Daniel Cestau Liz - Reflexionar II

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Dicen que los cuentos sirven para dormir a los niños y despertar a los adultos. En este caso…
Reflexionar II nace como una nueva recopilación de 101 cuentos motivacionales y maravillosos textos a partir del éxito que tuvo el primer volumen años atrás. Una vez más, el objetivo de la obra es llevarnos a crear momentos inspiradores en medio de la vorágine diaria que de una u otra forma todos, de alguna manera, vivimos. Un libro para leer y releer, en especial cuando asiduamente surgen esos momentos de replanteos e inseguridades.

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El texto de Lao Tse fue copiado y recopiado, atravesó siglos, atravesó milenios, y llegó hasta nuestro tiempo. Se llama Tao Te King, está publicado en muchos otros idiomas por varias editoriales, y es una lectura obligada. Aquí va una de sus páginas:

Aquél que conoce a los otros es un sabio,

Aquél que se conoce a sí mismo es un iluminado,

Aquél que vence a los otros es fuerte,

Aquel que se vence a sí mismo es poderoso,

Aquél que conoce la alegría es rico,

Aquél que conserva su camino tiene voluntad.

Sé humilde, y permanecerás íntegro,

Inclínate, y permanecerás erguido,

Vacíate, y permanecerás repleto,

Gástate, y permanecerás nuevo.

El sabio no se exhibe, y por eso brilla,

No se hace notar, y por eso es notado,

No se elogia, y por eso tiene mérito,

Y porque no está compitiendo, nadie en el mundo

puede competir con él.

10 EL AUTO Una vez había un joven muchacho que estaba a punto de - фото 10

10.

EL AUTO

Una vez había un joven muchacho que estaba a punto de graduarse en sus estudios. Hacia muchos meses admiraba un hermoso auto deportivo en una concesionaria.

Sabiendo que su padre podría comprárselo le dijo que ese auto era todo lo que quería, así, como se acercaba el día de graduación, el joven esperaba por ver alguna señal de que su padre hubiese comprado el auto. Finalmente en la mañana del día de gra-duación su padre le llamó para que fuera a su habitación. Le dijo lo orgulloso que se sentía de tener un hijo tan bueno y lo mucho que lo amaba. El padre tenía en sus manos una hermosa caja de regalo. Curioso y algo decepcionado el joven abrió la caja y encontró una hermosa Biblia de cubiertas de piel y con su nombre escrito con letras de oro.

Enojado le gritó a su padre diciendo: — ¿Con todo el dinero que tienes y lo que me das es esta Biblia?

Salió de la casa y no regreso más. Pasaron muchos años y el joven se convirtió un exitoso hombre de negocios. Tenía una hermosa casa y una bonita familia, pero cuando supo que su padre, que ya era anciano, estaba muy enfermo pensó visitarlo. No lo había vuelto a ver desde el día de su graduación. Antes de que pudiera partir para verlo recibió un telegrama donde decía que su padre había muerto, y le había heredado todas sus posesiones por lo cual necesitaba urgentemente ir a la casa de su padre para arreglar todos los trámites de inmediato.

Cuando llegó una tristeza y arrepentimiento llenó su corazón. Pronto empezó a ver todos los documentos importantes que su padre tenía y encontró la Biblia que en aquella ocasión su padre le había dado.

Con lágrimas la abrió y empezó a hojear sus páginas. Su padre cuidadosamente había subrayado un verso en Mateo 7:11: “Y si vosotros siendo malos, sabéis dar buenas guías a vuestros hijos, cuanto más

nuestro Padre dará a sus hijos aquello que le pidan”. Mientras leía esas palabras unas llaves de auto cayeron de la Biblia. Tenía una tarjeta de la agencia de autos donde había visto ese auto deportivo que había deseado tanto. En la tarjeta estaba la fecha del día de su graduación y las palabras: “TOTALMENTE PAGADO”.

11 LA BICICLETA DE LITO A los 8 años recibí en herencia la bicicleta de - фото 11

11.

LA BICICLETA DE LITO

A los 8 años recibí en herencia la bicicleta de mi hermano Lito, ya le quedaba pequeña tanto es así, que sus rodillas casi le tocaban el pecho al pedalear; éste a su vez la obtuvo de Toni, el mayor de los 3 hermanos quien me dijo fraternalmente: “Espero la disfrutes tanto, como nosotros lo hicimos”, mi alegría fue tan grande, que les contagié mi sonrisa “come orejas”, a ambos.

En aquél entonces mi grupo de amigos tenían cada uno su bici, saliendo juntos a investigar alegremente el vecindario.

De la ventana de mi casa los veía jugar y divertirse haciendo carreras y practicando piruetas, soñando en ser parte del grupo y disfrutando con ellos “Allí estaré con mi propia bici” me decía confiado, y en aquella tarde de verano del ’74, mi sueño al fin se hizo realidad.

Era de tamaño mediano y sin cambios, el cuadro de color azul marino un tanto oxidado, todavía conservaba el cromado del manubrio en buen estado, la bocina no sonaba bien y uno de los frenos no funcionaba pero nada de eso detalles eran importantes, tenía mi bici y en ese momento era el niño mas afortunado del mundo.

Mi primer impulso fue mostrarles a todos el obsequio recibido, ¡Y así lo hice! , salí orgulloso a la calle para contarle a mis amigos, y sumarme al grupo de ciclistas para divertirme con ellos.

Los chicos se entusiasmaron al verme e inmediatamente Claudio, uno de mis mejores amigos, me dijo intrigado “Genial Ricardo pero dime, ¿Ya sabes andar?”, “Aún no, recién la saco a la calle y no creo que sea difícil así que, ¡Aprenderé mientras estoy con ustedes!”, dicho esto me acomodé en el asiento e intenté pedalear como si supiera... A los dos metros me encontré desparramado en el suelo, se asomaron algunas risas por causa de mi torpeza, y me alentaron a intentarlo otra vez y así lo hice... En la segunda oportunidad, fue mas corto el tramo que anduve dibujando ondas en el aire, hasta chocarme de cara al piso.

¡Mientras practicas estaremos en la plaza! me dijeron, y se fueron todos a disfrutar el día.

Como te imaginarás sentí una gran desilusión al fracasar en mi primer ensayo de montar en bici, y entré a mi casa comprendiendo que me iba a costar mas de lo pensado el dominarla.

Si algo le ofuscaba a mi madre era mi aparente alejamiento de la realidad, al mirar la tele o leer algún libro o revista. Ella siempre creyó que me sumergía en un trance profundo al disfrutar las películas continuadas de los sábados, o con la revista “Billiken” que mi abuelo religiosamente me compraba todas las semanas. “Cuéntenme que no escucha, está mirando la tele” les decía displicentemente a mis hermanos creyendo que la caja boba me tenía hipnotizado, sin captar la realidad de mis circunstancias.

No se enteraron hasta mi adolescencia de mi fuerte curiosidad y ganas de saber todo, impulso que sostuvo mis “antenitas” firmes para captar hasta el más mínimo detalle que a mi alrededor, acontecía.

“¡Menos mal que no pudo! Si sale con esos locos en bicicleta seguro lo atropellan”, decretó hostilmente con ese estilo tan particular que aún hoy la caracteriza, sin un ápice de maldad claro, aunque ignorando el efecto dañino que podrían causar sus palabras.

Claro está, la rebeldía se asomaba en esos años y al escuchar el comentario mi respuesta no se hizo esperar. A partir de ese momento, confrontando al peso de los mandatos familiares, comencé a practicar durante las horas de la siesta en el patio de mi casa.

“Yo quiero, Yo puedo”. Esta frase nació a modo de ritual previo de cada práctica, tenía tan arraigada la imagen del disfrute con mis amigos por las calles del barrio mientras domaba la máquina, que en pocos días casi sin darme cuenta, dominé el arte del equilibrio en dos ruedas.

El alcanzar cualquier meta que nos propongamos realizar, está íntimamente ligado al convencimiento interno de poder lograrlas.

Los intentos para conseguir dichas metas forman parte de la estrategia previa formulada, y al contrario de frustrarnos en los que resultan fallidos, los aprovechamos sumando experiencia y acercándonos a la “imagen del logro realizado”, que sostiene nuestro entusiasmo en alto, durante todo el trayecto.

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