Barbara J. Risman - Adónde nos llevará la generación millennial

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La juventud adulta de hoy en día ¿es rebelde respecto al género o está volviendo a la tradición? Barbara J. Risman nos revela las diversas estrategias que utiliza esta generación para negociar la revolución de género actual. Apoyándose en su teoría del género como estructura social, analiza las historias de vida de un conjunto diverso de «millennials» y sus identidades de género, sus ideologías y sus esperanzas y sueños para el futuro.

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La constricción es, por supuesto, una de las funciones importantes de la estructura, pero si nos centramos solo en la estructura en tanto que constricción, minimizamos la importancia de lo estructural. No solo se coarta a las mujeres y a los hombres para que asuman roles sociales diferenciados, sino que a menudo ellos y ellas también eligen sus itinerarios de género dentro de las posibilidades proyectadas y estructuradas socialmente. England (2016) muestra cómo funciona esto para las mujeres con bajos ingresos. La pobreza reduce directamente su acceso a la movilidad ascendente y a los medios para controlar su propia fertilidad; pero la estructura social, la pobreza por sí sola, no determina sus preferencias sexuales. La estructura social también se internaliza.

Un análisis socioestructural no solo se focaliza en las limitaciones externas, sino que debe ayudarnos a entender cómo y por qué los actores eligen entre alternativas posibles. Una teoría estructural de la acción plantea que los actores se comparan a sí mismos y comparan sus opciones con respecto a aquellos que ocupan posiciones estructurales similares (Burt, 1982). Desde este punto de vista, los actores tienen sus propios propósitos, buscan racionalmente maximizar su bienestar autopercibido bajo las restricciones sociales estructurales. Tal y como sugiere Burt (1982), podemos decir que los actores eligen las mejores alternativas, sin que esto suponga que tienen la información suficiente para hacerlo adecuadamente, ni tampoco que cuenten con las opciones disponibles con las que tomar decisiones que satisfagan realmente sus intereses. Desde este punto de vista, las estructuras son fijas, pero ofrecen alternativas. Por ejemplo, las mujeres casadas pueden optar por hacer mucho más de lo que se consideraría como una participación equitativa en el cuidado de sus hijos e hijas, en lugar de privarlos/las de lo que signifique para ellas una crianza «suficientemente buena», cuando se dan cuenta de que es bastante improbable que el padre de las/os niñas/os, o cualquier otra persona, se haga cargo de la situación. Mientras que las acciones se dan en función de los intereses, la capacidad de elegir está modelada por la estructura social. Burt (1982) postula que las normas se desarrollan cuando los actores ocupan posiciones similares en la estructura social y evalúan sus propias opciones frente a las alternativas de otros que se encuentran en una situación parecida. A partir de estas comparaciones evolucionan tanto las normas como los sentimientos de privación o ventaja relativa. Fijémonos en la idea «de manera similar a los demás», que ha aparecido antes. Mientras las mujeres y los hombres se vean a sí mismos como diferentes tipos de personas, es poco probable que las mujeres comparen sus opciones de vida con las de los hombres. Es ahí donde está precisamente el poder del género.

En un mundo en el que la anatomía sexual se utiliza para proyectar una tipología dicotómica entre los seres humanos, la propia diferenciación vuelve opacas tanto las reivindicaciones como las expectativas en materia de igualdad de género. La estructura social no es experimentada como opresiva si hombres y mujeres no se ven a sí mismos como sujetos posicionados en un lugar similar. Tal y como se ha discutido antes, cuando en el pasado se aplicaba una perspectiva de género meramente estructural (Epstein, 1988; Kanter, 1977), se erraba fundamentalmente en la lógica aplicada. Las teorías estructurales aplicadas al género asumían que, si las mujeres y los hombres experimentaran condiciones materiales iguales, las diferencias de género, de modo empíricamente observable, se diluirían. Esta postura ignora no solo la internalización del género en el nivel individual, sino también las expectativas interactivas que se asignan a los hombres y mujeres a propósito de las categorías de género, así como las lógicas e ideologías culturales embebidas en los estereotipos sociales. Una perspectiva estructural sobre el género es adecuada solo si nos damos cuenta de que el género mismo es una estructura profundamente arraigada en la sociedad, en el interior de los individuos, en cada expectativa normativa sobre las demás personas, y dentro de las instituciones y las lógicas culturales a nivel macro.

Me baso en la teoría de la estratificación de Giddens (1984), que pone el énfasis en la relación interactiva entre la estructura social y el individuo. Desde su perspectiva, la estructura social modela lo individual, pero, simultáneamente, lo individual modela la estructura social. Giddens aboga por el poder transformador de la acción humana; insiste en que cualquier teoría estructural debe contemplar la reflexividad y las interpretaciones de los actores sobre sus propias vidas. Las estructuras sociales no solo actúan sobre las personas, las personas también actúan sobre las estructuras sociales. Por otra parte, estas no han sido creadas por fuerzas misteriosas, sino por la acción humana. Cuando la gente actúa desde la estructura, lo hace por sus propias razones, lo que nos debe llevar a preocuparnos por las razones que llevan a los actores a escoger sus actos. Las acciones alteran el mundo en el que hemos nacido; las instituciones tienen poder, pero no son determinantes, puesto que a menudo las instituciones y las posibilidades que ofrecen entran en conflicto unas con otras. Estos conflictos desencadenan una movilización individual y colectiva que cambia el statu quo . Giddens insiste en que la preocupación por el significado debe ir más allá de la justificación verbal explicitada por parte de los actores, ya que gran parte de la vida social es rutinaria, y se da por sentado que los actores no expresarán, ni siquiera considerarán, por qué actúan. En su tratado sobre género y poder (véase particularmente el capítulo 4), Connell (1987) reproduce la preocupación de Giddens (1984) por la estructura social como restricción de la acción al mismo tiempo que es creada por esta. En este análisis, la estructura restringe la acción, pero «puesto que la acción humana implica una libre invención […] y es reflexiva, la práctica puede volverse en contra de lo que la limita; por lo tanto, la estructura puede convertirse deliberadamente en el objeto de la práctica» (Connell, 1987; 1995). La acción puede transgredir la estructura, pero nunca puede escapar de ella. Debemos prestar atención a cómo la estructura moldea la elección individual y la interacción social, pero también a cómo la agencia humana crea, sostiene y modifica la estructura actual. La acción por sí misma puede cambiar el contexto inmediato o futuro. En esta teoría del género en tanto que estructura social, integro esta noción de causalidad recursiva poniendo la atención en las consecuencias que tiene para el género en sus múltiples niveles de análisis. Ahearn (2001: 118) resume sucintamente las razones por las que la teoría de Giddens es tan importante para entender tanto las restricciones como la agencia:

En la teoría de la estratificación está la comprensión de que las acciones de las personas están moldeadas (tanto de manera restrictiva como posibilitadora) por las mismas estructuras sociales que esas acciones sirven para reforzar o reconfigurar. Dado este bucle recursivo que consiste en acciones influenciadas por estructuras sociales y estructuras sociales (re)creadas por las acciones, la cuestión de cómo puede ocurrir el cambio social es crucial.

Incorporo su paradigma dialéctico a mi argumentación ya que me refiero a las fuerzas estructurales que parecen ineludibles –y, como mínimo, crean comportamientos sociales a través de patrones– y a la estructuración de las decisiones que los hombres y las mujeres son libres de tomar y del significado que les dan. Exploro los mecanismos mediante los cuales tales elecciones restringidas consiguen a veces cambiar la estructura social y a veces reforzarla; las causas y el ritmo de ese cambio constituyen mis preguntas centrales. Todo lo que concierne a la relación dialéctica entre estructura y agencia debe estar necesariamente relacionado con los significados que las personas dan a sus elecciones. El resurgimiento de la sociología cultural a finales del siglo XX volvió a integrar las cuestiones sobre los significados en las teorías de la estructura social. Swidler (1986) argumentaba que si conceptualizamos la cultura como un conjunto de herramientas, se ve de manera más clara su importancia sin tener que definirla como algo opuesto a la estructura, sino como un componente importante de esta. Tenemos cajas de herramientas de conocimiento cultural a nuestro alcance para ayudarnos a dar sentido al mundo que nos rodea; el conocimiento existe, tanto si se interioriza como si no, en tanto que aspectos del ser. A veces este conocimiento es tan común que se convierte en hábito. Béland (2009) ha mostrado cómo las investigadoras del género (por ejemplo, Stryker y Wald, 2009; Padamsee, 2009) han contribuido a entender la importancia de las ideas en la política social, ya que la ideología de género desempeña un papel importante en la comprensión de la variabilidad entre países.

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