En esta revisión, la producción de la oposición entre lo humano y lo animal constituye una serie de presupuestos que administraron los discursos, pero también prácticas sociales para una figura u otra. Lo que en el discurso filosófico hace al hombre un hombre –el mito, el lenguaje, el arte, la literatura, el derecho– aparecen aquí como fábula productora de lo que distintos autores han llamado una biopolítica, que entre otras cosas legitimó ciertas posturas ante lo viviente: las especies en extinción, el consumo humano del animal para alimento o vestido, los sacrificios espectaculares de animales, la experimentación en nombre del bienestar y salud, y otras actitudes que repiten constante, pero de manera inestable, que el sufrimiento animal no importa.
La postura crítica, pero también la propia política de la reflexión y la reflexión como una política, nos lanza a pensar no en un umbral determinado entre lo humano y lo animal que acredita las anteriores prácticas, sino una multiplicidad de umbrales, de diferencias entre todo lo viviente. En esta cuestión, señala Villegas, no se trata de un ejercicio de retribución de aquello que al animal se le ha arrebatado, sino una posición que trata de ver que los límites entre las especies no son claros, sino que entre el hombre y el animal existe una multiplicidad de límites. Este ejercicio crítico tiene como objetivo repensar nuestras posturas frente a lo viviente y cuestionar esa supuesta soberanía que nos permite hacer sufrir; porque, como es verdad, no conocemos nada de la cuestión animal, no podemos decir nada absoluto ni propio de él, como nada absoluto ni propio de lo humano, por lo que cualquier justificación solo remite a la fuerza de un discurso y no a su argumento.
En cuanto al rigor analítico, el trabajo atento en Sobre la animalidad radica en pensar cómo la discursividad produce determinadas sensibilidades o prácticas frente a lo viviente. El animal, como una figura en el discurso político y teórico, representa, como dice Derrida, la cuestión. Esto es, cuestión como asunto, pero también como pregunta; como tema, pero a la vez, como interpelación crítica. Tratar al animal como figura en el discurso es señalar las posibles relaciones en las que se le somete, tal cual pensaría Nietzsche desde un carácter retórico, a una interpretación metafórica, parcial y subjetiva, productora de relaciones de poder. La producción del discurso sobre el animal –entendido aquí como tema del discurso, pero también como referencialidad de lo que se dice (el animal allí) y, a la vez, como objeto de lo dicho por el discurso desde una posición superior, desde el arriba, por sobre de él– es pensada en la historia de los hombres filósofos que dijeron algo (o nada pudieron decir) sobre él. Por eso es valioso el aporte de esta genealogía del discurso filosófico que muestra los argumentos y licencias que los autores se han otorgado para decir algo sobre el animal. La cuestión es si es posible pensar al animal no en relación al hombre, sino en su propio derecho o interés, o más allá del derecho o del interés, decir algo sobre él en sí. El sabor final del presente libro nos lleva a arriesgar un pensamiento que vaya más allá de nuestra preocupación como humanos, y en relación a los animales, ante los animales.
El camino argumentativo de Sobre la animalidad divide en dos partes su propuesta. La primera de ellas entra de lleno en la problemática de la cuestión animal que, como rastro, se ha quedado en los problemas filosóficos, políticos y estéticos contemporáneos. Como se puede intuir, su aparición, su debate, pero también su espectro, van a producir en las diferentes vertientes del discurso, obligando por efecto, no solo a pensar en la disciplina de la filosofía y su tradición, sino también a reflexionar inevitablemente sobre la violencia, la crueldad y las relaciones que hemos establecido con los animales, y cómo esa violencia se sostiene en los grandes valores de lo humano. Pensamos aquí, a partir de lo dejado por el análisis de Villegas, en distintas variantes de esta importante discusión. Reparamos también en las hembras, por ejemplo, obligadas a aparearse, a parir, a amantar, como otras formas de violencia posible a partir de esta particular historia de lo enunciado.
El vuelco que se da a la filosofía, así, como productora de discursividad y a la política como fábula, muestra una crítica contundente de los supuestos saberes que producen una política con lo viviente, exponiendo a su vez la ventaja crítica del análisis del discurso. El cierre de la primera parte, con el capítulo sobre el Covid 19 y la forma en que apresuradamente ciertos nombres propios de la filosofía actual opinaron acerca de la pandemia y los rastros de la animalidad en ella, nos regresa a recapacitar en la producción del discurso como síntoma y preceptor de prácticas de exclusión y violencia que tratan de reacomodar una serie de oposiciones constantes –civilización-barbarie, higiene-suciedad, occidente-oriente– en relación a la separación, otra vez, del hombre-animal. Dicho proceso de enunciación y sus efectos dejan visible un asunto que nos parece primordial en el capítulo, puesto como giro de la crítica: más allá de preocuparnos por el posible contagio entre el hombre y el animal, Villegas termina señalando una urgencia de ampliar el estudio biopolítico a la investigación sobre el trato hacia los animales, haciendo ver los decires de autores como Badiou, Žižek o Byung Chul Han como lo menos interesante en la experiencia de la pandemia contemporánea.
En la segunda parte del trabajo, pensaríamos que la cuestión de la animalidad toma una posición en el margen de la discusión, no como desaparición sinocomo una huella en las actuales reflexiones en torno a los temas de la política. Como si la cuestión de la animalidad diera paso de la idea del margen a la multiplicidad de márgenes en los problemas de la exclusión. En este sentido, la posición del animal –ante el texto, ante la filosofía, ante la política– recuerda al campesino de Kafka: una figura liminal ante lo vertical. Esa lectura singular de Villegas al inicio de la segunda parte hace replantearnos la posición a veces patética que implica el afuera de ley, así como subvertir la lectura del cuento más allá de la tradición. En este sentido, se formula una posición interesante en la lectura de la literatura, una que deconstruye su oposición con la ley. Con una lectura particular que cuestiona los sentidos de la alegoría entendida en cierta tradición interpretativa, la propuesta de Villegas tiende a pensar esta relación entre literatura y política y a tomar las textualidades como fabulaciones que esgrimen determinado poder. La idea de alegoría entendida como ejemplo se ve subvertida para pensarla como productora de ley. Las fabulaciones serían ante todo un régimen de producción de relaciones de fuerzas, de relación de ley. No dejamos de pensar en un clásico cuento
de Quiroga, en donde un magistrado, cansado de que los burros vecinos comieran su césped, pone un declarado mensaje a la entrada de su jardín “¡Ojo! Los pastos de este potrero están envenenados”; analfabetas, los burros desatienden el mensaje y pasan a comer, por lo que son recibidos con un disparo fulminante. La escritura del cartel, aquí, en la propia fábula de Quiroga, se entiende como una productora de ley, de fuerza, de soberanía frente a lo viviente.
Los ensayos incluidos al final de esta obra presentan la discusión del autor en torno a los ejercicios de la memoria, el olvido y la historia, tratando de pensar las modernas sensibilidades en el arte, la violencia o los movimientos políticos. El tiempo y sus empalmes se ven analizados por el autor desde la repetición de poéticas –en términos de Marx– que determinados movimientos sociales conjuran para producir sus agendas, llamando viejos espectros para resistirse a olvidar, pero a la vez olvidando las viejas resistencias que les precedieron. Finalmente, el capítulo de cierre anuncia una investigación prolífera por venir: la arqueología de la sensibilidad y la violencia, proyecto que pretende dar respuesta, desde una reflexión política y estética, a distintos fenómenos de violencia social, cultural, de género, mediática.
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