Eso va desgastando mucho su relación con mi madre y con la casa, y va volviéndolo un poco invisible. Llega un momento que ya no llega más que a dormir y finalmente se va.
Pasa muchísimo con estas figuras patriarcales tan fuertes que acaban, prácticamente, aplastando a los hijos. Tuviste otras figuras maternas, entre ellas, tu tía, la hermana de tu mamá.
Mi madre y mi tía tenían dos temperamentos muy distintos. Mi tía era una mujer muy dura, muy exigente; tenía una lengua de gitana, decía cosas que se cumplían, tenía, digamos, raptos de carácter muy intensos y fue la encarnación de la ley y de la figura de la autoridad. Y mi madre fue la mamá por excelencia: la que consentía, la que arropaba, la que atraía. Hicieron una muy buena pareja, la verdad, desde el punto de vista de la crianza de los hijos. No hace falta que tengas un papá físico o biológico, pero sí que tengas una figura de autoridad, que es la que te define.
Que eso también te lo dieron de alguna manera los jesuitas en todo el tiempo que estuviste en sus escuelas, ¿ya te imaginabas como el gran periodista, como el escritor, como el historiador?
No. Yo estudié en el Instituto Patria desde que llegamos en el 55 hasta el fin de la preparatoria. En la secundaria, cuando mi casa se derrumbó, yo traía una boruca que no entendía, pero que se reflejaba en mí. Andaba todo el tiempo con unos tics raros, sacudiendo la cabeza, había zumbidos, como si estuviera rodeado de insectos. Mi salvación en el colegio fue el basquetbol, jugaba desde la mañana hasta la noche. La pelota de basquetbol fue para mí el refugio. Una cosa tangible, redonda, exigente, que sustituía la inmensa boruca de la otra pelota caliente que tenía yo en la casa, que se estaba desmoronando. Todo ese mundo paradisiaco y feliz de la infancia estaba terminando en la Ciudad de México. Además, yo era un adolescente y traía la propia boruca de la adolescencia metida, incipientemente, en mi cuerpo y en mi cabeza.
¿Cuándo empiezas a escribir?
Muy tempranito y muy pretenciosamente. El Chetumal más intenso, más complejo y más atractivo que yo recuerdo es el de las historias que contaban mi madre y mi tía. Eran grandes contadoras de historias, grandes memorialistas de su propia vida y de la historia de lo que habían vivido en Cuba. La central era siempre, obviamente, la de la pérdida de la fortuna en mi casa.
Tu libro El resplandor de la madera es un poco tu historia, pero más novelada. Y en cambio Adiós a los padres es mucho más autobiográfica.
El resplandor de la madera es la historia ficcionalizada, novelada, de mi casa. Ese despojo de mi abuelo sobre la concesión maderera de mi padre. Adiós a los padres es la historia puntual, hasta donde la pude reconstruir, de lo que efectivamente sucedió. Es mi memoria familiar.
Es para cerrar cuentas... porque finalmente acabaste viendo a tu papá reconstruyendo la historia y escribiendo esta novela.
La mayor enseñanza que recibí de mi madre fue el no rotundo que me dio cuando, en el tercer año de la Universidad le dije que iba a dejar la escuela. Me dijo: “tú haces lo que quieras menos dejar la escuela, tú escogiste ir ahí”. Fue una enseñanza extraordinaria en el sentido de que uno no puede hacer en la vida siempre las cosas que le gustan.
Por eso los cierres son tan importantes para ti.
No hay nada peor que no cerrar algo. Hay que terminar las cosas que se empiezan, los libros que uno empieza a leer o a escribir. He tenido una gran suerte de haber podido ver el regreso de mi padre después de treinta y cinco años de ausencia, de ver el despliegue completo de su vida y de tener el tiempo, la capacidad, de escribirlo con el mayor rigor, en el momento que yo consideraba de mayor dominio de mis instrumentos como escritor. En ese sentido, es una historia terminada. Yo quise contarla desde que tenía quince años, y la pude escribir, cabal y plenamente, medio siglo después.
¿Descansaste cuando lo escribiste?
Descansar es una palabra leve, la verdad. Este libro me cambió el alma, la actitud, me dio una cosa fundamental en la vida, paciencia; me quitó la prisa.
Muchas veces tienes que hacer una gran catarsis, antes de poder llegar a la paz.
Son dos catarsis. Una, vivir las pérdidas: la de mi tía, la de mi madre, la de mi padre. Y una segunda es escribirlas y entenderlas, en el sentido de darles toda la densidad de significados. Cuando escribí este libro, lo que más me gustó y lo que más trabajo me costó fue restituir el sentido a cada momento.
Uno de tus libros que más me gusta es La guerra de Galio , obviamente porque me identifico como periodista. Esta historia del poder con el periodismo, la relación que había hace 30 años cuando se escribió, ¿cómo ves ahora, después de tantos años, esta relación del periodismo con el poder?
Entre el periodismo y el poder hay una competencia y hay unos vasos comunicantes que se espejean entre sí. Cuando oigas a un periodista decir que no le interesa el poder, duda tanto como cuando oigas a un empresario decir que no le interesa el dinero.
O a un político que tampoco le interesa el poder...
Un político dice que lo que le interesa es servir a los demás. En México ha cambiado mucho la prensa. Es mucho más libre, plural, rica…
En casos es mucho más irresponsable. Cualquiera puede escribir lo que quiera de lo que sea.
Más irresponsable y más impune también. La prensa mexicana, que ha hecho del privilegio del periodista de reservarse sus informantes una coartada para no dar nunca las fuentes en donde está fincada, es una prensa que acaba teniendo poca densidad, poca profundidad, poca credibilidad y al final, poca influencia. Una de las grandes deficiencias de la prensa mexicana es que no acabas de creerle lo que te cuenta porque nunca te dice de dónde vienen las cosas. El género por excelencia del periodismo mexicano es el columnismo, en el cual alguien, a título personal, obtiene información y la difunde. Hay dos tipos de columnistas, unos que dicen de dónde viene y hacen una tarea periodística, clásica y respetable; y otros que hacen las revelaciones más increíbles sin citar de dónde viene. Hay un director de periódico en México que hizo una carrera como director sin haber escrito nunca una línea como periodista. Hay un columnista, que tengo en la cabeza en este momento, que ha hecho una carrera divulgando cosas profundísimas y extrañísimas y muy comprometedoras del poder, sin haber citado una sola fuente. Esa libertad extrema acaba volviéndose una impunidad extrema.
También hay otros periodistas serios, columnistas serios, que tienen información que les dio alguien, pero no pueden revelar su fuente.
No creo en esto de que alguien tiene una información que no puede revelar; salvo cuando la vida de la fuente está cabalmente en peligro, lo demás me parecen coartadas mexicanas para no hacer el trabajo de decir realmente de qué se trata para que entendamos de dónde viene eso que puede o no ser cierto, de ese documento que puede o no ser verdadero. La prensa mexicana pasó de estar amordazada, a dar de gritos, pero muy poca de esa prensa hizo el trabajo de escribir con rigor, investigar con exactitud e informar. Ve cualquier periódico hoy y revisa la cantidad de noticias que son dichos.
Y se aprende a leer entre líneas cuál es la postura de cada medio.
Empezamos a leer entre líneas. Y esto qué quiere decir, que no me lo está diciendo todo y eso es una forma de quitarle credibilidad a lo que sí me está diciendo. Como antes, estamos ante la prensa y el poder en un juego de sombras.
¿No has pensado hacer una segunda Guerra de Galio , explicando noveladamente lo que está sucediendo ahora?
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