J. I. Packer - Nehemías

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Reconstrucción y Avivamiento Espiritual
Nehemías fue uno de los líderes más grandes de la Biblia. Un hombre de acción que asumió la increíble tarea de reconstruir la antigua Jerusalén. Era dedicado. Sabio. Valiente. Un hombre de oración. Que ayudó a establecer un modelo para un liderazgo piadoso.
Este libro del Antiguo Testamento se lee como las memorias de un líder pastoral y político por excelencia. Relata como, con la ayuda y la bendición de Dios, emprendió la reconstrucción de la ciudad de Jerusalén y la renovación de su pueblo. Es una historia en primera persona de avivamiento espiritual. Usando un enfoque de estudio de la Biblia, J. I. Packer analiza cómo Nehemías dirigió al pueblo y cómo Dios dirigió a Nehemías, todo para finalmente edificar Su Reino. A través de este libro descubrirá un modelo de avivamiento para su propia iglesia.
Cualquiera que tenga sed de Dios y un sentido de su presencia en sus responsabilidades diarias, se sentirá inspirado por este libro. Ya sea una madre que se queda en casa tratando de criar hijos piadosos o una empleada que anhela que Dios se haga real incluso en la tarea más mundana, este libro será una ayuda confiable y un recordatorio del deseo de Dios de ser involucrado en todas las facetas de su vida.

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En tercer lugar, el Dios de Nehemías es un Dios cuyas palabras de revelación son verdad y dignas de confianza. A través de instrucción espiritual dada por medio de Moisés y los profetas (1:8; 8:1, 14; 9:13, 30; cp. 9:20), Dios había dicho a su pueblo quién era Él, lo que quería de ellos, cómo respondería si ellos eran rebeldes, y qué haría si ellos se arrepentían después. “Recuerda”, oró Nehemías “te suplico, lo que le dijiste a tu siervo Moisés: Si ustedes pecan, los dispersaré entre las naciones: pero si se vuelven a mí, y obedecen y ponen en práctica mis mandamientos, aunque hayan sido llevados al lugar más apartado del mundo los recogeré y los haré volver al lugar donde he decidido habitar” (1:8-9, aludiendo a Lev. 26, especialmente versículo 33; Dt. 28:64 y 30:1-10, especialmente versículo 4). Aquí, al comienzo de su libro, vemos a Nehemías tratando con Dios sobre la base de que Él es el Dios que cumple lo que dice.

Después, Esdras (Neh. 8:1-6) y Nehemías (8:9-10) trataron el tiempo dedicado a la lectura, predicación y enseñanza de la Ley de Dios como un gran acontecimiento nacional, precisamente por lo que Dios había establecido en los libros de Moisés como su voluntad para Israel estaba todavía en vigor. Esa era la razón por qué era tan importante erradicar la ignorancia de la Ley, y luego los pecados pasados de ignorar la Ley fueron confesados y renunciados solemnemente, y luego hacer el nuevo compromiso “a obedecer todos los mandamientos, normas y estatutos del Señor” (10:29, vea capítulos 9-10). La Ley que Dios dio a su pueblo del pacto para mostrarles cómo agradarlo era, para Nehemías las normas incambiables de justicia, tal como lo eran las promesas de Dios, para él, la base incambiable de esperanza para el futuro y confianza presente. Nehemías por lo tanto llega a ser un modelo para nosotros, en términos del Antiguo Testamento, de lo que significa vivir por la convicción expresada en la antigua canción cristiana:

Confía y obedece,

Porque no hay otra manera

De ser feliz en Jesús

Que confiar y obedecer

Estas tres convicciones acerca de Dios eran ciertamente la hechura de Nehemías. Sin ellas, nunca se habría preocupado lo suficiente acerca del honor de Dios en Jerusalén para orar que la ciudad fuera restaurada, tampoco hubiera buscado el costoso y atemorizante papel de ser el líder en esa restauración, tampoco hubiera tenido lo que se requería para mantenerlo adelante frente a la apatía y animosidad que su liderazgo enfrentó. Mientras que es cierto que por temperamento era un maestro al punto de ser autocrático y áspero al punto de la obstinación, estas cualidades solas nunca producirían la paciencia, disposición, sentido de responsabilidad y libertad del cinismo defensivo que lo caracterizó. La cualidad de Nehemías que C. S. Lewis llamó obstinación en creer, el factor de continuidad, tenía algo sobrenatural que solo puede explicarse en la manera que el escritor de Hebreos explica la firmeza de Moisés al desafiar al rey de Egipto y dirigir a la chusma de israelitas en el peregrinaje a su nueva tierra: “Por la fe salió de Egipto sin tenerle miedo a la ira del rey, pues se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible” (Heb. 11:27). Es sólo los que “ven” al Dios del pacto grande, poderoso, bondadoso, fiel los que son capaces de resistir la clase de presiones que Moisés y Nehemías enfrentaron -presiones que implicaban extremos de lo que los dichos ingleses de los años setenta llamaban “aggro”- y de aquí real riesgo a la vida. Esta visión produce esperanza, levanta la moral, y sostiene el compromiso en una manera más allá del entendimiento del mundo y de los de la iglesia cuya visión de Dios ha disminuido.

Se ha calculado que los varios lapsos del siglo veinte en barbarismo político, trivial y sociológico han producido más mártires que cualquier siglo anterior ha visto, aun el segundo y el tercero, durante los cuales el cristianismo era una religión prohibida y surgió persecución oficial vez tras vez. Simplemente es un hecho que aquellos que renunciaron a sus vidas antes que renunciar a su fe han venido de aquellos círculos cristianos en los cuales la visión bíblica del Dios vivo se ha enseñado y mantenido.

Por la mejor parte de dos siglos, formas del camaleón intelectual llamado liberalismo, o modernidad, han dominado las iglesias principales de occidente. La raíz del liberalismo modernista es la idea, surgido de la llamada Ilustración, de que el mundo tiene la sabiduría, de modo que el cristianismo debe absorber y ajustar a lo que el mundo esté diciendo en el mundo acerca de la vida humana. El deísmo, que desvanece a Dios enteramente del mundo de los asuntos humanos, y el punto de vista llamado hoy pananteísmo o monismo, que lo aprisionan penetrante pero impotentemente, han sido los polos entre lo que ha fluctuado el pensamiento liberal acerca de Dios. Pero ninguno de estos conceptos sobre Dios, es, o puede ser, trinitario; tampoco tiene espacio para creer en la encarnación, o en una expiación objetiva, o en una tumba vacía, o en el señorío cósmico soberano de un Cristo vivo hoy; y tampoco encuadra con la afirmación que la enseñanza bíblica es una verdad revelada divinamente. No es de sorprender, entonces, que el liberalismo típico produce, no mártires, ni personas que desafían el estatus secular, sino adornos, personas que van con el consenso cultural del momento, sea sobre al aborto, la permisividad sexual, la identidad básica de todas las religiones, la impropiedad del evangelismo y la tarea misionera, o cualquier otra cosa.

En el último siglo, cuando las ideas del progreso estaban en el aire y era posible creer que cada día en todas maneras el mundo estaba mejorando, el liberalismo, que se presentaba a sí mismo como un cristianismo de vanguardia, podría hacerse parecer correcto; en nuestro día, sin embargo, las personas que piensan que están seguros lo han encontrado equivocado. Hoy, después de todos los horrores que nuestra era han visto, la idea de que el mundo es el depositario de sabiduría parece más un mal chiste, y el punto de vista que clasifica al cristianismo de nuestros padres, el cristianismo que produjo a Agustín, Lutero, Whitefield, Wesley, Spurgeon, Lloyd-Jones y Billy Graham, como una bolsa de retazos de basura pasada de moda en el cual podemos mejorar las apariencias como realmente es. La única clase de cristianismo que puede razonablemente reclamar la atención para el futuro es el cristianismo basado en la Biblia que define a Dios en términos bíblicos y ofrece, no afirmaciones, pero transformación de nuestra vida desordenada.

Un signo esperanzador en medio de la confusión a gran escala que marca a la iglesia moderna es que más y más de lo que profesan ser cristianos reciben la Biblia como la Palabra de Dios y toman al Dios que encontramos en sus páginas con total seriedad, como lo hicieron los reformadores y los puritanos y los despertares evangélicos del siglo dieciocho. Ha sido como cualquier cosa que en cualquier tiempo en la historia que el Espíritu de Dios se ha movido en avivamiento. Fue así en los días de Nehemías, como veremos, y todavía es el caso que la vida espiritual comienza cuando almas con hambre se vuelven, o regresan, a la Biblia y su Dios. Quizás Dios no nos ha abandonado totalmente, después de todo.

La piedad de Nehemías

Las personas que viven cerca de Dios tienen más consciencia de Dios que consciencia de ellos, y si les llama piadosos o santos en su cara es probable que sonrían, muevan su cabeza y digan que les gustaría que eso fuera verdad. Lo que conocen de sí mismos se relaciona más con sus debilidades y pecados que con algún atavío espiritual verdadero o imaginario, y son reacios a hablar de sí mismos excepto como instrumentos en las manos de Dios, siervos cuya historia sólo merece ser tomada en cuenta porque es parte de la historia más grande de cómo Dios se ha exaltado en este mundo que le niega honor. Nehemías parece haber sido esta clase de santo, y las vislumbres que nos da de su vida interior son raras. Por temperamento natural él era tan extrovertido como Jeremías era introvertido, y en cualquier caso la manera de los extrovertidos es enfocarse en asuntos fuera de ellos mismos. Tres cosas al menos, sin embargo, pueden especificarse con seguridad sobre su vida espiritual, en cada una de ellas él es un brillante ejemplo para los creyentes cristianos.

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