Al estilo de las muñecas rusas, este texto sobre lo manicomial en un servicio de salud mental de un hospital general contiene otro: un debate abierto sobre los usos y las prácticas del lenguaje psicoanalítico y sus actores. Me atrevería a decir, sin conocerlo personalmente, que trata de defender el psicoanálisis, aunque muchos pueden pensar que lo ataca. Después de haber mostrado destellos durante todo el texto, le dedica el último capítulo a cuestionar formas discursivas en que el psicoanálisis aparece en las prácticas cotidianas del servicio. Algún escozor va a producir a quien lo lea, y eso es bueno. Recomendaría que antes de comenzar a responder los lectores se tomen un momento. Se trata de alguien que enuncia: “El honor político del psicoanálisis depende exclusivamente de su potencia desnaturalizacionista. El psicoanálisis es un dispositivo para desnaturalizar dispositivos, a saber, un contra dispositivo; un dispositivo paradójico, diseñado para erradicar cualquier idea sobre la naturaleza del mal llamado ser humano”.
Es posible y bienvenido que incomode.
Hace años me enviaron de Nueva York un programa que se llamaba Elisa y que las empresas usaban para que sus empleados se auto-administraran sesiones de psicoterapia. Estaba diseñado siguiendo las técnicas de las Terapias No Directivas Rogerianas, o sea que no daba consejos sino que preguntaba o señalaba a partir de determinadas palabras clave. Fue hace tiempo y por eso el diálogo con «Elisa» era por escrito. Inventé un personaje y lo probé, me fue produciendo un malestar importante, la máquina preguntaba con sagacidad y puntuaba inesperadamente. Puse una frase con énfasis y me preguntó si estaba molesta, al responder cometí un lapsus por escrito (« mothern » por modern ) y me respondió que no entendía, obviamente no registraba esa palabra compuesta… recién entonces pude aliviarme algo. El colega que me lo regaló lo había mandado con una esquela: «Para que sepas con qué frecuencia uno trabaja como una máquina».
Aconsejo leer este libro para encontrar, con incomodidad, los indicadores de cuando se trabaja como un alienista.
Alicia Stolkiner
1. Aguirre, J.C. y Jaramillo, J.G. 2015. El papel de la descripción en la investigación cualitativa. Cinta moebio 53: 175‐189. En: www.moebio.uchile.cl/53/aguirre.html
2. Garnegie Dal: Cómo Ganar Amigos e Influir en las Personas. En: http://www.ekhinemendizabal.com. Para los curiosos.
3. https://es.wikipedia.org/wiki/Sátira
4. Testa, M. El Hospital-Visión desde la cama del paciente, en Políticas en Salud Mental, Comp. O. Said ó n y P. Troianovski, Lugar Editorial, 1994 (175-187).
5. Op. Cit. Pág. 184. El resaltado es del autor.
6. Mannoni, M. El psiquiatra, su loco y el psicoanálisis. México: Siglo XXI Editores, 1987. Pág. 122.
7. RISaM - LA EXPERIENCIA DE (TRANS) FORMAR (NOS) CON OTROS, Prosa Editores, Entre Ríos, 2017.
8. Trímboli A. El Dispositivo de Hospital de Día en Adicciones. La subje-tividad y la intersubjetividad en la clínica. Noveduc. Buenos Aires, 2018.
9. De Lewis Carroll.
10. Bogojevich, Erquiaga, Albano, Bolomo y Robinson, comentado por Leonardo Gorbacz: La Ley de la Locura-Diálogos entre Sobrevivientes del manicomio y la ley 26.657. FEPRA-Editorial Los hermanos, Buenos Aires, 2015.
Tiempo atrás, un amigo me envió un correo bastante extraño diciéndome, palabras más, palabras menos, que mi período estético se había terminado, que era momento de que me pusiera a escribir. Debo haberme sentido inquieto, puesto que le respondí el correo con un apuro mecánico. No recuerdo exactamente qué. Puede haber sido un chiste, un refrán o una pregunta; no importa. De cualquier modo, y ante la falta de una nueva respuesta por parte suya, me detuve unos minutos a reflexionar sobre el contenido del mensaje. ¿A qué se refería con mi período estético?
En aquel momento no logré elaborar ninguna respuesta útil, necesité algunas semanas más para darme cuenta de que me había convertido en un espectador de mi propio malestar, para describir la queja en términos cinematográficos.
Luego de producir algunos textos breves sobre temáticas afines al campo del psicoanálisis y la salud mental, sentí que era un momento propicio para transmitir problemas clínicos a través de modos de transmisión menos ortodoxos. Pensé: ¿por qué no detallar una experiencia hospitalaria? Sí, ¿pero cómo? Debía encontrar el modo más adecuado de problematizar la carga de significados precocidos que arrastraba la noción de clínica. Era necesario extender la amplitud del término hasta alcanzar elementos usualmente desatendidos en el establecimiento de lógicas determinísticas. Clínica y psicopatología jamás deben homologarse; es un principio ético, la ampliación del campo de batalla dentro del proceso salud-enfermedad.
Resultaba fundamental determinar con exactitud qué quería contar, cómo lo haría y por qué motivos. Al final, elegí hacerlo al modo de una aventura clinicalista , cuyo testimonio considero de alcance general. Para ello, he seleccionado una serie de elementos, situaciones, conflictos y problemas con los que me encontré –y que a menudo produje– durante mi paso por el campo de la salud pública. En este sentido, uno podría decir que el texto describe momentos de una experiencia hospitalaria típica, tipificable en términos generales, que el caso elegido no tiene otra función que la de presentar los problemas a través de la tensión existente entre lo general (el tablero) y lo particular (la pieza), siendo extremadamente simplista y esquemático.
«Un momento Tomás. Cuando mencionás lo particular, ¿no deseás referirte a lo singular, el manantial fenoménico del psicoanalista?». De ninguna manera. La tarea, entre otras, será intentar visibilizar aquellas invariantes institucionales que la casuística suele esconder bajo el paraguas metodológico del «caso por caso». A mi entender, existen al menos dos modos fundamentales de llevar adelante semejante tarea. La primera, mediante la transformación de lo observado en dato, ya que los casos, una vez agrupados, muchas veces iluminan problemas y preguntas que de otro modo habrían quedado extraviadas en el limbo de los quehaceres presubjetivos. Destaco la importancia de llevar un control organizado y prolijo sobre la cantidad de medicación que se administra en un período de tiempo a determinado grupo de pacientes (¡una utopía!), por poner un ejemplo de los más triviales. La segunda, a la cual me encomiendo sin demora, procurando rescatar aquellas escenas que, caso contrario, no habrían alcanzado más que el estatuto de anécdota magra, chiste negro o recuerdo sin anaquel. Agrupadas, ordenadas y analizadas quizás susciten sentidos inesperados.
Una de ellas es el modo en el que hablamos acerca del otro: «paquera», «retrasado», «bipolar», «border», «sidoso», «paraguayita», «loquito», etc. A quienes denunciamos dichas declaraciones nos han trasladado ilegítimamente la carga de la prueba por ser demasiado platónicos.
Se nos presenta el problema de la segregación. ¿Habremos de rodearlo con maniobras estilísticas y derivaciones circunstanciales para avanzar hacia temas más felices? Claro que no, eso sería traicionar la propia posición ética, que, como una banda moebiana, establece la continuidad, abierta a la vez que delimitada, entre lo personal y lo profesional. En ese caso, ¿a qué se debe que un establecimiento que presenta las condiciones tanto materiales como humanas necesarias para alojar, expulse categóricamente a todo aquel que, ya sea por A o por Z, es identificado como alteridad indeseable? ¿Por qué será que la justificación a menudo se desliza desde lo necesario hacia lo insuficiente?
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