba entre aquella muchedumbre. Voces de entusiasmo, saludos cordiales, frases oportunas, cuentos chistosos, se cruzaban de carruaje á carruaje y de uno a otro departamento, revelándose en todos la mayor confi anza (...).

Desfilaban lentamente hacia el teatro de la contienda miles y miles de curiosos que á pie, á caballo y en carruaje de toda clase, desde el tosco carro de labranza hasta el elegante break arrastrado por hermosas yeguas. 24

El Mercantil Valenciano, menos exaltado en su crónica, cifraba en unos 8.000 los espectadores que acudieron a Carcaixent y daba el número exacto de 755 pasajeros en el tren especial solicitado por el Casino de Cazadores. 25La tirada se desarrolló según las condiciones pactadas por ambas partes, y consistió en una variación del tradicional tiro al palomo conocido como joc lliure. Éste consistía, en un principio, en una apuesta entre el colombaire y el tirador, pacte rabiós, que enfrentaba la habilidad en la cría de palomos y la pericia para lanzarlos al aire del primero a la puntería del segundo, ya que el escopetero sólo pagaba por los blancos errados. En esta ocasión, la dificultad estribaba en la doble competencia que se establecía entre los tiradores de ambas ciudades y los respectivos colombaires. Los tiradores valencianos disparaban a los palomos lanzados por los colombaires de Gandía, y viceversa; y ganaba el equipo que lograse más aciertos, después de sumar los resultados de dos rondas: la primera por parejas, pacte a dos, y la segunda, por cada tirador, individualmente. El resultado defi nitivo fue de 30 aciertos contra 16, en favor de los representantes de Valencia.

De los participantes de Gandía, sólo consta el nombre; pero de los valencianos hay una breve descripción facilitada por Las Provincias. Encabezaba la delegación José de Ródenas, antiguo teniente coronel de Estado Mayor del ejército nacional y director de una «acreditada Academia preparatoria para carreras especiales». Su compañero era Bautista Salvador, «activo comerciante de granos, joven de barba corta y pelo ensortijado». Los suplentes eran los jóvenes Francisco Bru y Ricardo Beltrán, este último sería concejal por los liberales en el Ayuntamiento de Valencia entre 1901 y 1905. Los colombaires fueron el Llauraoret, y su suplente, Marianet.

Durante la competición, sólo hubo un incidente desagradable y que El Mercantil Valenciano relató de este modo:

Sabido es que los colombaires se valen de todo género de engaños para desconcertar al tirador, tanto que consiste su mayor ó menor mérito segun que sueltan con mayor ó menor dificultad los palomos de la mano. Pues bien, el Sr. Quiles hubo de incomodarse con el Llauraoret, y cuando éste se disponía á soltarle el segundo palomo de su pacte, le puso los cañones de la escopeta en el vientre dirijiéndole algunas frases inconvenientes. El público se indignó, y tras un momento de confusión siguió tirando el Quiles hasta obtener el resultado que queda dicho. 26

Mientras que Las Provincias optaba por abreviarlo de la siguiente forma:

Debemos prescindir de algún incidente poco correcto que surgió con desagrado de las personas sensatas.

Para terminar resumiendo el enfrentamiento en tono elogioso:

En la inmensa mayoría del público hubo esquisita prudencia, huyendo de provocaciones y jactancias, que agriaran los ánimos, si bien fue de lamentar que se desoyesen los consejos de la autoridad que se proponían despejar el círculo del tiro para comodidad de todos. Faltan costumbres en nuestro pueblo para espectáculos de esta índole (...).

Entre hermanos hay apuestas, no hay luchas, y el resultado de ayer sólo debe servir para acreditar que todos los que tomaron parte en la competencia son buenos tiradores. 27

No obstante, en los días posteriores surgiría una pequeña polémica, ya que un miembro del Casino de Cazadores de Gandía expuso en una carta pública que los valencianos habían ganado, no por ser mejores tiradores, sino por disponer de mejores colombaires y mejores armas. A este respecto, desde Las Provincias opinaron que:

Nuestro colega olvida, al decir esto que se pactaron las condiciones sin estipular calibre de escopeta, ni carga, ni otras de esas que llama condiciones normales, y además los tiradores de Gandía no solo admitieron al colombaire de Valencia, sino que quisieron que el de Gandía soltara los palomos a los cazadores valencianos, con lo cual venían á reconocer y aceptar que una de las difi cultades que los tiradores habían de vencer, era la destreza del colombaire. (...) Si no han sabido escojer arma, carga, palomos y colombaires, no es culpa de los valencianos; cúlpense a sí mismos, y si otra vez lanzan algún reto, mediten antes las condiciones de la competencia. 28

Por el contrario, El Mercantil Valenciano se pronunciaba con un lenguaje bastante más moderado:

Mal camino: Siempre hemos creido que hubo parte de imprudencia en el reto lanzado por los cazadores de Gandía y de buen grado hubieramos procurado detener las cosas en los límites más reducidos posibles.

Verificado el tiro, en el que si la victoria fue para Valencia, no por ello quedaron mal los cazadores de Gandía, es nuestro concepto conveniente y digno para todos no volver sobre el asunto.

No lo creen así los de Gandía y hacen mal.

El Casino de Cazadores de Valencia debe no dejarse arrastrar por la pasión y mostrarse tanto más prudente, cuanto más empujen los de Gandía. 29

Pero la controversia no tomó mayor importancia y desapareció de los periódicos sin más. El Casino de Cazadores celebró un banquete el 3 de febrero en honor de los participantes que reunió a unos setenta comensales. Entre los asistentes, además de los políticos alfonsinos habituales, estaba José M. Manglano, miembro de la Sociedad Valenciana de Agricultura y diputado provincial por los carlistas en 1894; pero, quien habló en nombre de la prensa fue el demócrata Sr. Castell, director de El Mercantil Valenciano y catedrático supernumerario de Ciencias de la Universidad de Valencia. Al final del acto, Eduardo Vilar Torres, presidente del Casino, regaló a los tiradores dos elegantes álbumes de caza ilustrados con grabados, un reloj de plata al Llauraoret y un cajón de habanos a Marianet. Todos los obsequios fueron sufragados de su peculio personal. Así terminó la victoria frente a Gandía.

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