–No, jefe, la situación actual impide tenerlos, estamos en crisis –aclara Patraña el Artista, carraspeando la garganta.
–Bueno..., bueno, a eso vinimos. A proponer soluciones para la crisis. Entonces, ¿nadie ha visto a Cabeza Gris?
–La última vez estaba haciendo la ronda por el camino largo. Él está encargado de custodiar esa parte del bosque, jefe –recuerda Corneta.
–Sí, pero le gusta quedarse dormido al pie de los árboles roncando como loco. Un día de estos lo encontraremos haciendo la siesta dentro del río.
–No diga eso, jefe, de pronto se hace realidad –dice Cebra, loba con siete rayas blancas en el lomo y fama de prudente.
–El caso es que no aparece y lo necesitamos –refunfuña Jefe Lobo.
–Jefe, podemos esperar una hora más –interviene Molicie, el más tranquilo y perezoso de todos los lobos del bosque.
–Nada de esperar más, venga para acá, Molicie, ya que habló, haga de secretario mientras llega Cabeza Gris, si es que llega.
–Con ese carácter que tiene, a lo último nadie llegará a las asambleas –murmura Antifaz.
–Te he escuchado, Antifaz, ¡todos cállense! ¿Cuál es el orden del día?, Molicie.
–Solo hay un punto, jefe.
–¡Pues dígalo!, so zángano.
–Lluvia de ideas para sobrevivir en el bosque –pronuncia Molicie con tono de lobo interesante.
La abuela más abuela. Casa asegurada. La clave
Al terminar la merienda, el cazador desea llevar a Caperucita a su casa, asunto que le parece bien a la chiquilla, siempre y cuando la abuela los acompañe.
–Aquí estoy a gusto, ya nada puede pasarme, el lobo está ahogado en el río –les recuerda la abuela.
–Abue, pueden venir otros lobos, deben estar inquietos porque no aparece uno de ellos –exclama angustiada Caperucita.
–Llevo toda mi vida viviendo aquí, he visto cosas peores y sigo vivita y coleando.
–Abue, si usted se queda, yo también. ¡Se puede ir, señor cazador, gracias por todo! –pronuncia Caperucita con cara de no-me-importa-quedarme.
El cazador arruga la frente, deja la escopeta en el suelo al lado de una silla y se sienta resignado, también con cara de no-me-importa-quedarme.
–Tal parece que todos nos quedaremos en casa de la abuela, la única que estará sola será tu madre –dice mientras le guiña un ojo a Caperucita Roja, ya no tan roja porque se acaba de quitar la caperuza y está esplendorosa con un vestido azul cielo sentada al lado de la abuela.
Durante unos minutos, se miran unos a otros sin saber qué decir o hacer.
Después del silencio, el cazador y Caperucita intentan, por todos los medios, convencer a la abuela de que se vaya con ellos; pero nada, es imposible, la abuela es una abuela abuela y se sabe, desde el principio de los tiempos, que las abuelas abuelas son tercas como mulas.
Luego de pensar varias alternativas e intercambiar palabras, deciden que la abuela se quede en su casa con la condición de que permita asegurar la vivienda lo mejor posible, previendo un ataque de los lobos.
Mientras Caperucita va por herramientas
y clavos al desván, el cazador recoge de los alrededores de la casa trozos de madera. Miden, sierran, pulen y clavan en todas las ventanas palos en forma de X. En el marco de la puerta ponen unos soportes de tal manera que, cuando la abuela esté adentro, atraviese dos gruesos barrotes y se asegure hasta el fin de los tiempos.
El cazador revisa la casa para cerciorarse de que no quede ninguna grieta por donde quepa un pedazo de lobo o cualquier artefacto que permita abrir una brecha mayor que posibilite el ingreso de un lobo entero. Quedan de acuerdo en que la abuela debe mantener una vasija con agua hirviendo en la chimenea, con el propósito de que, si un lobo entra por ahí, se tope con tremenda sorpresa y muera despellejado dentro del recipiente.
Después de esa y otras medidas de seguridad, Caperucita le dice a la abuela que tendrán una clave para llamar a la puerta cuando regresen. No será toc toc, pues esa la hace todo el mundo sin saber siquiera que es una clave. Tampoco será tan tararán tan tan, porque esa se le ocurre a muchos lobos cuando se les pregunta: “toquen con la clave”. Tampoco se puede
confiar en preguntar “¿quién es?” porque la mayoría de los lobos son especialistas en remedar voces, ya que tienen una escuela de teatro muy prestigiosa dirigida por Patraña, así que la clave será una que un lobo apresurado y deseoso de abuela jamás haría:
TOC, TOC, TAN TARARÁN TAN TAN,
TOC, TOC, TAN TARARÁN TAN TAN.
Hechos los ajustes y las recomendaciones, Caperucita se pone de nuevo la caperuza, toma la cesta y abraza a la abuela más abuela. El cazador también la abraza y, además, le desea suerte.
Cuando llevan dos pasos, Caperucita mira a la abuela y le pregunta:
–¿Recuerdas la clave, abue?
–Toc, toc, tan tararán tan tan, toc, toc, tan tararán tan tan, mija.
–Quítele el mija, abue.
De lo que ocurrió a la salida de casa de la abuela. Río abajo
Después de despedirse de la abuela, el cazador le pide a Caperucita que den una mirada a la curva del río. La chiquilla se sorprende, pero lo sigue. Ya en la orilla, el cazador observa dentro del agua cristalina al lobo hundido en el fondo.
–Debemos echarlo a rodar –dice el cazador.
–¿Por qué? Ahí está bien, además ya los peces empezaron a comérselo –afirma Caperucita mientras lanza una piedra al río.
–Es contraproducente que los otros lobos lo encuentren cerca de aquí; podría haber dificultades.
–¡Ah! ¿Qué podemos hacer entonces?
–Ya verás, espera un segundo.
El cazador mira hacia todos los rincones y descubre dentro de la maleza una vara gigantesca. La toma y se acerca al río. Luego la hunde en el agua hasta acomodarla debajo del cuerpo del lobo y logra ponerlo a flote. El proceso es difícil porque Cabeza Gris tiene la panza con piedras; sin embargo, lo mantiene en la superficie por unos segundos que aprovecha para darle empujones con la vara. Repite esa operación muchas veces, de esta manera la corriente del río lo arrastra, poco a poco, en su cauce, y lo aleja de la casa de la abuela.
Minutos después, el lobo ya está a una distancia considerable del lugar donde se ahogó y se encuentra en medio de un cauce mayor, momento que aprovecha el cazador para darle un último empujón con todas sus fuerzas. Seguidamente suelta la vara y les desea a los peces buen apetito.
–Ahora, a casa de mamá, Caperucita... ¿Dónde está la escopeta?
–Seguro en el lugar donde comenzamos a empujar al lobo –contesta titubeando.
El cazador suelta un suspiro de hombre per-dido y emprende veloz carrera hacia arriba. Lo si-gue Caperucita imitando sus zancadas y resoplando.
Cuando llegan a la curva del río, la escopeta no está por ningún lado y, además, Caperucita manifiesta estar preocupada por la suerte de la abuela. Mientras eso dice, busca con su mano la mano del cazador.
–¡Diablos! ¿Se apoderarían los lobos del arma? Sin ella es difícil enfrentarlos –exclama inquieto el cazador y sujeta la mano que le ofrece Caperucita.
–Es mejor regresar donde la abuela y tocar el toc, toc, tan tararán tan tan, toc, toc, tan tararán tan tan.
Читать дальше