Ángel fue un apasionado militante comunista, gran orador, «elocuente, persuasivo y convincente», que protagonizó muchos mítines en aquellos años republicanos. Colaborador de la revista Nueva Cultura desde su número inicial en enero de 1935, acertó a señalar al fascismo internacional como la verdadera amenaza contra la democracia y la cultura y defendió con pasión un antifascismo que debía unir a todos los partidos republicanos contra la violencia de los «señoritos» de Falange que, por ejemplo, el 11 de julio de 1936 asaltaron Unión Radio en Valencia, la actual Radio Valencia de la cadena Ser.
Ya durante la guerra Ángel intervino en mítines políticos por toda la geografía valenciana (Catarroja, Villanueva de Castellón, Museros, Cheste, Xàtiva) como miembro activo de la Aliança d’Intel·lectuals per a Defensa de la Cultura de València y, además, el 26 de agosto de 1936 fue nombrado magistrado de la Sala de lo Civil de la Audiencia Territorial de Valencia, sala presidida por José Rodríguez Olazábal. Colaboró también desde enero de 1937 en la revista Hora de España , donde polemizó con el pintor Ramón Gaya, artículos que la autora analiza con rigor, al tiempo que seguía publicando en Nueva Cultura , órgano de expresión de l’Aliança valenciana. En este sentido, la autora valora el titulado «Los sindicatos y la organización de la cultura», publicado en marzo de 1937, como uno de sus mejores artículos, opinión que suscribo. No hay que olvidar que Ángel fue uno de los trece firmantes de la espléndida «ponencia colectiva» que los artistas y escritores republicanos más jóvenes presentaron en julio de 1937 ante el Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura ya antes mencionado, trece firmantes entre los cuales podemos mencionar a los valencianos Juan Gil-Albert y Miguel Hernández, tan distintos desde el punto de vista de su clase social pero que compartían entonces un activo antifascismo militante.
El golpe del coronel Casado contra el legítimo Gobierno republicano de Juan Negrín y la inminente derrota republicana supusieron para el camarada comunista Ángel su traslado urgente en marzo de 1939 al puerto de Alicante con la esperanza de embarcar hacia el exilio argelino, pero la comprobación de que su nombre había sido borrado de la lista de embarque, tal y como escribió él mismo en un informe para el PCE fechado el 31 de octubre de 1946, le produjo una profunda decepción personal y su desvinculación del Partido:
Desde el punto de vista orgánico no tenía ninguna obligación con el Partido desde el momento en que éste me dejó abandonado en el momento de mayor peligro, excluyéndome de la lista de embarque. A partir de este instante mi vida me pertenecía y ya no me quedaba otra obligación que cumplir que la de responder a mi conciencia.
No era precisamente un camino de rosas el que le aguardaba a Ángel Gaos a partir de ese momento. Del puerto de Alicante se le trasladó al campo de Albatera junto a otros republicanos como el poeta Pla y Beltrán, el catedrático Juan Peset Aleixandre o el escritor Jorge Campos, autor de un libro de relatos titulado Cuentos sobre Alicante y Albatera . De allí pasó al campo de concentración de Portaceli y el 16 de marzo de 1940, tras ser sometido a un consejo de guerra por procedimiento sumarísimo de urgencia, fue condenado inicialmente a muerte y confinado en la cárcel Modelo de Valencia.
Las páginas que la autora dedica a describir minuciosamente esta durísima experiencia en la cárcel Modelo, donde coincidió con el también comunista Carlos Llorens, hermano del historiador Vicente Llorens y con quien se mostró abiertamente crítico sobre el materialismo dialéctico y el marxismo, me parecen excelentes. Con acierto nos recuerda la autora unas palabras del propio Ángel que revelan el impacto provocado por esa situación extrema suya de condenado a muerte: «Durante cuatro meses esperé día a día, en la celda de la Modelo, ser conducido ante el piquete de ejecución. Esta terrible experiencia removió hasta lo más profundo de mi ser y me convirtió al cristianismo».
Sin embargo, a pesar de su decepción con el PCE, Ángel hizo compatibles hasta su muerte un comunismo heterodoxo con un cristianismo nada apostólico y romano («Siempre he creído en Dios, pero no de la forma en la que creen los católicos, sino viéndolo como el supremo hacedor», le confesaría a su amigo el poeta Juan Miguel Romà, exiliado en Perpiñán). Así, para reducir tiempo de condena «escribió en 1941 un artículo para el periódico Redención en el que justificaba su conversión al catolicismo y exhortaba a los otros presos a seguir su ejemplo», un artículo de título ejemplarmente «cristiano»: «Camino de Redención». Ángel siempre tuvo la convicción de que la mediación ante las autoridades eclesiásticas del nacionalcatolicismo franquista por parte de su madre, católica, apostólica y romana, le salvó la vida.
A pesar de ello, estuvo siete años encarcelado, ya que hasta el 27 de mayo de 1946 no se le concedió la libertad provisional, una libertad más que relativa, porque, en palabras de la autora, «una vez en la calle se encontraba en una prisión todavía más grande», como era aquella España de la dictadura militar franquista. En definitiva, a Ángel no le quedaba más camino que el exilio mexicano, así que pasó la frontera francesa clandestinamente por Puigcerdá y el 16 de agosto de 1946 llegó a Bourg-Madame, e inmediatamente fue a Vernet les Bains para visitar la tumba de su padre. Octavio Paz, a quien había conocido en el Congreso valenciano de 1937 y que entonces era secretario de la Embajada de México en París, le consiguió un pasaje en un barco con destino a Nueva York y, tras innumerables vicisitudes, de nuevo en palabras de la autora, «llegó al aeropuerto de México D. F. el 11 de marzo de 1947 con un visado de asilado político», donde encontró trabajo, al igual que otros muchos exiliados republicanos españoles, como redactor del Diccionario Enciclopédico de la Unión Tipográfica Editorial Hispanoamericana (UTHEA): «Ángel sigue en la misma editorial en que trabaja desde hace ya tantos años, como galeote. Es el que peor suerte ha tenido de todos nosotros», escribe su hermano exiliado José a su hermano insiliado Alejandro en una carta fechada el 4 de enero de 1956 en México que se conserva en el archivo privado de Alejandro Gaos Castro y que Margarita Ibáñez Tarín nos regala.
Ignacio Gaos (Valencia, 1915 - Barcelona, 1979) y Fernando Gaos (Valencia, 1920 - México, 1988) obviamente tienen menor importancia desde el punto de vista intelectual que el resto de sus hermanos y por ello ocupan en este libro unas pocas páginas. Sin embargo, para ampliar datos de sus biografías respectivas, de sus obras de creación y de sus traducciones, remito al lector interesado a consultar sus voces correspondientes en el Diccionario biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939 , edición de Manuel Aznar Soler y José Ramón López García, Sevilla, Renacimiento, Biblioteca del Exilio, Anejos-30, 2016, volumen II, páginas 407-408 y 407, respectivamente.
La autora afirma que Ignacio, que tuvo una infancia enfermiza, se exilió con su padre a Francia y se estableció inicialmente en Perpiñán, aunque se trasladó posteriormente a México, donde ejerció un tiempo como profesor de Lengua y literatura francesa y publicó en 1966 una obra dramática en un acto, escrita en lengua francesa y titulada Coexistence pacifique . Muy distinto de carácter y de forma de vida a su hermano José, le gustaban la bohemia y la vida nocturna propia de un bon vivant . Junto a la modista Milagros Tejón, amiga de su hermana Lola, residió en Lille dando clases de español en un instituto, aunque posteriormente se instalaron en un modesto apartamento del Barrio Latino parisino, donde escribió algunos guiones radiofónicos. De regreso a España, se estableció en Barcelona, realizó numerosas traducciones del francés, entre ellas la de las comedias de Molière, y publicó en 1969 una novela corta titulada La velada en la colección La Novela Popular de la editorial madrileña Alfaguara.
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