¿Cómo preservar la apertura de la existencia al misterio evitando hacer del desencanto una nueva religión, una nueva forma de ilusión? ¿Cómo hacer posible la experiencia virtuosa del límite? La experiencia de nuestra castración, ¿no es, tal vez, la experiencia central de toda auténtica oración? ¿Y no es una tarea crucial de la función paterna hacer posible el encuentro con nuestro límite más radical? 12
La oración del Padrenuestro desarrolla para nosotros esta función iniciática. Una célebre frase de Tertuliano la define como breviarium totius evangelii 13: resumen de todo el Evangelio. Si el Padrenuestro es el resumen de todo el Evangelio, entonces es también el compendio de toda la vida. De modo que repetir la oración del Señor dejando ascender dentro de nosotros una de sus siete invocaciones se torna un modo de hacer correr por las venas de nuestra alma la sabiduría del Evangelio y sus exigencias. Orando con estas palabras aprendemos a dirigirnos a Dios «como el Señor nos enseñó». Estas son las palabras que expresan ante todo la fe de Jesús, que nos pone en condiciones de hacer madurar nuestra fe como se dio para el mismo Señor. Es bueno recordar que la oración por excelencia del cristiano no es «cristiana», sino judía. Por eso, como discípulos, estamos llamados a entrar en el mismo proceso de confianza que Jesús aprendió en la escuela de los padres y las madres de Israel. Se trata de entrar en aquel camino de éxodo y en aquel dinamismo pascual que se revelan como una escuela de libertad duramente conquistada a través de las grandes batallas del corazón.
No es nuestra intención decir en estas páginas nada «nuevo» (Ecl 1,9) sobre un texto meditado desde siempre en la tradición y enriquecido por las emociones de las innumerables personas que lo han repetido en tiempos y situaciones extremadamente diversos. Si pudiésemos registrar las emociones que se han experimentado –y se experimentan aún– en el corazón de los hombres y mujeres de todos los tiempos y de todos los lugares al rezar el Padrenuestro, pienso que tendríamos una vista maravillosa del panorama del misterio mismo de nuestra humanidad. Si bien eso no nos es posible a nosotros, ciertamente sí le es posible al corazón del Padre, que está en los cielos, que se inclina continuamente para acoger nuestras alegrías y acompañar nuestros dolores. Como se recuerda en un salmo que no se reza en la Liturgia de las Horas, porque está catalogado entre los «imprecatorios», en cualquier situación en que vivamos queremos «ser oración» (Sal 109,4) para llegar a ser cada vez más humanos y fraternos. A las palabras del salmo adjuntamos una vez más las de Massimo Recalcati antes de entrar a meditar, una por una, las siete invocaciones que han acompañado los caminos de una multitud innumerable de peregrinos en la vida antes de nosotros:
Para los seres humanos, para los seres que habitan el lenguaje, no hay posibilidad de autosuficiencia, no hay forma de escapar de la dependencia estructural del Otro. En este sentido, somos una oración. Cada uno de nosotros proviene de un horizonte que no ha elegido y que lo ha determinado.
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Invocar al Padre
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