Primera edición, junio de 2021
Segunda edición, agosto de 2021
Yo, mentira © Silvia Hidalgo, 2021
© de esta edición, Editorial Tránsito, 2021
DISEÑO DE COLECCIÓN: © Donna Salama
DISEÑO DE CUBIERTA: © Donna Salama
FOTOGRAFÍA DE SOLAPA: © Jesús Ponce
IMPRESIÓN: KADMOS
Impreso en España – Printed in Spain
IBIC: FA
ISBN: 978-84-123036-6-7
eISBN: 978-84-124401-2-6
DEPÓSITO LEGAL: M-12532-2021
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silvia hidalgo
A mi padre, que odiaría esta novela.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Gracias
Antes observaba los coches que paraban a nuestro lado en los semáforos y me asustaban esas parejas que no hablaban entre sí. Solía reírme de ellas para disimular.
Ahora, en el nuestro, la única voz que suena por encima de la radio es la del GPS palpitando desde los altavoces. A nuestro pequeño le entusiasma escuchar y recitar al unísono el recorrido hasta la escuela, y cada mañana las coordenadas, y cada mañana la elección de ruta, y cada mañana el continúe recto . La voz es de una chica joven, parece cansada, la imagino tumbada y aturdida grabando con desgana esas palabras huérfanas: kilómetros, dieeeez, todas direcciones, giiiire a la izquierda; eslabones fríos que luego son engarzados en mensajes para nosotras, las que siempre nos perdemos, las que nunca sabemos llegar. Temo que el niño aprenda más vocabulario de ella que de mí. De hecho, ya ha comenzado a expresarse de ese modo seudohumano. Porque, ¿cómo se le habla a un hijo?
Sepultada bajo las indicaciones, suena una canción que reconozco y tarareo. El escritor me mira desde el asiento del copiloto, debe de hacer mucho tiempo que no canto. Lo llamo el Escritor desde la primera vez que tuve que mencionarlo, porque todo el mundo sabe qué es un escritor y el aspecto que tiene. Pobre de él si le preguntaban por mí.
Apago el GPS para que no interrumpa el estribillo. Sólo un momento, sólo un momento. El crío se queja y llora. El Escritor me pide que espere, que no lo haga rabiar, ¿qué trabajo me cuesta? Pero sé que cuando baje del coche la canción se perderá en la puerta del colegio, entre la charla de las madres y el beso del niño.
Saboreo cada nota y en cada una de ellas recupero un segundo de aquellos días adolescentes en los que sonaba esta canción y en los que yo perdía horas frente al espejo para hacerme trenzas que después anudaba alrededor de mi cabeza. Entonces mi pelo era bonito; yo supongo que también lo era, tan bonita al menos como todas las jóvenes, demasiado como para ser cualquier otra cosa, demasiado como para saber qué hacer con mis piernas, con mis tetas, con mis brazos, que habían crecido sin más, sin ninguna finalidad o intención. En uno de los acordes aparece una noche de agosto, una en la que dejé que un chico que no me gustaba me besara, sólo porque él sí parecía saber qué hacer conmigo. Sólo esa noche. Muchas veces.
Ya está, ya está. Apago la música y subo el volumen del GPS. Se acaba el llanto y el Escritor me toca la pierna, agradecido. Yo sonrío con los labios pegados, dejo tras ellos mi pequeña historia de los besos, tan ridícula y desnuda ahora sin una banda sonora que la adorne. Intento recordar qué tipo de anécdotas nos contábamos al inicio, cuando aún no sabía el nombre de sus padres y me angustiaba el de sus novias. Decido que en el próximo semáforo en rojo diré algo, le hablaré de aquella noche, de cómo el chico no me gustaba y el beso, sin embargo, sí me gustó. Pero cuando nos detenemos es el Escritor quien se gira hacia atrás y le pregunta al pequeño si recordó guardar la mascota de la clase. Supongo que nos lo pregunta a ambos. Quiero confesar que me olvidé de lavar el peluche y contarle que, a partir de aquella noche de agosto, todo lo que creía saber sobre el amor me pareció mentira. Abro la boca, pero mis palabras se quedan agazapadas, esperando otro momento o el orden correcto en el que salir; mis palabras, que siempre suenan aburridas y nunca cuentan lo que quiero. Porque, ¿cómo se le habla a un marido?
Y continúo recto, y tomo la tercera salida, y giro a la derecha y mi pequeño me avisa de que ya hemos llegado: su destino está a veinte metros, su destino se encuentra en una vía no accesible.
Aparco frente a la oficina, el edificio es un hombre sin muros opacos tras los que esconderme y con un gran hueco en el centro que me asusta.
Aún en el coche, vuelvo a tararear la canción y la busco en la radio. Suena otra, espero a que termine, y después otra y otra, hasta que un compañero me ve y se detiene junto a mi puerta, obligándome a salir. Siempre alguno cree que prefiero entrar acompañada y me habla. Me habla de la suerte que hemos tenido de aparcar tan cerca; de que uno de sus críos derramó el zumo en el coche, es tan inquieto…, pero ya lo medican, se pondrá mejor; en cambio, la otra hija es tan inteligente que la adelantarán de curso; me cuenta que se apuntó a pádel, ¿y tú?, ¿y tú?, ¿sólo uno?, todavía eres joven. Pero no, no lo soy, no soy joven, no tengo ninguna afición y mi único descendiente ni siquiera ha aprendido a colocarle él solo la pajita al zumo. Mi compañero continúa hablando en el ascensor, usa «los cuarenta son los nuevos treinta». Me irrita, pero sonrío mostrándole mis arrugas.
Junto a la máquina de café y entre hombres, veo a la joven de administración que se incorpora a mi departamento. Sus pulseras chocan alegres cuando habla. Tiene la piel dorada y los ojos de pantera. Adivino su edad por las arrugas que le salen al reír: siete años menos que yo.
Se me pega. Se sienta junto a mí y, como en una primera cita, nos interesamos la una por la otra; me pregunta si estoy casada, si tengo hijos, ella no tiene pareja, tiene un gato. Me pregunta si me gusta el cine, la música o leer. A ella le encanta viajar, conocer gente nueva y comer con palillos.
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