En ese momento, él mostró gracia. Fue consciente y tuvo dominio propio. Vio a una niña solitaria e influenciable, pero no se aprovechó. Alguien podría decir que tuve suerte, pero yo le doy el mérito a Dios y a ese joven por protegerme.
LA RECETA DE LA VERDAD
Es probable que un abusador no exhiba todos los vicios presentados en este capítulo. Pueden actuar por períodos o abusar casi constantemente. De igual manera, el sobreviviente puede haber vivido un solo momento traumático que marcó el punto de inflexión o haber convivido con el abuso cada día de su vida. Cuando me resulta tentador excusar a mi abusador, culparme a mí misma por su pecado o pretender que mi victimización no fue gran cosa, volver a esta dicotomía entre el abusador y el graciador aclara la incertidumbre de mi mente.
¿Fui abusada? Sí. ¿Fue abusivo mi papá? Sí. En una ocasión, busqué el nombre legal de una de sus acciones, una que no he descrito en este libro. El nombre del delito me resultó tan chocante que fue como un balde de agua congelada para mi mente. Es doloroso que tus miedos se confirmen, pero también es aliviador conocer la verdad.
Es imposible tratar una herida si no notas que estás lastimado. Es imposible ver la luz antes de reconocer las tinieblas. No te recuperarás de la maldad si no puedes admitir lo que es la maldad. Dios es un Salvador que busca ovejas perdidas, adopta huérfanos y venda las heridas de los quebrantados de espíritu. Ya no es necesario tenerle miedo a la verdad. Podemos hablar la verdad, diagnosticar nuestro dolor y aceptar el pronóstico de la esperanza. Es que cuando le damos a la maldad su verdadero nombre, no solo emprendemos el proceso de recuperación, sino que también le quitamos a nuestro abusador el poder sobre nuestra mente.
Señor Jesús, la luz del día se fue,
La noche cierra ya, conmigo sé;
Sin otro amparo, Tú, por compasión,
Al desvalido da consolación.
(Henry Francis Lyte)
Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto. (Isaías 53:3a)
Una de las cosas más profundas que Dios ha hecho es humanarse. Jesús sufrió como sufre el hombre, lloró como llora el hombre y murió como muere el hombre.
¿Por qué hizo eso?
Principalmente, para obtener la salvación de los que Lo aman. Jesús vivió una vida perfecta para poder imputarles Su bondad a los que confían en Él. Sufrió una muerte agonizante para pagar nuestros pecados, en nuestro lugar. Resucitó de los muertos y ascendió al cielo para que Su pueblo pudiera gozar de la vida nueva con Él en el cielo.
Es por eso que Dios Se hizo hombre. Sin embargo, también hubo una razón secundaria. Dios Se hizo hombre para garantizarnos Su empatía y compasión. Sabemos que Él comprende nuestro dolor más intenso, pues Él también lo sufrió.
JESÚS FUE ABANDONADO
David, el rey más grandioso de Israel, escribió en el Salmo 22:
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
¿Por qué estás tan lejos de mi salvación,
y de las palabras de mi clamor?
Dios mío, clamo de día, y no respondes;
y de noche, y no hay para mí reposo.
(v. 1–2)
Alrededor de mil años después de que David escribiera su lamento, Jesús lo citó desde lo alto de una cruz empapada en sangre. Gimió las primeras cuatro palabras arameas del antiguo poema: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Marcos 15:34), y al leer el Salmo 22 completo, uno se asombra por la forma conmovedora en que se presagia Su experiencia.
Ahora bien, el Hijo de Dios no estaba insinuando que Su Padre fuera un padre abusivo o negligente. Jesús sabía que iba a morir antes de que Adán y Eva mordieran el fruto prohibido en el huerto del Edén al comienzo de la historia humana (Génesis 3:6). Jesús es Dios. El Padre es Dios. La vida, la muerte y la resurrección de Jesús no eran solo los planes del Padre, sino también los de Jesús.
Cristo fue a la cruz humilde y voluntariamente por Su misericordia, abnegación y dedicación hacia Su amado pueblo. No obstante, en ese momento en que exhaló Sus últimos alientos agonizantes, rasgado por los clavos y azotado por los látigos de púas, Jesús supo cómo se sentía ser desamparado por un padre. Supo cómo se sentía ser abandonado, estar solo. Aunque siempre había estado en unidad inescrutable y gloriosa con Dios el Padre y Dios el Espíritu Santo, fue a un lugar donde Ellos no podían seguirlo. Fue a la muerte.
Podemos tener el consuelo de saber que Dios comprende el dolor indescriptiblemente amargo de ser devastadoramente separado de alguien que uno ama y necesita. Podemos tener el consuelo de saber que Dios entiende el quebranto del corazón y la soledad. Cuando colgó sangrante y moribundo, rodeado de soldados romanos endurecidos por la guerra, una multitud sádica y burlona, y un grupo de hipócritas religiosos vengativos, Jesús supo lo que es sentirse verdaderamente falto de amor, brutalmente abandonado y rodeado de odio:
Porque perros me han rodeado;
me ha cercado cuadrilla de malignos;
horadaron mis manos y mis pies.
Contar puedo todos mis huesos;
entre tanto, ellos me miran y me observan.
Repartieron entre sí mis vestidos,
y sobre mi ropa echaron suertes.
(Salmo 22:16–18).
JESÚS FUE TRAICIONADO
La noche de la Pascua, la última cena que celebraría con Sus amigos antes de morir, Jesús…
Se conmovió en espíritu, y declaró y dijo: «De cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar». Entonces los discípulos se miraban unos a otros, dudando de quién hablaba (…) Respondió Jesús: «A quien Yo diere el pan mojado, aquél es». Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón.
(Juan 13:21–22, 26).
¿Alguna vez te has preguntado por qué Jesús le dijo a Judas que Él sabía que lo iba a traicionar? Quizás quería darle la oportunidad de cambiar de parecer. Quizás quería advertirle sobre la maldad que estaba a punto de cometer. Quizás solo quería que Judas entendiera la profundidad de Su dolor. Sea cual fuere el caso, Jesús sabía qué había en el corazón de Judas, y le dejó eso muy claro.
Judas era uno de los doce discípulos que siguieron a Jesús por todas partes, cenaron con Él y aprendieron de Él. Jesús lavó los pies de Judas. Sin embargo, Judas dejó que el pecado se exacerbara en su corazón, lo que lo llevó a darle la espalda al hombre que llamaba «Rabí» o «Maestro».
Algunos suponen que Judas traicionó a Jesús por la recompensa que le ofrecieron Sus enemigos, pero en realidad eso no calza con el perfil de un hombre que había sacrificado su hogar, su trabajo y sus posesiones para recorrer los paisajes polvorosos del antiguo Israel predicando, aprendiendo y comiendo pescado. Otros tienen la teoría de que Judas esperaba asustar a Jesús, ponerlo en una situación en que se viera forzado a usar Su poder divino para detener la crucifixión, derrocar a los romanos y libertar a Israel. Un tercer grupo sugiere que Judas estaba celoso: no era el discípulo preferido, el que obraba de milagros ni el que Jesús ayudó a caminar sobre el agua.
Quizás Judas simplemente vio lo inevitable. A lo mejor sabía que la élite religiosa que odiaba a Jesús a la larga encontraría una manera de inculparlo. En lugar de correr el riesgo de morir junto a su maestro, Judas negoció para salvarse el pellejo. Cualquiera sea el caso, Judas usó medios pecaminosos para conseguir un objetivo pecaminoso. Sin embargo, ni todas sus confabulaciones, maquinaciones, mentiras y apuestas lo pudieron salvar. Más bien, lo llevaron a la desesperación, y terminó destruyéndose.
Pero Judas no fue el único amigo que abandonó a Jesús. Pedro, uno de los mejores amigos de Jesús, juró: «Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré» (Mateo 26:35). Así y todo, Pedro negó conocer a Jesús tres veces mientras Cristo era enjuiciado y torturado. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, se quebrantó y lloró. Y a esas alturas, los otros discípulos también habían huido.
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