Jorge Majfud - Perros sí, negros no

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Hace dos décadas, en plena euforia del pensamiento único de las sociedades consumistas, el autor advirtió sobre la nueva cultura del tribalismo en los países desarrollados como reacción primitiva a la uniformización que esas mismas potencias habían impuesto con el nombre de globalización y a la progresiva pérdida de privilegios imperiales. Este libro, en busca de las causas y las consecuencias históricas de la violencia circular del poder -el clasismo, el racismo y el nacionalismo-, recupera momentos clave, olvidados o distorsionados, del pasado estadounidense y varios episodios de su historia más reciente en los que el racismo y el nacionalismo se expresan con pasión ciega y al servicio de razones ajenas, y lo hace proyectando una mirada exterior desde el interior de una realidad crecientemente conflictiva, de decadencia económica, social e intelectual, pero también de esperanza de cambios hacia una sociedad más justa y humana.

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Ya avanzado el siglo XX, los memorandos y los informes de diferentes políticos, senadores y embajadores continuaron con esa tradición. El jefe para América Latina y eventual embajador, Francis White, durante décadas escribió reportes y dio conferencias a futuros diplomáticos explicando que “ con algunas excepciones, los gobiernos de América latina, sobre todo aquellos en los trópicos, poseen muy poca sangre blanca pura y mucha deshonestidad ”. Para White, Ecuador era un país retrógrado porque tenía “ apenas cinco por ciento de sangre blanca; el resto son indios o mestizos” . Su consejo a los futuros cónsules y embajadores que lo escuchaban en una conferencia en 1922 fue: si les toca un país de indios, sepan que “ la estabilidad política está en proporción directa a la cantidad de blancos puros que ese país posea ”.

Según Grant, y según muchos otros, la raza blanca ha sobrevivido en Canadá, en Argentina y en Australia gracias a que ha exterminado a las razas nativas. Si la raza superior no extermina a la inferior, la inferior vencerá. “ Por mucho tiempo, América se ha beneficiado de la inmigración de la raza nórdica, pero lamentablemente, en los últimos tiempos también ha recibido gente de las razas débiles y corruptas del sur de Europa. Estos nuevos inmigrantes ahora hablan el idioma de la raza nórdica, usan la misma ropa, han robado sus nombres y hasta comienzan a aprovecharse de nuestras mujeres, aunque apenas entienden nuestra religión y nuestras ideas .

The Passing of the Great Race no se convirtió en un best seller inmediato, pero sí en uno de los clásicos del racismo científico del siglo XX que encontrará eco fácil en las élites económicas y en sus aspirantes pobres de raza blanca. Entre sus ávidos lectores se contarán Theodore Roosevelt y Henry Ford, futuro admirador y colaborador de Adolf Hitler, quien lo recomendará. The Boston Transcript publicará que todas las personas pensantes (es decir, blancas) deberían leerlo. El libro produjo un fuerte impacto en la clase dirigente y ayudó a definir las categorías que los elegidos usaron luego para redactar las leyes de inmigración en Estados Unidos en 1924: arriba se ubica la raza nórdica, más abajo los judíos, españoles, italianos e irlandeses y, aún más abajo, todo el resto de apariencia oscura. Según el autor, “ la capacidad intelectual de las razas varía como varían los aspectos físicos de cada una… A los estadounidenses les ha llevado cincuenta años para comprender que hablar inglés, usar buena ropa, asistir a la escuela y a la iglesia no transforma a un negro en un blanco ”. El autor no aclara si los racistas procedentes de las razas superiores no son las inevitables excepciones a la regla, ya que es bien sabido que entre los blancos también existen los integrantes con aguda discapacidad intelectual que, por obvias razones, no se consideran como tal y son los primeros en adoptar esta teoría de la superioridad por asociación que no requiere méritos individuales.

Unos años después, en 1924, del otro lado del Atlántico, un soldado en su celda llamado Adolf Hitler leerá con pasión el libro de Madison Grant y comenzará a escribir Mi lucha . Hitler reconocerá The Passing of the Great Race como su biblia. Cuando Hitler se convierta en el líder de la Alemania nazi, su ministro de propaganda, Joseph Goebbels, leerá con la misma pasión el libro Propaganda , del estadounidense judío, doble sobrino de Sigmund Freud, Edward Bernays. Berneys no inventará las fake news pero las elevará a la categoría de ciencia. Diferente a su tío Freud, probará que estaba en lo cierto cuando, en 1954, por pedido de la CIA, logre hacer creer al mundo que el nuevo presidente de Guatemala no era un demócrata sino un comunista. Como consecuencia de esta manipulación mediática, cientos de miles de muertos alfombrarán los suelos de Guatemala en las siguientes décadas.

El soldado Adolf Hitler no tenía ideas radicales. Tampoco era un pensador radical, sino todo lo contrario: sus ideas y su pensamiento eran de uso común en su época, sobre todo del otro lado del Atlántico. En Estados Unidos, la idea de una gloriosa raza teutónica y aria amenazada de extinción por las razas inferiores eran moneda en curso durante el siglo XIX, desde los encapuchados del Ku Klux Klan hasta para presidentes como Theodore Roosevelt, pasando por marines y voluntarios que cazaban negros por deporte, violaban a sus mujeres y se divertían justifiando las violaciones como forma de mejorar la raza de las islas tropicales. Es muy probable que el nazismo hunda algunas de sus raíces en el sur de Estados Unidos, mucho antes de perder la memoria durante la Segunda guerra mundial.

Diez años más tarde el zoólogo de la Universidad de Berkeley Samuel Holmes propondrá la esterilización forzada de los mexicanos en Estados Unidos (de la misma forma que se había esterilizado a diez mil idiotas sólo en California) para resolver el serio problema racial que significaba disminuir la calidad de la raza estadounidense. “ Los hijos de los trabajadores de hoy serán ciudadanos mañana ”, afirmaba Holmes. En artículos sucesivos, repetirá la advertencia hecha por Theodore Roosevelt sobre el “ suicidio racial ” que encontrará eco no sólo en los miembros del Ku Klux Klan sino en una vasta masa de ciudadanos anglosajones, la que derivará, durante la Gran Depresión, en la persecusión de mexicanos y en la deportación de medio millón de ciudadanos estadounidenses con aspecto de mestizos.

2020

Inspiraciones nazis

El 20 de octubre, ante el XVII Congreso Sionista, el ministro de Israel afirmó que cuando Hitler se reunió con el muftí de Jerusalén Haj Amín al Huseini en 1941, todavía no tenía la idea de exterminar a los judíos de Alemania. Según Benjamin Netanyahu, había sido el palestino quien le había inspirado la idea del holocausto judío.

Esta interpretación de la historia tenía por destino una audiencia limitada, pero el Primer Ministro tuvo la mala suerte de que trascendiera los muros de la sala y llegara a oídos de gente normal, por lo cual no tuvo más opción que retractarse.

Claro que la memoria popular no va mucho más allá de los seis meses y todos los políticos lo saben y actúan en consecuencia. El mayor propagandista de la historia moderna, Edward Bernays, lo dijo de otra forma y logró convencer a varios gobiernos de Estados Unidos (y lo probó con hechos) que las grandes democracias modernas están regidas por gobiernos invisibles cuyo brazo ejecutor es la propaganda.

El austríaco Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud, emigró a Estados Unidos en 1892 y aquí logró vender la Primera Guerra a los americanos. Entre sus muchos éxitos estuvo el golpe militar que la CIA acertó en Guatemala, en 1954, luego de una masiva campaña propagandística que logró convencer a los estadounidenses y a los guatemaltecos que la destrucción del gobierno democrático de Jacobo Árbenz fue para salvar a aquel país del comunismo y no para salvaguardar los intereses monopólicos de la United Fruit Company. Bernays no sólo fue el autor de recomendables libros como Crystalizing Public Opnion (1923), Propaganda (1928) y The Engineering of Consent (1956) sino que además fue un efectivo manipulador de la opinión y los deseos de millones de estadounidenses: gracias a él, generaciones de mujeres comenzaron fumar luego de comprar la idea (perdón por el anglicismo, pero no hay forma más profunda de decirlo en castellano) de que una mujer fumadora no lucía masculina sino liberada. Su eslogan de 1929 equiparaba los cigarrillos a “ torches of freedom ” (antorchas de libertad).

Gracias a este genio de la manipulación de masas hoy casi todos los estadounidenses desayunan huevos con tocino, luego de convencer a los mismos doctores de la época de que ese tipo de comida era más saludable que la comida frugal de las generaciones anteriores. Por supuesto que Bernays no sabía nada de medicina, sólo trabajaba para sus clientes como un abogado defiende a un criminal que ha confesado su propio crimen. La eficiencia de la propaganda, decía, no está en decir que un producto (un jabón, un presidente) es bueno sino en hacer que lo digan los sacerdotes de turno.

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