Eva Brann - La música de la República

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En palabras de su autora: ¿Quién ha pasado toda una vida leyendo los escritos de Platón y no considera la República su obra central? Es inagotable, la conversación más larga de Sócrates. En consecuencia, en medio de esta colección hay cuatro piezas sobre la República. Sin embargo, el diálogo que más me ha dado que pensar es el Sofista. Contiene lo que me parece el tercer descubrimiento más portentoso de la antigüedad para la filosofía (tras la revelación del Ser de Parménides y la hipótesis de las formas de Sócrates): la reinterpretación del Noser como Otredad, algo indispensable para la comprensión de la más fascinante de las habilidades humanas: imaginar. En este volumen, Brann, considerada como una de las grandes lectoras e intérpretes de los diálogos platónicos en los tiempos modernos, muestra a la vigencia de los diálogos de Platón y los asuntos que abordan.

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con un capítulo dedicado a la filosofía como ciencia estricta de Husserl y los terminaría con otro capítulo dedicado a la Religión de la razón desde las fuentes del judaísmo de Cohen, delimitando así la influencia casi omnímoda de un Heidegger cuyo procedimiento ideológico –la «destrucción» de la tradición, de la que el neokantismo o la fenomenología eran las últimas manifestaciones y cuyo representante por antonomasia, desde la Edad Media, había sido Aristóteles, el «Filósofo»– había desarraigado la filosofía griega hasta el punto de que, a los entonces jóvenes estudiantes Strauss y Klein, ya no les resultaría posible seguir leyendo a Aristóteles ni, especialmente, a Platón como lo habían hecho hasta entonces ni como lo hacían (y seguirían haciéndolo) los profesores de filosofía. 2 Para Strauss, tan importante como la influencia de Heidegger fue el hecho de que Klein lo convenciera (Strauss no había logrado convencerlo a él en su intento de reclutarlo para el sionismo político) de que el carácter dramático de los diálogos –la imitación de una acción, más cómica, en última instancia, que trágica– ofrecía una clave insospechada de lectura de Platón. Strauss interpretaría esa clave en función de la relación del filósofo con la ciudad, lo que lo llevaría a redescubrir el esoterismo o la escritura reticente de los filósofos, dirigida solo a lectores inteligentes y dignos de confianza, y abonaría la impresión de que el extranjero que siempre fue Strauss lo fuera también en Atenas o en América. El ensayo dedicado a Cohen, casi testamentario, puede leerse como la refutación más profunda del paganismo heideggeriano que se haya intentado nunca. Strauss dedicaría sus últimos seminarios en St. John’s College a la interpretación de las Leyes de Platón, siguiendo la intuición de Avicena de que era en ese diálogo entre dos ancianos y un extranjero ateniense, el menos leído de los diálogos de Platón en la tradición occidental, donde se encontraba el tratamiento más adecuado de la profecía y la ley divina.

Klein no se remontaría a las fuentes del judaísmo ni vería en la omisión de la filosofía política en la filosofía como ciencia estricta de Husserl un defecto esencial, como Strauss pensaba. En cierto modo más extranjero y gentil que Strauss o mucho más cercano a los diálogos de Platón que a las interpretaciones medievales, eminentemente políticas, que Strauss seguiría in ultimitate literalitatis , Klein vio en la revolución científica, no en la política, el verdadero problema al que había que enfrentarse en la actualidad. 3 La «extraña palabra latina» ciencia traducía la antigua palabra griega filosofía y había que averiguar lo que hubiera podido perderse con la traducción y causado con ello el «olvido fundamental de las cosas más importantes». (La frase de Klein «fundamental forgetfulness of most important things» era una modificación o retoque deliberados de la frase de Heidegger sobre el olvido del ser –«Seinsver-gessenheit»– y las modificaciones o «retoques» –«Verschiebungen und Übermalungen »– con la que empieza Ser y tiempo. ) La ciencia moderna era en sí misma el resultado de la tradición filosófica, de una «investigación efectiva» interrumpida, por seguir con la manera de hablar heideggeriana, que debía ser «destruida» o simplemente interpretada a la luz de la necesidad de educar, de aprender a enseñar en un mundo condenado, por decirlo así, al progreso. El tema husserliano de la crisis de las ciencias se sobrepondría, para Klein, al olvido del ser. Aunque autor de numerosos escritos que constituyen una de las menas por explorar del pensamiento del siglo XX (a la altura, desde luego, de sus compañeros de Marburgo, de Strauss a Karl Löwith, de Hannah Arendt y Günther Anders a Hans Jonas, de Hans-Georg Gadamer a Gerhard Krüger, de Eric Auerbach y Karl Reinhardt a Max Kommerell), Klein hizo del diálogo, de la conversación, de la oralidad, del habla o del discurso la vía principal de la enseñanza de la filosofía. El Menón –que se convertiría en el founding text del St. John’s y sobre el cual escribió un comentarium perpetuum – fue el diálogo de Platón que le sirvió siempre de pauta. 4 La amistad entre Klein y Strauss escondía el secreto de la relación misma entre las conversaciones socráticas y los escritos platónicos. Podríamos añadir que la relación entre las conversaciones socráticas y los escritos platónicos, que incluyen naturalmente sus cartas o los apócrifos, es incompleta sin las propias conversaciones platónicas, i.e. sin la Academia. La Academia platónica no es menos el resultado de las conversaciones socráticas que los diálogos. Klein solía usar la frase de Homero «palabras aladas» (ἔπεα πτερόεντα) para referirse a las palabras que un hombre dirige a otro de una manera casi espontánea y segura de su éxito. Las palabras aladas son las palabras que la amistad emite y recibe cuando desea saber, sin las cuales la filosofía sería casi inexpresable y no se podría enseñar.

No es una exageración afirmar que Klein encontró en St. John’s College su Academia platónica y que, a diferencia de Strauss, prefirió, a la hora de enseñar y transmitir las formas y los contenidos de la filosofía, el habla a la escritura, mucho antes de que esa diferencia se hiciera temática entre los discípulos de segunda generación de Heidegger. En el discurso de conmemoración de los 155 años de existencia de la institución, un acto que serviría también de despedida a los graduados en 1947, Klein les dijo prospectivamente a los estudiantes que ahora debían enfrentarse al mundo:

La Academia platónica, el modelo de todas las instituciones educativas hasta el día de hoy, no se fundó, en tiempos que se parecen a los nuestros, para servir sino para ser servida; no se fundó con la mirada puesta en los deseos ni en las necesidades de orden práctico, sino contra esos deseos y necesidades. Preparaba a sus estudiantes, al parecer, para una vida que nunca quedara fuera de su alcance. Les imponía reglas cuyo origen no era la sumisión, sino más bien la oposición al orden práctico. No trataba de descender a un nivel inferior, sino más bien de elevar el orden práctico al suyo. Tal vez sea única al respecto. Su legado es la idea misma de educación, pues educar a una persona es alejarla de las regiones en las que no puede ver la luz. 5

Fue a esa Academia a la que Eva Brann llegó en 1957, tras un breve paso por la Universidad de Stanford, un año antes de que Klein acabara de desempeñar sus funciones como decano del St. John’s, y donde quedó cautivada enseguida por la personalidad de Jasha , como familiarmente se conocía a Klein en Annapolis, y la atmósfera de aquel «little place» donde parecía posible «recuperar la civilización». Brann sustituiría en St. John’s a Seth Benardete, que le recomendó que leyera el estudio de Klein sobre el pensamiento matemático griego y el nacimiento del álgebra si quería entender el programa del College. Brann asumiría años después, en 1990, el cargo de decana, aunque, desde la muerte de Klein en 1978, se había convertido en la representación misma de una manera de entender la filosofía y la enseñanza de la filosofía. Sigue siendo, hasta la fecha, la tutora en ejercicio más longeva de la institución, en la que ha ejercido sus funciones ininterrumpidamente desde hace más de cincuenta años. En un artículo reciente, Brann ha resumido los dos descubrimientos más importantes de su maestro, «interpretaciones ambos de los escritos platónicos»: en el «reconocimiento de la imagen» («image-recognition» o «image-comprehension», que traducen la εἰκᾰσία de la Línea Dividida) y en el análisis –que exigía una tarea previa de «desedimentación» husserliana– de lo que significa que un número sea y de lo que hace posible ese tipo de ser que, a su vez, hace posible el Ser en general –el «número eidético» que Klein consideraba la solución platónica al problema de la participación–no es difícil ver un intento de responder a la pregunta por el Ser con la que Heidegger cautivó en su momento a Klein y a Strauss. (El lector de La música de la República descubrirá por sí mismo, en los capítulos dedicados a la República y el Sofista , las propias modificaciones y retoques de Brann al respecto.) Lo decisivo, sin embargo, no es la interpretación heideggeriana de Platón, sino la incapacidad de Heidegger para convertir esa interpretación en enseñanza: la educación liberal que Klein y Brann han encarnado en el St. John’s College son una respuesta a las aporías del Discurso de Rectorado o la Carta sobre el humanismo y, podríamos añadir, a la industria cultural en la que se ha convertido la publicación de las obras de Heidegger. 6

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