The marvel was that with all these morbid preoccupations filling his days and nights Westenholz retained to the last his speculative freedom. Everything interested him, he could be just and even enthusiastic about impersonal things. I profited by this survival of clearness in his thought: he rejoiced in my philosophy, even if he could not assimilate it or live by it; but the mere idea of such a synthesis delighted him, and my Realm of Truth in particular aroused his intellectual enthusiasm. In his confusion he saw the possibility of clearness, and as his friend Reichhardt said, he became sympathetically hell begeistert , filled with inspired light. 34
At the end of a letter sent from Cortina d’Ampezzo on July 20, 1931, Santayana takes leave of Westenholz thus: «I wish I could communicate to you the calm, physical and moral, which I enjoy; but I can only send you my impotent good wishes.» And eight years later he announces and comments on the death of his friend as follows:
Hans Reichhardt has given me the belated news that my friend Westenholz killed himself on August 5th […]. We live in old-fashioned tragic times. Westenholz was an extraordinarily well-educated and intelligent person, omnivorous and tireless in following every intellectual interest, but hopelessly neurasthenic and psychopathic all his life, which had become of late a protracted nightmare. At my age the death of friends makes little impression; we are socially all dead long since, for every important purpose; but closing a life is (as Heidegger teaches) rounding it out, given (sic) it wholeness, and in one sense brings the entire figure of a friend more squarely before one than his life ever did when it was still subject to variations. 35
Introducción
Daniel Pinkas 36
Entre los incontables retos que afronta la edición crítica de la Obras de George Santayana , verdaderamente monumental y aún en marcha, ninguno podía ser mayor que el de reunir, anotar y contextualizar las más de tres mil cartas que Santayana escribió a lo largo de su vida a su familia, amigos, colegas, editores y admiradores. La colección abarca desde 1868 (una carta que Santayana escribió con cinco años a su hermana) hasta 1952, el año de su muerte. El resultado de una labor tan enjundiosa son los ocho libros de cartas editados por William Holzberger (1932-2017), que componen el volumen V de la edición crítica, publicados entre 2003 y 2008.
Holzberger, al comienzo de su Introducción a las Cartas de George Santayana , responde a la pregunta «¿Quién fue George Santayana?» de un modo difícil de mejorar, en tanto que sucinta semblanza del autor:
George Santayana (1863-1952) fue uno de los hombres de su época más sabio y formado. Nacido en España y educado en América, enseñó filosofía en la Universidad de Harvard durante veintidós años antes de retirarse a Europa a la edad de cuarenta y ocho años para dedicarse exclusivamente a escribir. Dominaba varios idiomas, latín y griego entre ellos. Además de su maestría con el inglés, se sentía cómodo con el español y el francés (aunque, por modestia, minimizaba su conocimiento de estos idiomas). En su juventud, Santayana estudió italiano para poder leer en su idioma a Dante, Cavalcanti, Miguel Ángel y a otros poetas platónicos; y, más tarde, por su larga estancia en Roma, adquirió un italiano hablado fluido. Siendo estudiante en Alemania durante 1886-1888, Santayana vivió junto a sus amigos de Harvard en una pensión donde se hablaba inglés en Berlín, con lo que perdió la oportunidad de hablar alemán correctamente. Podía, no obstante, leer en versión original los libros filosóficos y literarios alemanes. Fue además un buen conocedor del mundo, dado que vivió largos periodos en España, América, Inglaterra, Francia e Italia. Siendo un verdadero cosmopolita, Santayana se consideró siempre no obstante español y renovó su pasaporte español. Muchos eran sus talentos y multifacética su personalidad, aspectos ambos que se reflejan vívidamente en sus cartas. Famoso mundialmente como filósofo, fue también poeta, ensayista, dramaturgo, crítico literario, autor de una autobiografía y de una novela de gran tirada. 37
Resulta difícil sobreestimar la importancia y la utilidad de las Cartas de George Santayana para los expertos en Santayana, sea cual sea su objeto de estudio. Las cartas más filosóficas arrojan luz, a menudo de modo imprevisto, sobre las tesis filosóficas fundamentales de Santayana: su materialismo, su naturalismo, sus teorías sobre la esencia y la verdad, su doctrina de la fe animal, su ideal de la «vida de la razón» y su concepción de la vida espiritual; las cartas rebosan comentarios mordaces sobre las opiniones de los demás filósofos, tanto clásicos como modernos. Muchas de ellas establecen sus opiniones sobre religión, ciencia, literatura, historia, política o temas de actualidad Obviamente, las cartas abundan en información biográfica crucial, a veces rociada con deliciosos cotilleos. También para lectores menos especializados, las cartas de Santayana son una asombrosa fuente de información, inspiración y humor. Ofrecen la inolvidable, y muy agradable, oportunidad de oír, digamos en vivo, la voz única de un filósofo sabio e inteligente sobremanera que, a la vez, es un ser humano con una trayectoria y una formación intelectual características. A cada paso se aprecia su habilidad para encontrar la palabra justa, desde la más breve nota de agradecimiento hasta la discusión metafísica más profunda.
La publicación de la edición crítica estuvo precedida por la publicación, en 1955, de casi 250 cartas que Daniel Cory, secretario y amigo de Santayana, consiguió reunir. Para localizar esas cartas, Cory publicó anuncios en periódicos y revistas importantes, acudió a las bibliotecas donde están los manuscritos de Santayana y escribió a quienes él pensaba que se habían carteado con él. Al comienzo de su tarea, como recuerda en el Prólogo, él se encontraba «sujeto a ciertos recelos». El primero, que el tremendo número de remitentes de alguien que había sido un escritor activo durante sesenta años llegara a ser inabordable. El segundo, que
Santayana fue un artista consumado en tantos campos […] que me preguntaba si, escribiendo cartas, algo más espontáneo, podía no alcanzar el elevado nivel que le era siempre característico. Sabía que él nunca había enviado nada a su editor que estuviera sin corregir, sino que siempre estaba listo para publicar. Sobre todo, yo no quería que sus amigos, críticos o público dijera de él lo que se ha dicho, desafortunadamente, de otros escritores: ¡Qué pena que se han publicado sus cartas! 38
Pero, conforme fue recibiendo cartas, se apaciguó la preocupación de Cory. Lo cierto es que la cantidad de correspondencia fue enorme y hubo que recortar, eliminando cartas banales o escritas meramente «por educación». De lo demás, no obstante, no había por qué preocuparse. Como escribió Cory: «enseguida, coleccionar tantas cartas se convirtió en una aventura prometedora e interesante. Son importantes no tanto por lo que revelan de su vida y de sus ideas como por confirmar también su capacidad literaria» 39.
La edición crítica de las Cartas de George Santayana aspiró a ser completa y minuciosa (los editores enviaron peticiones a sesenta y tres instituciones que guardaban manuscritos de Santayana, publicaron anuncios en la revistas literarias de referencia y escribieron a más de cincuenta personas que eran, en principio, receptores de cartas de Santayana; fueron así capaces de añadir unas dos mil cartas más al conjunto inicial de las mil que reunió Cory), con todo, el ideal de que la edición fuese realmente completa era claramente inalcanzable; no solo porque, como es sabido, Santayana destruyó sus cartas a su madre sino porque los editores no pudieron localizar muchas cartas cuya existencia se infería de las alusiones de Santayana o de sus corresponsales. De ahí que el apéndice editorial incluya al final una «Lista de cartas sin localizar» con casi cien nombres. Es reseñable que, entre esas cartas sin localizar, no se incluyan las descubiertas recientemente, que son las que damos gustosamente a conocer en este libro.
Читать дальше