Fernando Sapiña Navarro - ¿Un futuro sostenible?

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En las últimas décadas hemos comenzado a elaborar una visión global de las relaciones que existen entre los distintos componentes de la biosfera. Se están produciendo cambios en el medio y el origen de estas alteraciones inusuales es la actividad de los seres humanos. La pérdida de biodiversidad, la disminución de la capa de ozono o el cambio climático son síntomas de una enfermedad, son la consecuencia de la apropiación de la biosfera por nuestra especie. El cambio global es inevitable, pero lo que sí que es evitable es la continua degradación de los ecosistemas y de su capacidad para proporcionarnos servicios necesarios para nuestra supervivencia. Este es, sin duda, el gran reto de la humanidad para el siglo XXI: avanzar hacia un mundo sostenible, en el que se vayan produciendo mejoras en la economía, el medio ambiente y la sociedad para el beneficio de las generaciones presentes y futuras. El ecosistema Tierra sobrevivirá a esta crisis pero no está claro si los sistemas sociales podrán sobrevivir sin sufrir un desastre de enormes proporciones. No está en juego la supervivencia de la especie humana, pero sí la de miles de millones de personas en un futuro relativamente inmediato. ¿Seremos capaces de adaptar nuestras estructuras sociales a las limitaciones del planeta Tierra?

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Los seres humanos también hemos practicado la pesca intensiva. La sobreexplotación de las pesquerías fue reconocida como un problema internacional a principios del siglo XX. Antes de 1950, los problemas se habían presentado sólo en unas pocas regiones, como el Mediterráneo o el Pacífico norte pero, con la expansión de las actividades pesqueras que se ha producido en la segunda mitad del siglo XX, la sobreexplotación de los recursos pesqueros ha ido recorriendo todos los océanos, a medida que la producción en cada región explotada iba alcanzando un máximo y comenzaba, después, a disminuir. El 73 % de las zonas pesqueras más importantes y el 70 % de las principales especies de peces están al máximo de su producción o en declive. Las capturas de especies sobreexplotadas han disminuido un 40 % entre 1985 y 1994, y estas reducciones han hecho que, en 1996, se incluyeran algunas especies comerciales de peces, como el bacalao atlántico o el eglefino, en la lista de especies amenazadas de extinción.

La caza y la pesca intensivas son actividades que provocan tensiones evidentes en muchas poblaciones. Pero una de las causas principales de graves trastornos en los ecosistemas, sobre todo en los últimos tiempos, ha sido el transporte, intencionado o no, de especies de un lugar a otro de nuestro planeta. Las invasiones biológicas eran fenómenos que se producían ocasionalmente, de forma natural, pero el transporte de especies ha aumentado la frecuencia y los efectos de las invasiones biológicas. Las consecuencias de esta reorganización de la biota, provocada al mezclar flora y fauna que estaban inicialmente aisladas geográficamente, han sido enormes: más del 20 % de las especies de plantas que existen en muchas áreas continentales no son nativas y, en muchas islas, este porcentaje se eleva a más del 50 %. Muchas invasiones biológicas son irreversibles, es decir, es muy difícil eliminar la especie foránea una vez que se ha establecido. Estas especies invasoras alteran la estructura y funcionamiento de los ecosistemas, pueden provocar la extinción de especies nativas y son responsables de pérdidas económicas muy grandes en cultivos.

El peor desastre ecológico causado por la introducción deliberada de una nueva especie se produjo, probablemente, en Australia. En el año 1859, un granjero introdujo algunos conejos en este continente para la práctica de la caza deportiva. Como este animal no tenía depredadores naturales en esas tierras, pronto la población creció desmesuradamente, extendiéndose por las zonas sur y este de Australia, devastando cultivos y pastos. A partir del año 1880, se llevaron a cabo distintas campañas de exterminio masivas, en las que se mataron unos diez millones de conejos, sin que hubiera un efecto perceptible sobre su población. Pronto, los conejos empezaron a desplazarse hacia el oeste de Australia y, para evitar su expansión, entre los años 1902 y 1907 se construyó una valla desde la costa norte a la costa sur del continente, con una longitud de unos mil seiscientos kilómetros. Pero los conejos la atravesaron en la década de 1920. Hacia 1950 había en Australia unos 500 millones de conejos y, como las campañas de aniquilación no disminuían de forma apreciable su población, los australianos decidieron utilizar técnicas de guerra biológica: ese mismo año introdujeron, de forma deliberada, la mixomatosis, una grave enfermedad viral que afecta a este animal. En un año, la tasa de mortalidad era del 99,8 %. Pero la evolución conjunta de las poblaciones de conejos y virus ha provocado una disminución de la mortandad, y la población está creciendo de nuevo rápidamente.

La agricultura y la ganadería fueron las primeras actividades que, en su expansión desde sus centros primigenios de desarrollo, provocaron un transporte intencionado de especies. En la tabla 1 se muestran los cultivos y los animales domesticados en las distintas zonas en las que se desarrolló, de forma independiente, la agricultura y la ganadería en la antigüedad.

TABLA I

Cultivos y animales domesticados en las zonas en las que se desarrolló la agricultura y la ganadería en la antigüedad

Suroeste asiático Sureste asiático América África
Trigo Arroz Maíz Sorgo
Guisantes Mijo Judías Café
Olivo Caña de azúcar Calabaza Ñame
Oveja Banano Patata
Cabra Sésamo Mandioca
Berenjena Girasol
Cerdo Pimiento
Llama

Los sistemas agrícolas de África, Europa y Asia evolucionaron de forma autónoma hasta que el desarrollo de la civilización islámica provocó un intercambio de cultivos entre estas regiones. El flujo de especies fue básicamente unidireccional: los cultivos transportados provenían del sureste asiático y de la India y, desde allí, se extendieron por el norte y el este de África, llegando algunos hasta la parte oeste de África y la península ibérica. Entre los cultivos transportados podemos mencionar la caña de azúcar, el arroz, el sorgo, las espinacas, las berenjenas y cítricos como la naranja, el limón y la lima. En el siglo XVI, con la conquista de América y la expansión de los europeos por todo el planeta, se produjo otro intercambio de especies que, esta vez, fue bidireccional. Los europeos llevaron a América sus cultivos y sus animales (trigo, caña de azúcar, ganado vacuno, ovejas y caballos) y, desde América, se introdujeron en Europa el maíz, las patatas, los tomates, las judías, los pimientos y las calabazas, cultivos que se extendieron después por Oriente Próximo, África, India y China.

La transformación de las tierras, la caza y la pesca intensivas y la introducción de especies provocaron alteraciones profundas en la composición de los ecosistemas. Una de las consecuencias más graves de estos cambios es la extinción de especies. Las velocidades de extinción son difíciles de determinar globalmente debido, entre otras cosas, a que la mayoría de las especies que existen todavía no han sido identificadas. Una estimación realista del número de especies existentes, presentada en el informe Evaluación de la Biodiversidad Global, elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, es de 14 millones, de las que sólo se han descrito 1,7 millones. Los cálculos más recientes sugieren que las velocidades de extinción son, en la actualidad, entre cien y mil veces superiores a las que se daban antes del comienzo de nuestra apropiación de la biosfera, lo que ha llevado a algunos investigadores a sugerir que podríamos estar ante el sexto período de extinción masiva de la historia de la vida. Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, el 25 % de las especies de mamíferos cuyo estado de conservación ha sido evaluado están amenazadas de extinción en la actualidad. Lo mismo puede decirse del 11 % de las especies de pájaros, el 20 % de las de reptiles, el 25 % de las de anfibios y el 34 % de las especies de peces evaluadas.

CAMBIOS EN LOS CICLOS BIOGEOQUÍMICOS

Hace medio millón de años, nuestros antepasados probablemente ya utilizaban el fuego para combatir el frío, para tener luz durante la noche y para cocinar los alimentos. Con el desarrollo de la agricultura, la existencia de excedentes alimentarios y la necesidad de conservarlos propició la búsqueda de recipientes más sólidos e impermeables que las cestas que utilizaban los pueblos cazadores-recolectores. Como respuesta a esta necesidad se desarrolló la cerámica. Se trataba de elaborar recipientes de arcilla cocidos en un horno a más de 450 °C con el fin de deshidratar el barro e inducir cambios químicos que los hacían más sólidos e impermeables. Comenzamos, así, a utilizar el fuego no sólo para proporcionar luz y calor o para cocinar los alimentos, sino también como un medio para transformar la materia. La arcilla debe trabajarse después de haberse seleccionado cuidadosamente y, entonces, se transforma por la acción del calor, que se aplica durante un tiempo determinado. Aquellos alfareros fueron, probablemente, los primeros que sintieron la experiencia demiúrgica de modificar el estado de la materia.

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