Jorge Majfud - Perros sí, negros no

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Hace dos décadas, en plena euforia del pensamiento único de las sociedades consumistas, el autor advirtió sobre la nueva cultura del tribalismo en los países desarrollados como reacción primitiva a la uniformización que esas mismas potencias habían impuesto con el nombre de globalización y a la progresiva pérdida de privilegios imperiales. Este libro, en busca de las causas y las consecuencias históricas de la violencia circular del poder -el clasismo, el racismo y el nacionalismo-, recupera momentos clave, olvidados o distorsionados, del pasado estadounidense y varios episodios de su historia más reciente en los que el racismo y el nacionalismo se expresan con pasión ciega y al servicio de razones ajenas, y lo hace proyectando una mirada exterior desde el interior de una realidad crecientemente conflictiva, de decadencia económica, social e intelectual, pero también de esperanza de cambios hacia una sociedad más justa y humana.

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Sin embargo, esta elite fundacional compartía con el resto la desgracia del racismo y de la doble vara. El genio de Benjamín Franklin no quería una inmigración que no fuese blanca y anglosajona. El sabio de Thomas Jefferson no sólo abusó de una menor a la que hizo madre varias veces, sino que, además, nunca la liberó por ser mulata. La hermosa esclava, Sally Hemings, era la hija ilegítima de su suegro con otra esclava. Por no entrar en la larga y persistente historia de leyes racistas que van desde la idea de la no humanidad de los negros hasta el desprecio de los latinoamericanos por su condición de hibridez, como las mulas, algo que, según los periodistas y congresistas del siglo XIX, no agradaba a Dios. El asco por los chinos, por los irlandeses (antes de convertirse en blancos asimilados), por los indios y por los mexicanos completó el mapa del desprecio y el despojo a todo lo que no era anglosajón y protestante. La hermosa frase “ We the people ” asumía, de hecho, que con eso de “el pueblo” no se referían ni a los negros, ni a los indios, ni a nadie que no perteneciera a la “raza” de los fundadores. Pero Jefferson estaba en lo cierto cuando dijo que “la tierra les pertenece a los vivos, no a los muertos”.

A los padres Fundadores (y a los líderes que les siguieron) se los suele disculpar porque eran “hombres de su tiempo”; no se puede juzgar a alguien que vivió hace doscientos años con los valores de hoy. Sin embargo, un par de años después que Jefferson dejara el gobierno en Estados Unidos, un militar rebelde llamado José Artigas, quien estaba contra el abuso militar en el gobierno y a favor de una democracia más directa, apenas tomó control de la Unión de los Pueblos Libres (lo que hoy es Uruguay y parte de Argentina) repartió tierras a blancos, indios y negros bajo el lema “los más infelices serán los más privilegiados”. Un principio y una actitud verdaderamente cristiana de un hombre no religioso.

Tampoco es cierto que Estados Unidos nunca tuvo una dictadura. De hecho, sus leyes necesitaron un siglo, hasta después de la Guerra civil, para reconocer que alguien podía ser ciudadano estadounidense independientemente del color se su piel, aunque luego continuó filtrando, también por ley, a inmigrantes que no eran suficientemente blancos.

Actualmente, hasta los blancos más blancos se han convertido en negros. Pero no lo saben y por eso tanto renacido odio a los negros y marrones. Se sienten los nuevos negros, pero no lo reconocen y, por eso, necesitan despreciar al resto para confirmar su antigua condición de blanco, es decir, de privilegiados.

Mientras tanto, la democracia estadounidense continúa secuestrada por el 0,1 por ciento de su población, por los multimillonarios que financian las campañas políticas, cenan con los ganadores y envían escribas a sentarse en los comités que redactan las leyes que luego aprueban los legisladores, cuya mayoría son millonarios.

Ahora echemos una mirada sobre los muros estructurales de la democracia hegemónica. También estos problemas hunden sus raíces en el racismo y el elitismo social enmascarado en un discurso opuesto.

Veamos esta lógica referida a la obsesión histórica de las burbujas étnicas. La población latina está subrepresentada en extremo porque, al igual que otras minorías como la afroamericana y la asiática, viven en las grandes ciudades y éstas están en los estados más poblados como California, Texas, Florida, Nueva York e Illinois. De estos estados, sólo Texas es un estado con mayoría conservadora sólida. Florida es pivotante y los demás son tradicionales bastiones progresistas ( liberals , en el lenguaje estadounidense). Sin embargo, a pesar de que California tiene una población de 40 millones, sólo cuenta con dos senadores. La misma cantidad que Nueva York, otro estado con 20 millones. La misma cantidad de senadores tiene cada uno de los cincuenta estados, como Alaska, un estado cuya población no alcanza los 800 mil habitantes. Una colección de estados centrales como las dos Dakotas, Nebraska, etc. rondan apenas el millón de habitantes (Wyoming apenas llega al medio millón) y cada uno cuenta con dos senadores. Lo que significa que el voto de un granjero en cualquiera de esa docena de estados conservadores y despoblados vale entre 30 y 40 veces más que el voto de cualquier estadounidense que viva en los poblados estados de California, Texas, Florida, Nueva York o Illinois.

Claro, este sistema de elección de senadores no es único en el mundo, pero en Estados Unidos el desbalance poblacional y político a favor de los conservadores rurales, desde el siglo XIX, es notable y consistente.

Por si fuese poco, hay que considerar que su sistema de elecciones presidenciales no solo le niega a Puerto Rico, con casi cuatro millones de habitantes (más que varios estados centrales juntos), la posibilidad de elegir presidente, sino que, además, el sistema electoral vigente, herencia del sistema esclavista que favorecía a los estados del sur con una escasa población blanca, hace posible que un presidente sea elegido habiendo recibido tres millones de votos menos que el perdedor.

Gracias a este sistema (los electores no solo reproducen el número de representantes sino también de senadores), estados más poblados como California, Texas, Illinois o Nueva York (que subsidian económicamente a estados más pobres) necesitan el doble o más de votos que los despoblados estados del centro para alcanzar un elector. Otra razón para entender por qué las minorías, que sumadas no lo son, no son tratadas con la justicia electoral que una verdadera democracia debe garantizar: un ciudadano, un voto.

No por casualidad la población, pese a la vieja manipulación mediática, suele tener opiniones muy diferentes a sus propios gobiernos. Lo cual apenas importa en esta democracia.

2019

Las raíces americanas del nazismo

Si eres rubio, perteneces a la mejor gente de este mundo. Pero todo se terminará contigo. Tus antepasados han cometido el pecado de mezclarse con las razas inferiores del sur. Como resultado, las mejores cualidades de los rubios, pertenecientes a la raza creadora de la mejor cultura, se ha ido corrompiendo, sobre todo aquí, en Estados Unidos” .

Así comienza el New York Times su artículo destacado del 22 de octubre de 1916 basado en el nuevo libro de Madison Grant The Passing of the Great Race (El final de la Gran Raza) quien, “ en palabras mucho más científicas” , alerta del fin de la raza rubia a manos de los blancos de pelo castaño y, peor, de los de pelo castaño de piel oscura. Según el autor, el problema de los nórdicos era que no disfrutaban del frío y preferían el calor y la calidez soleada del sur, pero sólo podían subsistir en estas regiones tropicales como dueños de las tierras sin tener que trabajarlas. Los habitantes de India hablan la lengua aria pero su sangre ha perdido la calidad del conquistador. El autor, en una de sus conclusiones más moderadas, descubre que la solución está en las prácticas del pasado. “ Ninguna conquista puede ser completa si no se extermina a las razas inferiores y los vencedores llevan a sus mujeres con ellosPor estas razones, los países al sur del cinturón negro de Estados Unidos, y hasta los estados al sur de Mississippi deben ser abandonados, es decir, libres, dejados a la suerte de los negros ”.

Las ideas de superioridad de la raza blanca para explicar y justificar el imperialismo moderno fueron moneda común durante el siglo XIX en ambos lados del Atlántico, generaciones antes que apareciera la excusa del comunismo. En Estados Unidos, las justificaciones científicas eran necesarias para mantener a su numerosa población negra (primero como esclavos y luego como ciudadanos segregados) en el lugar que supuestamente les correspondía según las reglas del orden, la civilización y el progreso.

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