Según W. David Sievers, el traductor de Freud, [el psiquiatra] A. A. Brill consigna: Hay que distinguir entre represión, que es un proceso inconsciente, y supresión, que es el consciente disciplinar de los impulsos propios recurrido por la civilización. Sievers señala que la sátira de Susan Glaspell con propiedad debería titularse Deseos reprimidos . Sin embargo, estrictamente hablando, debería haber sido Deseos reprimidos y suprimidos : a Mabel le dicen que, por el bienestar de los Brewster, suprima los deseos que ya no pueden reprimirse porque el analista los ha sacado a la palestra al explicarlos (2000: 69).
Con todo, sería preferible soslayar esta interpretación como peripecias del lingüista, incluso para escritura de magistral pericia como la suya. A pesar de la confusión en la utilización de los términos, la divertida caracterización, la aguda sátira y el diálogo inteligente se combinan para hacer de esta obra una comedia efectiva que mantiene su atractivo a pesar del paso del tiempo.
A primera vista Deseos suprimidos puede parecer simplemente una sátira frívola sobre el impacto de las teorías freudianas en Norteamérica. Como ya se ha comentado, las teorías de Freud sobre el subconsciente habían fascinado a los intelectuales de finales del siglo XIX y principios del XX; pero al cruzar el Atlántico habían sido americanizadas mostrando que cualquier tipo de represión podría resultar perniciosa, en otras palabras, el psicoanálisis en su forma popularizada se reducía al descubrimiento de la importancia del sexo en la vida humana. Pero realmente se trata, en palabras de Ludwig Lewisohn, de una comedia curiosamente construida (no de personajes) «sino de ideas, o más bien de la confusión, falsedad o absurdo de las ideas» 20(1922: 104).
En una primera lectura de la obra lo primero que llamó mi atención fue la divertida caracterización, el diálogo inteligente y la aguda sátira. Como traductora, el desafío residía en adaptarla al español y conseguir que resultara tan divertida como el original. La principal dificultad a la que me enfrentaba era traducir el inteligente juego de palabras de la obra original para no perder en la versión española ese humor, esa comicidad tan deliciosamente atractiva. Tras meses de trabajo y probar distintas versiones, finalmente me decanté por hacer una variación en los nombres de los personajes: Henrietta Brewster sería en la versión española Gala Butcher, Stephen Brewster pasaría a ser Caius Butcher y en el caso de Lyman Eggleston mantendría el nombre y el apellido sería sustituido por Hueversham.
La protagonista de la obra, Gala Butcher 21, está completamente obsesionada por el psicoanálisis y adora a su terapeuta, el doctor Russell. Su marido, Caius, está cansado de las tonterías de su esposa que no cesa en su búsqueda de complejos e incluso lo despierta a media noche para discutir y analizar lo que él sueña. Aprovechando que su hermana Mabel los visita, Gala insta tanto a su marido como a su hermana a que vayan a la consulta del psicoanalista, apuntando los peligros de suprimir los deseos. El doctor Russell interpretará el sueño de Mabel de ser una gallina como una aversión a su propio marido y un deseo suprimido por Caius. Y en cuanto a los sueños de Caius sobre las paredes de su habitación retrocediendo y dejándolo solo en un bosque es interpretado como la prueba concluyente de que desea librarse de su esposa, su deseo suprimido. Ante tales interpretaciones, Gala se siente traicionada por su mentor y promete quemar todos los libros sobre psicoanálisis; Caius, feliz, decide olvidar todo lo que le han dicho durante la sesión de terapia y permanece con su mujer. En cuanto a Mabel, le aconsejan que se mantenga firme en su tarea de suprimir el deseo que siente por Caius.
Gala Butcher se considera una mujer moderna, una intelectual que cree en la libertad y está en contra de los códigos morales petrificados heredados; de forma autodidacta, consigue dominar la jerga psicoanalítica (subconsciente, complejos, deseos, o libido forman parte de su vocabulario, los usa apropiadamente con soltura) al tiempo que es capaz de actuar como una verdadera profesional al interpretar los sueños (Freud) y aplicar la técnica de asociación de palabras (Jung). Sus conocimientos en la materia le posibilitan realizar una interesante puntualización: «El psicoanálisis no te dice que se tenga que satisfacer cada deseo suprimido», palabras que nos recuerdan las declaraciones del padre del psicoanálisis en una de las últimas entrevistas que concedió.
Por otra parte, Caius ironiza constantemente sobre el psicoanálisis: es capaz de reducirlo al conocido complejo de Edipo; habla sobre la nueva ciencia como una nueva religión que tiene nefastas consecuencias; y, finalmente, participa en el discurso psicoanalítico puesto que los hombres, en este caso, pueden salir más beneficiados al encontrar un aliado en el psicoanálisis para dar rienda suelta a sus deseos sin ser cuestionados. Tanto Caius como el doctor Russell –personaje ausente pero que podemos afirmar que mueve los hilos desde los bastidores– se hacen eco del rechazo a la institución del matrimonio de muchos intelectuales y artistas que habitaban en Greenwich Village a principios del siglo XX.
Del personaje de Mabel hay que subrayar su rápida evolución: en tan solo dos semanas de terapia es capaz de familiarizarse y utilizar su argot con destreza inusitada. Domina las reglas del juego, hecho que contrasta con la primera escena en la que se presenta como una ignorante hasta el punto de creer que el psicoanálisis tiene que ver con la «guerra». Dos posibles interpretaciones: 1. Esta es la única referencia al contexto histórico en el que se escribe la obra, es decir, es una alusión a la Primera Guerra mundial. 2. Una segunda lectura por la que podríamos también decantarnos sería la alusión a la “secreta guerra de los sexos”, que el filósofo e historiador alemán Oswald Spengler definió en su obra La decadencia de Occidente con estas palabras: «He aquí la secreta guerra de los sexos; guerra eterna que existe desde que hay sexos, guerra silenciosa, amarga, sin cuartel ni merced».
Dicha contienda queda dibujada en elementos de la escenografía, es decir, en la mesa en la que Caius y Gala trabajan: sobre ella descansan por una parte libros de porte serio y austeras revistas científicas como Psychoanalytic Review ( Revista psicoanalítica ) –recomendada por Max Eastman en abril de 1914 en un artículo titulado «A New Journal» publicado en The Masses a todos aquellos lectores que desearan comprender las atrevidas ideas de Freud 22; y por otra, dibujos de arquitectura, planos, compases, escuadras, reglas, etc. Estos objetos representan los quehaceres laborales e intelectuales de los protagonistas; ambos necesitan un espacio, una habitación propia en la que llevar a cabo sus proyectos: Caius, diseñar los planos de una casa; Gala leer, investigar y escribir sobre psicoanálisis. La falta de espacios propios, es decir, el verse obligados a compartir una mesa, deriva en conflicto que, en términos tradicionales, únicamente se puede resolver si cede una de las partes.
El hecho de que en Deseos suprimidos se mencione la Revista Psicoanalítica 23( Psychoanalytic Review ) resulta muy curioso desde el punto de vista de la historia de la psicología y nos lleva a cuestionarnos si las mujeres estuvieron presentes en los inicios de dicha disciplina. El estudio de las historiadoras Elizabeth Scarborough y Laurel Furumoto Untold Lives: The First Generation of American Women Psychologists (1987) es fundamental ya que recupera las voces y aportaciones de pioneras psicólogas de eminente prestigio como Mary Calkins, Christine Ladd-Franklin o Margaret Washburn que impartían clases, contribuían con artículos, realizaban investigaciones experimentales y colaboraban en equipos editoriales. En 1887 Ladd-Franklin, una autoridad internacionalmente reconocida en el campo de la visión y defensora de los derechos de las mujeres, publicó un artículo en el primer número de la revista American Journal of Psychology , revista en la que también publicó Washburn entre 1905 y 1938. Otra pionera psicóloga es Leta Stetter Hollingworth quien en sus publicaciones se dedicó a criticar la perpetuación de estereotipos sexuales y a desmontar los mitos sobre las diferencias sexuales produciéndose un giro desde determinismos biológicos a tesis más sociales. Hollingworth se trasladó con su marido a Nueva York en 1908; fue la primera persona en ocupar un puesto de psicología en la administración pública de Nueva York en 1914 y colaboró con grupos feministas de Greenwich Village como «Heterodoxy», un club fundado en 1912 por Marie Jenney Howe al que pertenecían entre otras Zona Gale, Charlotte Perkins Gilman 24, Henrietta Rodman 25, Mabel Dodge Luhan, Mary Heaton Vorse 26y Susan Glaspell.
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