Max Caspar - Johannes Kepler

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Este trabajo monumental de Max Caspar (1880-1956), la biografía más completa y fidedigna del padre de las leyes del movimiento planetario, abarca todos los aspectos de la vida de Johannes Kepler, la figura más atractiva entre las que protagonizaron la revolución copernicana y la fundación de la astronomía moderna en la Europa del siglo XVII. Su trabajo y su obra estuvieron siempre marcados por una combinación fascinante de especulación mística y rigor científico y matemático. Fue astrónomo, matemático y astrólogo. Como creyente fervoroso, estaba convencido de que Dios había diseñado la creación según un plan y que el ser humano estaba capacitado para descifrarlo. Dedicó todo su esfuerzo intelectual al descubrimiento del plan universal divino y, en el curso de esa búsqueda apasionada de la armonía del cosmos, alcanzó sus mayores logros científicos y sus ensoñaciones místicas más desenfrenadas.

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Para el investigador entusiasta fue como si un oráculo le hubiera dictado desde el mismísimo cielo [32], según reconocería más tarde. Tras esta visión comparó las relaciones numéricas que procuraban los sólidos regulares con las que Copérnico había dado para la distancia de los planetas con respecto al Sol, y encontró cierta coincidencia, aunque no absoluta. Su emoción fue extrema. Creyó haber levantado el velo que ocultaba la majestuosidad de Dios y haber vislumbrado parte de su magnificencia infinita. La experiencia le desencadenó un torrente de lágrimas. Se maravilló de ser justo él, un pecador, quien recibió tal revelación, máxime cuando en realidad no había pretendido actuar como astrónomo en este asunto, sino que había emprendido todo aquello como entretenimiento intelectual. «Jamás podré traducir a palabras el deleite que sentí a raíz de mi descubrimiento. Ya no me pesaba el tiempo perdido, ya no sentía ningún hastío hacia el trabajo, no vacilaba ante los cálculos por difíciles que fueran. Pasé días y noches resolviendo números hasta ver si la sentencia expresada en palabras coincidía con las órbitas de Copérnico o si los vientos se llevarían consigo mi regocijo. Por si se daba el caso de que, como yo creía, hubiera concebido el asunto con acierto, hice el voto a Dios, al todopoderoso de bondad infinita, de publicar este ejemplo admirable de su sabiduría en la primera ocasión que surgiera para comunicárselo a los hombres. Aunque estas investigaciones mías no han terminado en modo alguno y aunque de mis ideas fundamentales se desprenden algunas consecuencias cuyo descubrimiento podría reservarme, es deber de quienes disfruten del ingenio para ello, que realicen junto a mí, y cuanto antes, el mayor número de descubrimientos posible para glorificar el nombre de Dios y entonar al unísono alabanzas y loores al Creador, sabio de sabios» [33].

El desarrollo de su invención, su argumentación sistemática y los cálculos que tuvo que ejecutar para demostrarla con mayor precisión, conllevaron un esfuerzo agotador durante las semanas y los meses siguientes. En los estudios que había realizado hasta entonces había prestado mayor atención a las líneas generales que a las ideas de base. En cambio, ahora que había que efectuar un trabajo científico detallado, se vio obligado, como él mismo admite, a aprender mucho más para rellenar las lagunas de su formación astronómica y matemática previa. Así que, como suele ocurrir, a las horas de ardiente entusiasmo les siguieron semanas de sacrificado trabajo y dudas incisivas. Van cartas camino de Tubinga dirigidas a Mästlin, su antiguo profesor, solicitando consejo y ayuda [34]. Este se interesó vivamente por el descubrimiento de su prometedor discípulo y le concedió todo su beneplácito, si bien, como es natural, opuso a su entusiasmo juvenil la prudencia de la madurez.

Así trascurrieron los meses invernales de 1595 a 1596. A comienzos de febrero de 1596 Kepler tomó vacaciones y viajó a su patria suaba [35]. Sus dos abuelos estaban muy mayores y enfermos y deseaban volver a ver al nieto que tanto los enorgullecía. El abuelo por parte paterna falleció justo en aquellos días, y al otro también se le avecinaba el fin. La estancia en la patria brindó al joven científico la anhelada oportunidad de conversar en persona con Mästlin acerca de la conclusión e impresión del libro en el que pretendía comunicar su descubrimiento. Quería agilizar al máximo las cosas, aunque veía claramente que se trataba «de palomas aún no crecidas y de medios vuelos» [36]. La obra que quería publicar lo ayudaría a mejorar y consolidar su puesto en Graz al cual, como ya se ha comentado, había querido renunciar un año antes debido a discrepancias profesionales. Pero entretanto su corazón se había iluminado en Graz. Según refiere él mismo con cierto misterio, ya durante el diciembre anterior (también memorizó esta fecha) «Vulcano había deparado el primer encuentro con la Venus a la que debía unirse» [37].

Durante su visita a la patria aún se dedicó a otro cometido. Se le había ocurrido construir una maqueta artística que ilustrara su visión de la estructura del mundo. «Un deseo pueril o fatal de agradar a los príncipes» lo llevó [38] a Stuttgart, a la corte del duque de Württemberg. Kepler, que en otro tiempo había sido su becario, quería convencerlo del proyecto y ofrecerle la miniatura para enriquecer su sala de arte. El duque se mostró interesado tras solicitar a Mästlin una opinión que resultó ser muy favorable. Los trámites y los intentos se prolongaron durante varios años. Primero se pensó en dar a la maqueta la forma de un bonito copón. Con el tiempo lo reemplazó un planetario ingenioso para el que Kepler dibujó propuestas detalladas. Pero, al final, el proyecto no se llevó a cabo debido a la ineptitud enojosa de los artesanos a los que se les había encomendado y a las dificultades inherentes al plan.

La mayor parte del tiempo que pasó en Württemberg Kepler se detuvo en la ciudad de Stuttgart donde, a petición suya, consiguió un lugar en la llamada Trippeltisch del palacio ducal, mesa a la que se sentaban los funcionarios ducales medios y bajos. En Tubinga fue un invitado respetado; el eco de su descubrimiento se había propagado y le había dado reputación. El conocido helenista Crusius, que acostumbraba a anotar en un diario todos los sucesos nimios que acontecían cada día en su existencia en Tubinga (incluso el orden en que se sentaban los huéspedes que invitaba), prescindió de su estilo objetivo al apuntar la participación de Kepler en una comida con la expresión: Pulcher iuvenis [39]. 3

Kepler regresó a Graz en agosto. Le habían concedido dos meses de vacaciones, pero estuvo ausente cerca de siete. Aun así, sus superiores mostraron tal magnanimidad, por consideración al duque, que pasaron por alto su extralimitación [40]. Además, Kepler ya tenía redactada una dedicatoria dirigida a los mandatarios de Estiria para la obra inminente y de gran trascendencia, según el ilustre colegio de profesores de Tubinga.

Una vez que el claustro universitario dio su consentimiento, comenzó la impresión en Tubinga a cargo de Gruppenbach. Como es natural, el claustro se aseguró previamente de que el libro contaba con la aprobación de su miembro experto en la materia, Mästlin. Lo que Kepler había elaborado, explicó este, era extremadamente ingenioso, muy digno de publicarse y completamente nuevo. A nadie se le había ocurrido jamás deducir el número, la disposición, el tamaño y el movimiento de las órbitas de los planetas a priori , o lo que es lo mismo, inferirlos directamente de la secreta voluntad del Dios creador. Ya no sería preciso deducir las dimensiones de las órbitas a posteriori , es decir, a partir de las observaciones. Como esas medidas se conocerían a priori , cabría la posibilidad de calcular el movimiento de los planetas con mucha más precisión que hasta entonces. Lo que Mästlin tenía que objetar era la exposición poco clara y a veces confusa. Kepler había escrito su libro como si todos los que fueran a leerlo conocieran las explicaciones técnicas de Copérnico y como si estuvieran totalmente familiarizados con las matemáticas, pensando que todos eran como él [41]. Esta crítica animó a Kepler a hacer mejoras aquí y allá. Retocó y completó el texto en distintas partes. Pero, con toda seguridad, Mästlin se encargó del trabajo principal, supervisar la impresión, porque él estaba más cerca. Dedicó mucho tiempo y esfuerzo a esa tarea. Buena parte del material que entregó el neófito para su primera obra no estaba listo para el tiraje. Día tras día, escribe Mästlin, iba a la imprenta [42], a menudo incluso dos o tres veces en la misma jornada, para dar instrucciones al impresor personalmente. No descuidó recriminar al antiguo alumno su contribución para la conclusión del libro. Kepler acusa recibo con calurosas palabras de agradecimiento. No obstante, exagera cuando escribe al viejo profesor: «Tengo pocos motivos para denominarla mi obra. En la aparición de este trabajo yo he representado a Sémele, vos a Júpiter. O, si preferís comparar la obra con Minerva en lugar de con Baco, entonces cual Júpiter la he portado dentro de mi cabeza. Pero si vos no hubierais ejercido de comadrona como Vulcano con el hacha, yo jamás la habría alumbrado» [43]. 4Y cuando Mästlin le comunica, además, que por cuidar de la impresión había tenido que posponer una valoración del calendario gregoriano que le habían encomendado, y que aquello le valió una amonestación del claustro [44], Kepler lo consuela diciéndole que su colaboración en esa obra le procurará fama imperecedera.

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