Uno de los riesgos más importantes en un divorcio manejado de forma inadecuada es el conflicto de lealtades que se produce en el menor, situación en la que el hijo siente que tiene que elegir entre un progenitor u otro, y posicionarse en el conflicto entre ambos. Esto sucede cuando los conflictos entre los padres continúan después del divorcio. Esta situación es emocionalmente muy dañina para el hijo, ya que se vulnera su derecho a mantener su relación con ambos progenitores, perdiendo en algunos casos a uno de sus referentes.
Esta situación de vulnerabilidad afecta a su sentimiento de seguridad y autoestima, ya que se invisibiliza al menor y se lo instrumentaliza en el conflicto entre los progenitores. Las necesidades del hijo o hija pasan a ser secundarias, puesto que la prioridad y todo el espacio lo ocupa el conflicto y los intereses contrapuestos de los padres.
El menor puede intentar resolver este conflicto sobreadaptándose, es decir, cumpliendo las expectativas de ambos progenitores aun teniendo estos intereses contrapuestos. Este es el caso de niños y adolescentes que mantienen posturas, actitudes y discursos diferentes con cada uno de ellos, para asegurarse de que no pierden el amor de ninguno y se mantienen leales a ambos. Esta situación, sin embargo, puede generarles mucha confusión.
El menor puede resolverlo también posicionándose a favor de uno de los progenitores y en contra del otro, lo que puede generarle además sentimientos de culpa.
Otras conductas o actitudes que deben evitar los progenitores son las siguientes: permitir que el menor muestre comportamientos inadecuados para compensar la falta de tiempo con este o su sufrimiento ante el divorcio —necesitan normas y límites que guíen su conducta—; añadir más cambios a sus vidas, como el cambio de centro escolar; transmitir tristeza o victimización de uno de los progenitores al menor; o utilizar al hijo o hija para dañar al otro progenitor.
Para que los progenitores puedan manejar o evitar estas situaciones dañinas para los menores debemos ayudarlos a entender que se divorcia la pareja marital, pero nunca la pareja parental. Ambos tienen la responsabilidad de continuar su relación como progenitores y formar equipo, comunicarse, negociar y apoyarse en las cuestiones que afectan a la crianza de su hijo o hija. Es normal que existan desacuerdos, pero será clave la actitud de los progenitores y su flexibilidad para resolverlos, priorizando siempre los intereses del menor. Suele ser mucho más perjudicial para el hijo o hija los efectos de los conflictos entre los progenitores que el contenido que se discute en sí mismo.
Debemos ayudarlos además a empatizar con sus hijos y entender cómo se sienten. Estos pueden pensar que, al igual que sus padres han dejado de quererse, a él o ella también podrían dejar de quererle. Hay que explicarles que eso no sucederá y que seguirá manteniendo su relación con ambos progenitores. Es necesario facilitar su expresión emocional y proporcionar explicaciones tranquilizadoras ajustadas a su edad. Cuanto más puedan expresar su malestar de manera verbal, menos necesidad tendrán de expresarlo mediante su conducta.
Es fundamental, por tanto, trabajar con los progenitores el hecho de que permitan y fomenten que el hijo tenga una buena relación con ambos progenitores, sin desacreditarse uno al otro delante del hijo o hija, ni realizar insinuaciones siquiera mediante el lenguaje no verbal. Por ejemplo, resoplar cuando el hijo o hija habla sobre el otro progenitor transmitiría al menor un mensaje de hartazgo sobre el otro. Para el hijo, ambos son sus referentes, por lo que es crucial que tengan una imagen lo más positiva posible de los dos.
Finalmente, debemos ayudarlos a que normalicen las estancias con el otro progenitor y su familia extensa, y permitan al hijo disfrutarlas y poder hablar de ello con naturalidad. Por supuesto, sin enfocar esta conversación como un interrogatorio o con el fin de obtener información acerca del otro progenitor.
En resumen, debemos ayudar a los progenitores a respetar la condición de niños o de adolescentes de sus hijos, a protegerlos de las tensiones y decisiones de los adultos, sin que participen de estas. Es una etapa crucial en su desarrollo emocional y formación de su personalidad, que además nunca volverá.
Familia compuesta por Lucía y Pedro, divorciados desde hace cinco años, con un hijo en común, Pablo, de 14 años. Traen a Pablo a consulta por problemas de ansiedad, que le impiden conciliar el sueño, y ansiedad social, que le dificulta incluso acudir a clase en numerosas ocasiones. La relación entre los progenitores es muy conflictiva, existen demandas interpuestas por ambos por temas asociados al divorcio (custodia, pensión, etc.). Ambos progenitores triangulan a Pablo para ganarse su apoyo, lo que contribuye a alimentar un conflicto de lealtades y lo coloca en una posición dañina para él.
Triangular es utilizar a un tercero para resolver un conflicto entre dos personas.
Se realizaron varias sesiones familiares en las que los progenitores pudieron tomar conciencia de la posición tan difícil en la que estaban colocando a su hijo y cómo le estaba afectando.
En una sesión familiar, se pidió a Pablo que representase cómo se sentía en la familia mediante una escultura corporal. Debía moldear su cuerpo y el de sus progenitores, colocándolos a ellos y a sí mismo en una postura que simbolizara su posición y sentimiento en la familia. Pablo se colocó en el centro, entre su padre y su madre. Colocó a su madre agarrándolo de un brazo y tirando hacia sí. Hizo lo mismo con su padre: en el otro extremo, también tiraba de él hacia sí. Mediante la escultura, Pablo pudo simbolizar su conflicto de lealtades y la ansiedad que este le generaba. Así, sus progenitores pudieron tomar conciencia de la presión y el efecto que sus conflictos generaban en Pablo. A continuación, le pedí que hiciera otra escultura en la que representara cómo le gustaría sentirse en la familia. Colocó a sus progenitores frente a él, con una mano de su madre y otra de su padre en su hombro, brindándole su apoyo. Sus progenitores se emocionaron al darse cuenta que habían ignorado las necesidades emocionales de su hijo durante los últimos años.
En otro caso, se pidió a un adolescente, Alberto, cuyos progenitores estaban separados y tenían una relación conflictiva entre ellos, que representara a su familia con animales (muñecos de animales). Alberto eligió a un tigre y a un león para representar a sus progenitores, y a un perro para sí mismo. Colocó al tigre y al león mirándose y rugiendo, y al perro más apartado, cabizbajo, alejándose. Este contenido proyectivo permitió hablar de cómo se sentía Alberto frente al conflicto entre los progenitores, que, una vez más, ocupaba todo el espacio y dificultaba la visibilización de las necesidades emocionales de Alberto.
3.5 Adolescencia de los hijos
La adolescencia es una etapa de difícil manejo tanto para el propio adolescente como para sus progenitores. El reto principal al que debe enfrentarse el adolescente es la búsqueda de su propia identidad, para lo que es necesario que pueda diferenciarse de sus progenitores (ver concepto de diferenciaciónexplicado en la página 9).
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