Los editores de la edición crítica de las Cartas , sin embargo, sí que mencionan que no se había encontrado ninguna de las cartas de Santayana a von Westenholz, precisamente cuando comentan la relativa escasez de cartas (solamente seis) a John Francis Stanley («Frank»), el segundo conde Russell, dada la relevancia de esa relación para Santayana 40. Visto retrospectivamente, que no hubiera en la edición crítica cartas dirigidas a Charles Loeser ni al barón Albert von Westenholz señalaba inequívocamente la posibilidad de que esas cartas estuvieran en algún sitio. Santayana dedicó varias páginas de su autobiografía a ambos, donde quedaba claro que eran muy importantes para él. Comencemos por Charles Loeser.
Al comienzo del capítulo XV («Amigos de la universidad») de Personas y lugares , Santayana recuerda su primer encuentro con Loeser, en Harvard, en un pasaje que merece ser citado completo:
La primera en el tiempo, y muy importante, fue mi amistad con Charles Loeser. Lo conocí por casualidad en la habitación de otro e inmediatamente me llevó a la suya que estaba al lado a enseñarme sus libros y sus cuadros. ¡Cuadros y libros! Eso marca la clave de nuestro compañerismo. Enseguida descubrí que hablaba francés bien y alemán probablemente mejor, puesto que cuando se hacía daño soltaba palabrotas en alemán. Había estado en un buen colegio internacional en Suiza. Enseguida me dijo que era judío, rara y bendita franqueza que despejó mil escollos y fingimientos. ¡Qué privilegio el de esa distinción y esa desventura! Si los judíos no fueran mundanos los elevaría por encima del mundo; pero la mayoría se revuelve y lisonjea y prefiere pasar por cristianos corrientes o por ateos corrientes. No así Loeser. Él no tenía ambición por administrar las cosas de otros, ni de introducirse en la sociedad elegante. Su padre era propietario de una gran «mercería» en Brooklyn y rico —nunca supe lo rico que era, pero lo bastante rico y generoso para que su hijo siempre tuviera dinero en abundancia y no tuviera que pensar en una profesión lucrativa—. Otra bendita simplificación raramente conocida en América. Existía una presunción comercial de que un hombre no vale a menos que haga dinero y ninguna vocación, solamente la mala salud, podía servir de excusa al hijo de un millonario para no pretender, al menos, tener un despacho o un estudio. Loeser parecía ajeno a este deber social. Me enseñó los estupendos libros y cuadros que ya había coleccionado — los comienzos de esa pasión de poseer e incluso acariciar objects d’art — que constituyó el gozo más claro de su vida. Ahí tenía yo materia e información frescas para mi hambriento esteticismo — hambriento sensorialmente y no respaldado por muchas lecturas, puesto que era mi primer año universitario, antes de mi primer regreso a Europa. 41
La cuestión de si, y hasta qué punto, este párrafo rezuma antisemitismo fue ampliamente discutido por John McCormick en su biografía de Santayana 42, así que yo la dejaré a un lado 43, para centrarme en la «clave» de la relación de Santayana con Loeser: «cuadros y libros». En realidad, Loeser se convirtió enseguida en referente para Santayana en el ámbito de la apreciación artística y, más tarde, le enseñó Italia, especialmente Roma y Venecia, donde lo «inició en la costumbres italianas, presentes y pasadas», facilitando la vida de Santayana en el país que él acabó eligiendo como residencia a partir de los años veinte, «de un modo más pleno que en ningún otro lugar» 44. Ya en sus años de estudiante joven, Loeser era, a pequeña escala, lo que luego llegó a ser a escala internacional: un coleccionista de arte refinado y perspicaz. Santayana confiesa que «Loeser me llevaba en esas cuestiones una tremenda ventaja que mantuvo toda su vida. Parecía haberlo visto todo, haberlo leído todo y hablar todos los idiomas» 45. Enseguida, acude a la mente de Santayana compararlo con el famoso crítico de arte Bernard Berenson (también judío, aunque convertido dos veces), a quien Santayana conoció más tarde. Berenson contaba con el mismo bagaje cultural y enseguida sus escritos le hicieron famoso, algo que Loeser nunca logró. Pero Loeser no sale del todo malparado en la comparación: según Santayana, Loeser amaba sinceramente su tema favorito (el Renacimiento italiano), mientras que a Berenson le bastaba simplemente con lucirlo.
Loeser tenía otra gran ventaja sobre Santayana: el dinero. Durante sus primeros años universitarios, cuando los dos amigos iban al teatro o a la ópera en Italia, Santayana contribuía con una suma diaria fija (y modesta) a los gastos, y dejaba que Loeser, que hablaba italiano, se las arreglara y pagara las cuentas. Loeser borraba la deuda con tan pocos escrúpulos como los que Santayana tenía para aceptar tal generosidad, porque «era simplemente cuestión de hacer posibles planes que nos apetecían pero que no estaban a mi alcance sin ayuda» 46.
Además de su común interés en «libros y cuadros», uno de los elementos que, obviamente, reunió a los dos jóvenes estudiantes fue que ambos eran outsiders , dados sus orígenes religiosos, católico y judío respectivamente, en una institución claramente protestante. Para Santayana, esa posición marginal quedó algo equilibrada por su relación, basada en el primer matrimonio de su madre, con una de las familias prominentes de Boston. Pero no es solo que Loeser fuera declaradamente judío, sino que su padre tenía una «mercería», dos hechos que «lo aislaban, en la América democrática, de la sociedad dirigente» 47. Algo que a Santayana le parecía extraño dado que su amigo estaba mejor formado que «las figuras del estudiantado o del atletismo» 48. Este recuerdo sobre el aislamiento de Loeser en Harvard viene seguido de un retrato algo ambivalente:
No era guapo, aunque esbelto, de estatura mediana y manos agradables; pero sus ojos estaban apagados, su tez cetrina y sus facciones acusadas, aunque no precisamente judías. Por otra parte, hablaba extremadamente bien y no había nada en él de mal gusto.
Esa ambivalencia se refleja en el juicio de Santayana sobre su relación con Loeser: «Para mí, siempre fue un compañero agradable, y si nuestra amistad nunca llegó a ser íntima, más se debió a cierta reserva defensiva por su parte.» 49La «reserva defensiva» de Loeser y la asimetría que se introducía así en su relación es un tema constante en las páginas que le dedica en Personas y lugares . Cuando él vivía en Florencia como un rico bachiller, anota Santayana, parecía también extrañamente sin amigos, a pesar de que sabía que había allí un grupo de anglo-americanos, y Santayana se queja de que, en los años veinte, cuando él se quedaba habitualmente en la Villa Le Balze de Charles Strong en Fiesole, cerca de Florencia, Loeser nunca fue a visitarlo, a pesar de tener coche: «esto me hacía dudar si Loeser habría sentido por mí algún afecto, como el que yo sentí por él, o si no fue más que faute de mieux , como último recurso en la excesiva soledad, el que en los primeros años hubiera mostrado tanta amistad». 50Pero esa duda melancólica se disipaba rápidamente en Santayana, siempre realista: «las circunstancias cambian, uno cambia tanto como los demás y no sería razonable actuar o sentirse de la misma manera cuando las circunstancias son distintas» 51. En cualquier caso, la gratitud de Santayana para con Loeser por haberle enseñado Italia y su ayuda en las artes plásticas quedó incólume.
Después de sus años universitarios, en la década final del siglo, Santayana y Loeser se encontraron varias veces en Londres. Santayana cuenta que su amigo se había vuelto «muy inglés, muy de mi gusto» 52y que él quedó tanto instruido como entretenido con el conocimiento de Loeser sobre cómo «debe vestir, comer, hablar y viajar un caballero inglés». Con todo, esos encuentros no le quitaban a Santayana «la latente intranquilidad que sentía por mi amigo»; en realidad él sospechaba de «cierto grado de locura en su carácter» 53, hasta tal punto que se pregunta si, cuando Loeser se jactaba de tener dos obras originales de Miguel Ángel en su colección, no estaba tomando sus deseos por la realidad. Pero no, los Miguel Ángel era auténticos, y Loeser los había conseguido baratos. Era un coleccionista realmente magnífico.
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