Santiago Acosta nos dijo —“Muchos aseguran que no hay nada que temer, que los acontecimientos han sido exagerados por los noticieros y la ansiedad general” (p. 15); “El periodo de alerta, que comenzó siendo de solo un par de semanas, ya se había extendido por más de seis meses.” (p. 18); “Se necesitaban 100 terabytes de RAM para simular todos los posibles desenlaces de la crisis.” (p. 19); “El toque de queda establecido tras los últimos disturbios ha convertido la zona en un pueblo fantasma…” (p. 40). León Plascencia Ñol nos compartió - “Nunca me interesó escribir sobre la patria, … Es algo difuso, inerte. Prefiero el vuelo de los cormoranes o la imagen de un neblí sangrante, pero lo impide el grupo de militares en la carretera.” (p. 66). Brenda Becette escribió —“El fin … era… la creación de un superhombre… tanto resistente a la decadencia física como a la duda cartesiana… [que] debería ser inmune a la toxicidad de un planeta exprimido… sería el triunfo del cuerpo y del alma, por encima de la intelectualidad nociva que había sumido al mundo en la anarquía. Se habían tolerado demasiadas opiniones y demasiado diversas… (pp. 19-20). Marco Antonio Murillo nos dijo —“Avanza rápido como los arenales. Reubica el río y su puente. Cambia de dirección la estampida del viento y en cada ciudad habla de cómo este canto muere en la boca de los niños. Erosiona la tierra que calzas y pide prestado al atardecer sus guantes sepia hasta que vuelva la noche.” (p. 42). Jorge Gutiérrez Reyna nos describió —“…una lengua que hace poco/ sonaba como el agua/ y que ahora sólo sirve/ para nombrar la peste:/ Cocolitzin, cocolitzin, / … No hay remedio, su cuerpo de indio/ irá a sumarse a los miles/ de cuerpos de indios amontonados/ en el patio del hospital…” (p. 16); “En cambio, les puedo asegurar/ que seguirá temblando/ y habrá que acostumbrarse/ a convivir con los temblores …” (p. 36). Y Claudia Cabrera Espinosa vaticinaba —“Me escribieron del trabajo. Hoy cada quien se queda en casa. No se puede entrar a la oficina. —A mí también me mandaron un correo. Home office.” (p. 34); “Un cuarto de jamón, un kilo de jitomates, una cebolla, cinco pechugas de pollo, un kilo de pasta… ¿Qué? No, no es compra de pánico… Ok. Que no se pueden pedir tantas cosas.” (p. 37). Y todo esto nos lo dijeron antes de que iniciara la pandemia.
En esta búsqueda de autores que nos ayuden a comprender desde la poesía y la prosa nuestra realidad socio-ecológica y en el marco de la celebración del sexto aniversario del premio, es para mí una alegría que el ganador del certamen fuera el libro Una ciudad para el fin del mundo, de Oswaldo Hernández Trujillo. El jurado compuesto por Cecilia Eudave, Antonio Ortuño y Bernardo Esquinca acordó por unanimidad otorgarle el premio entre 101 concursantes “por la calidad narrativa de su prosa, que resulta en un volumen bien conjuntado y que hace una reflexión contemporánea y muy pertinente sobre la ciudad y el papel de la naturaleza en ella. Se destaca asimismo la singularidad de su visión en la que el entorno natural acompaña las acciones y las emociones de los personajes.” Por sexta ocasión les deseo a las lectoras y lectores un maravilloso viaje inmersos en los cuentos de Oswaldo.
Eduardo Santana Castellón
Director General del Museo de Ciencias Ambientales en el Centro Cultural Universitario, Universidad de Guadalajara, Zapopan, Jalisco, México
1Es imprescindible reconocer, además de las personas anteriormente mencionadas, a aquellas que han apoyado al éxito de los concursos: en el Museo de Ciencias Ambientales, Gabriela Vaca Medina, Juan Nepote y Citlalli Sandoval; en la FIL, Tania Guerrero Villanueva, Mariela Mena, Erika Fierro y Mariño González Mariscal; y en la Editorial Universidad de Guadalajara, Sayri Karp Mitastein y Jorge Orendáin Caldera, así como los diseñadores Paola Vázquez Murillo, Maritzel Alejandra Aguayo y María del Carmen Vázquez Murillo. En especial, reconocemos los aportes de Nepote, Mariño y Jorge Alberto Pérez en el proceso de selección de las obras.
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