El graciador se goza en tus logros y talentos. Tu felicidad influencia su felicidad. Te prioriza y aparta tiempo para estar contigo. Mantener y construir la relación contigo le da gozo y satisfacción.
La paciencia vs. la impaciencia y la intolerancia
Con frecuencia, los abusadores carecen de paciencia y empatía. Hacer cosas que no les interesan por el bien de los demás no es su fuerte. Pueden ser extremadamente pacientes cuando se trata de sus propios pasatiempos, pero si les pides sentarse y hacer algo que no disfrutan, es probable que encuentres resistencia. Muchos abusadores también son intolerantes. En sus corazones sienten un aprecio especial por destruir a los demás debido a su género, religión, raza, nivel socioeconómico u otra razón. Son amargos, indolentes, impacientes e intolerantes.
Por su parte, el graciador puede encontrar que tu pasatiempo es aburrido, pero le da una oportunidad, aunque solo sea por pasar tiempo contigo. Incluso puede tener algunos prejuicios, pero llega a reconocer que son incorrectos y trabaja para superarlos. Te perdona por cometer errores y pide perdón por los suyos. Disciplina a sus hijos por amor, no por enojo; ayuda a su cónyuge con sus proyectos y los deberes del hogar, y es capaz de ejercer dominio propio.
La benignidad vs. el egoísmo
Se podría decir que el egoísmo es el sello distintivo del abusador. Entablan amistades con personas que creen poder utilizar. Se inflan a expensas de los demás. He visto a abusadores que procuran posiciones de enseñanza en iglesias y escuelas, no porque les guste enseñar, sino porque disfrutan tener autoridad y confianza inmerecida. He visto a abusadores que viven como parásitos: malgastan el salario de su pareja y al mismo tiempo se niegan a ayudar en la casa, criar a los hijos, conseguir un trabajo o contribuir algo positivo a la relación.
El abusador se aprovecha de la gente que lo ama y la usa como medios para lograr un fin: inflar su ego, alimentar su estilo de vida anómalo, llenar su billetera o satisfacer sus deseos sexuales. Un padre abusivo puede asfixiar a su hijo con responsabilidades para hacerlo sentir deficiente o negarse a enseñarle cualquier responsabilidad para hacerlo sentir inepto. Cuando parece que está siendo amable, casi siempre hay una segunda intención.
Por el otro lado, el graciador está dispuesto a servir. Disfruta preocuparse de los demás y desea que su matrimonio llegue a un nivel más profundo. Consulta con su cónyuge antes de tomar decisiones importantes, y lo hace sentir considerado y respetado. No le niega a su cónyuge las relaciones sexuales para avergonzarlo o manipularlo, pero tampoco insiste en tener relaciones íntimas con las que su pareja no se siente cómoda. Desea que su matrimonio sea mutuamente satisfactorio, no desequilibrado en el plano emocional.
La bondad vs. el pecado y la corrupción
Mientras que el graciador está avergonzado de sus vicios, el abusador marina su corazón voluntariamente en el pecado. Es posible que mejore superficialmente luego de recibir consejería o correcciones, pero solo por un tiempo, o mientras continúa practicando el pecado en secreto.
Los abusadores amparan y fomentan su pecado. De hecho, su pecado puede volverse tan poderoso que pasa a formar parte de su identidad. Hay una frase pegajosa: «Ama al pecador, pero odia el pecado». Sin embargo, ese concepto no funciona cuando alguien está tan enamorado de su disfuncionalidad que esta se ha transformado en lo que esa persona es. Es imposible ayudar a alguien que no quiere recibir ayuda. Es imposible tener una relación saludable con alguien que ama más su pecado que lo que te ama a ti.
La fidelidad vs. la traición
Muchos abusadores florecen cuando engañan a la gente. Les encanta embaucar a los demás y hacerlos creer que son amables, rectos o confiables. Disfrutan la influencia y el control, ¿y qué mejor forma de controlar a alguien que engañarlo para que les crea?
Los pecados sexuales son un vicio común, así que no es sorprendente que los abusadores suelan convertir las desviaciones sexuales en un pasatiempo. Es posible que abusen sexualmente a su pareja, acosen a sus propios hijos o se aprovechen de la confianza de otra persona para saciar sus propios deseos.
Un graciador podría ser adicto a la pornografía o incluso engañar a su cónyuge. La diferencia es que lamentará haber cometido esas acciones y sentirá vergüenza. Más importante aún: se arrepentirá y recibirá ayuda para cambiar, madurar y restaurar la relación en la medida de lo posible. No esperará ni exigirá que las personas que ha herido confíen en él. Toma en serio la lealtad y la responsabilidad; por lo tanto, también toma en serio sus pecados y sus fallas.
La mansedumbre vs. la violencia
y las palabras ásperas
Ya sea que te hiera con el puño o te apalee a punta de insultos, el abuso te golpea. Muchas veces, los episodios de violencia de mi papá se veían interrumpidos por meses de una calma depresiva y un descuido inquietante. Cuando al fin explotaba, arrojaba objetos, quebraba vidrios, pateaba las mascotas y lanzaba a las personas contra la pared.
Una vez, cuando era adolescente, mi papá dijo que podía ir a una cita. Unos veinte minutos antes de que llegara mi novio, cambió de parecer. Dijo que nunca me había dado permiso. Exigió que me quedara en la casa. Cuando me atreví a rebatirle, me agarró, sujetándome del brazo con una mano y del muslo con la otra, y me arrojó hacia arriba, haciéndome caer en la mitad de la escalera.
Nunca me había sentido tan indefensa. Me azoté la cabeza y el hombro contra la pared o el piso (no estoy segura de cuál de los dos fue, quizá contra ambos) y me raspé la espalda en el pasamanos. Subió los peldaños corriendo y emergió ante mis ojos como un oso iracundo. Traté de controlar la respiración para que mi pánico no lo molestara. Me aguanté las ganas de llorar porque sabía que las lágrimas lo enfurecerían. Me quedé callada. Me acobardé. A la larga, se alejó.
Eso es abuso. Pero aun así, cuando miro al pasado, sus palabras hirientes y sus «cumplidos» sexuales fueron incluso peores que su violencia. Terminé aprendiendo que los hematomas se sanan rápido, pero no el espíritu devastado.
El graciador también puede perder los estribos. La diferencia está en la reacción ante su acción. Se avergüenza de lo que hizo y evita repetirlo. Pide perdón, repara el daño y desea mejorar. Nunca toma represalias contra ti por haber contactado a un pastor, un consejero o la policía. Asume la responsabilidad por su pecado.
La templanza vs. el descontrol y la codicia
Al abusador le encanta gratificar sus impulsos. Se resiste a moderar su comportamiento, a no ser que lo haga para engañar a los demás o conservar las apariencias. Puede que solo peque en secreto, pero la concupiscencia insaciable y el egoísmo temerario están ahí.
Todavía puedo ver a mi papá temblando de ira, moviendo las piernas con nerviosismo, con los ojos furiosos y tiritones porque dejé un libro en la mesa de centro. Me tiró el libro a la cabeza. Tampoco tenía dominio propio para sus pasatiempos. En los períodos de desempleo, cuando mi mamá no tenía lo suficiente para comprar alimentos, él compraba ropa deportiva de marcas caras y salía a andar con estilo en su nueva bicicleta costosa. Priorizaba sus deseos por sobre las necesidades de su familia. Dejaba que a sus hijos les faltara mientras se autocomplacía.
En cambio, cuando yo tenía alrededor de quince años, conocí a un veinteañero que parecía solitario y deprimido. Creo que tenía un trasfondo oscuro. Las manos le temblaban y sacudía las piernas de forma compulsiva. Lo conocí en una cafetería donde yo tocaba piano y cantaba. Desarrollé una especie de amor platónico por él, y supongo que lo notó.
Una noche, con los ojos fijos en su botella de cerveza, me dijo: «Nunca podremos salir. No soy bueno para ti. Pero no te preocupes; vas a encontrar a alguien más».
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